El hombre es un suspiro
que participa de la existencia de la Vida como una partícula cósmica
forma parte de una estrella. Todas las historias posibles que
contemplan la línea vital de una persona, las que hace y deja de
hacer, las que hizo y no hizo, las que hará y no hará en todas sus
combinaciones potenciales las tengo contempladas en la omniconciencia
de mi mismidad. Todas las variables de las actitudes humanas por
indeterminables que sean son perfectas desde la lógica de mi
Creación. El libre albedrío de los humanos es fuerza motriz del
flujo en movimiento del espacio-tiempo de la Existencia. Un impulso
vital que genera movimiento desde la autonomía de las decisiones
tomadas por cada una de las personas a título individual. Por lo que
las condiciones de justicia o injusticia humanas no son más que
juicios de valor de los hombres a imagen y semejanza de ellos mismos,
y del modelo de vida como espejo del uso de su libertad de
conciencia. Una conciencia, chispa de mi aliento divino, que los
hombres pueden desarrollar para mejorar o empeorar su propia y fugaz
existencia en su singularidad. Y que en su amplio margen de
manifestación es por sí misma perfecta, pues mi Creación en su
omnimiscencia no atiende a razones de justicia o injusticia humana,
pero sí a la evolución del pulso eterno de la Vida. Si bien al ser
la conciencia de los hombres, a diferencia de otros seres, una
emanación de mi propia Conciencia creadora he dotado a la humanidad
de la evocación innata de unos valores universales para su
trascendencia como seres mortales. Lo cual no condiciona su libre
albedrío, pues el hombre está en libertad de emularlos o de actuar
en sentido opuesto. Toda opción individual o colectiva como especie
a lo largo de su existencia temporal está contemplada y validada,
pues es mi naturaleza conocer el Todo, en sus infinitas opciones y
variables posibles, desde el instante incluso anterior a mi Creación.
Ello no significa que me desentienda del devenir del hombre, pues
acojo la individualidad de todas y cada una de las vidas de mis
criaturas en mi mente omnipotente como ser creador, otorgando a las
almas mortales sentido trascendental dentro del gran plan de la
Existencia, más allá del limitado sentido vital percibido por la
humanidad y del propio concepto humano de principio y fin de las
cosas. Incluso le he otorgado al hombre el regalo de la intercesión
de la fuerza divina para complicidad en su vida mundana, siempre
libre albedrío mediante a través del camino de la búsqueda de su
trascendencia personal, con independencia de los credos que haya
creado o pueda llegar a crear. Pues el camino del hombre hacia su
trascendencia como individuo, a través de los valores universales
adquiridos por derecho natural, permite alinear la chispa vital de la
conciencia humana con mi propia Conciencia emanadora de la Vida de la
que forma parte. Ya que el concepto humano de espiritualidad no es
más que la conexión con la esencia de los valores universales
otorgados a la humanidad desde su creación. Y tal es la autonomía
de decisión dada a los hombres que les permito pensar libremente
sobre la existencia o inexistencia de mi naturaleza, pues más allá
de sus creencias no pueden ser fuera de mi Ser, pues Yo soy el Todo
indefinible e inalcanzable que incluye su propia Nada indeterminable.
Yo soy el alfa y el omega en el que el hombre, libremente, decide
vivir a conciencia una existencia en su cielo o en su infierno. Yo
soy la misma Existencia, y en mi Ser coexiste el alma humana en sus
diferentes dimensiones. El hombre, como criatura de mi Existencia,
requiere de mi Ser; pero mi Ser, en mi mismidad, puede Existir sin el
hombre. Pues el hombre es un suspiro en la existencia de la Vida.
Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano