La humanidad se está
preparando, aun sin saberlo, para una nueva era evolutiva de la
especie. Del homo sapiens vamos a pasar al hombre colmena. Y como en
todo cambio psicomorfológico de la vida, se exige una readaptación
del medio para la supervivencia del nuevo advenedizo. Y aquí no hay
excepciones. Es por ello que, para preparar la metamorfosis del ser
humano contemporáneo al nuevo estadio de hombre colmena, gobiernos y
principalmente importantes empresas privadas están trabajando
arduamente en modificar la estructura del aire de nuestro ecosistema.
En breve, prácticamente en horas, el aire de la atmósfera terrestre
ya no estará compuesto únicamente por nitrógeno, oxígeno, argón y otros gases, sino
que se le añadirá un nuevo elemento químico-tecnológico de número
subatómico infinito, con masa atómica de 5G y símbolo “i”
conocido como internet, por lo que parte de la famosa fórmula molecular del
aire, en lo que respecta a su porcentaje de vapor de agua, pasará a ser el H2iO [sarcasmo :-)].
Bromas a parte, el
proceso de modificación de la estructura atmosférica terrestre, que
se inició en la década de los 90 con el proyecto GlobalStar o
Iridium y que el próximo día 2 de diciembre dará un salto
cualitativo con el despliegue inicial de 64 nanosatélites del
proyecto Astrocast, forma parte de un plan en el que miles de
satélites -muchos de los cuales miden poco más que la palma de una
mano, made in SpaceX, Telesat y LeoSat- están siendo puestos
en órbita para ofrecer conexión de internet a cualquier dispositivo
del planeta en cualquier parte del mundo. En otras palabras, nuestra
atmósfera está siendo cubierta por una tupida malla de
nanosatélites interconectados entre sí que están creando un
verdadero enjambre de flujos de datos de internet que viajan por el
aire.
El cambio de la
estructura del aire, con la introducción del elemento internet en su
composición, va a acarrear, sin lugar a dudas, varias implicaciones
de corte profundo para el ser humano como especie. Desde un punto de
vista psicológico, el acceso directo por conexión continua a una
red omnipresente de infinitos datos virtuales las 24 horas del día,
afectará a nuestra capacidad cognoscitiva tanto de la realidad como
de la irrealidad, por artificial, perceptible del mundo. Lo que
significará una afectación por alteración en nuestro nivel de
consciencia como humanos. Circunstancia que, más pronto que tarde,
conllevará cambios significativos en nuestra red neurológica. Lo
cual, indiscutiblemente, nos hará más evolucionados, aunque la
pregunta del millón es si dicho cambio evolutivo nos hará más o
menos humanos. Una cuestión que, en todo caso, irá intimamente
ligado a nuestro futuro esquema moral en relación con nosotros
mismos y respecto a la relación con el planeta en el que vivimos.
Pero a parte de las
implicaciones a nivel de la conciencia individual del ser humano,
están las implicaciones a nivel de la conciencia colectiva como
sociedad. En este sentido, desde un punto de vista sociológico, el
hecho que una mente global como internet llegue a formar parte en
nuestro día a día -ingenuidad a parte- de un proceso vital
biológicamente equiparable al proceso metabólico de respirar (ya en
fase incipiente en las nuevas generaciones), no solo va a redefinir
el concepto que tenemos sobre la individualidad, sino también sobre
el concepto actual que tenemos de sociedad. En esta línea, la idea
de aldea global, término acuñado hace ya 50 años, tomará un nuevo
y más propio significado. La sociedad, en plena era de un internet
omnipresente, será global sí o sí. Y en este contexto, el hombre
social se convertirá en un hombre colmena, pues su hábito se
asemejará al de un comportamiento de colmena, caracterizado por
vivir en colonias de economía de mercado constituidas por miles de
individuos, en los que cada persona tendrá una función a realizar y
un encaje social (previsiblemente no equitativo) bajo el dictamen del
Mercado. Y, ¿quién dirigirá los designios de dicho Mercado?. La
respuesta es obvia: las mismas corporaciones público-privadas que
controlan la tupida malla de nanosatélites que envuelve nuestro
planeta. Pues no nos confundamos, el poder hoy en día no está en la
información del conocimiento, ni en su producción (pobres son los
investigadores y los eruditos), sino en la capacidad de distribuir a
discreción la misma.
Sí, el nuevo hombre
colmena vivirá bajo el yugo de las grandes corporaciones mercantiles
cuyos credos, inhalados a lo largo y ancho de todo el planeta a
través del internet que respiraremos, regirá la lógica de la
productividad y del consumo del Mercado de (su) libre competencia
como modelo global de organización social. El ciudadano de a pié,
como hombre colmena, actuará y dará sentido a su vida según
mandato dogmático del Mercado, cuya obediencia no diferirá mucho a
la que las abejas obreras profesan a su abeja reina. Y en este
escenario, el Mercado -como mano invisible pseudodivina que mueve los
destinos humanos en sociedad, desde las alturas orbitales más allá
del Olimpo-, gozará de plena influencia sobre el concepto y los
modelos de la cultura, la política, y la economía para el conjunto
de los mortales.
La realidad supera a la
ficción. Y en esta nueva era del hombre colmena la libertad
individual se verá comprometida más que nunca. Aunque no hay lugar
para el terror, pues el marketing de la postverdad -basado en la
inteligencia artificial como instrumento de control de masas por
parte del Mercado- ya se encargará de hacernos sentir,
ilusoriamente, personas libres. Aunque, seamos sinceros, la peor
forma de libertad humana es la libertad social simulada.
...y mientras tanto acabo
de escribir la presente reflexión como pensador libre, la cuenta
atrás para el cambio de la atmósfera terrestre de H2O a H2iO prosigue
para su completa ejecución...