La letra es la
representación gráfica de un sonido. Es, sintéticamente, un sonido
escrito. Algo que en sí mismo ya es extraordinario. Pues el sonido
es un conjunto de vibraciones que se propagan por el aire, lo que
significa que al ser una vibración está en movimiento (repetitivo
alrededor de una posición de equilibrio), y al estar en el aire se
encuentra en un medio gaseoso (y por tanto poco denso) mayormente
transparente. Mientras que la escritura es la plasmación geométrica
de dicho sonido sobre un soporte en no-movimiento y con densidad
propia de un cuerpo físico. Así pues, ¿cómo conjugamos una
naturaleza en movimiento y poco densa con otra naturaleza en estado
de no-movimiento y más densa?. El nodo conector de ambas realidades
-como ya se avanza en la primera frase de la reflexión- es el
signum, capaz de representar simbólicamente una realidad en
otra diferente.
No obstante, sin entrar
en las características propias de un signo de carácter lingüístico
desde un enfoque de significación (como parte de una comunicación
compartida por una comunidad de personas), lo que me interesa de la
letra por fascinante es su geometría; es decir, la figura del signo
en el plano espacial. Puesto que una letra no es más que una
conjunción predeterminada de puntos que describen una posición en
el espacio determinada respecto a un sistema de coordenadas
preestablecidas. Sabedores que los puntos espaciales -como unidad
irreductiblemente mínima de la comunicación visual- son figuras
geométricas sin dimensión, y por tanto sin longitud, área,
volumen, ni otro ángulo dimensional (lo que significa que no
pertenecen al mundo físico). Y que por el hecho de ser entidades
fundamentales de la geometría tan solo podemos describirlos en
relación a otros elementos similares.
Sí, el punto que
conforma la letra como signo es un concepto apriorístico, lo cual le
otorga una dimensión trascendental a la propia letra, más propio
del mundo de las ideas de Platón que del mundo humano de las formas.
Por lo que uno no puede dejar de preguntarse si las letras, en su
diversidad de expresión simbólica en un mundo multicultural, nos
fueron dadas o son una creación propia del ser humano. Metafísica a
parte, pues entrar en materia de metafísica es entrar en un universo
teórico donde todos los discursos son válidos hasta que
empíricamente no se demuestre lo contrario, la belleza de los puntos
es que nos señalan una posición espacio-temporal cierta en el vasto
Universo dentro de un sistema de coordenadas concreto, permitiéndonos
percibir la geometría simbólica de las letras.
Personalmente me gusta
imaginar la geometría plana de una letra suspendida en medio del
espacio, con la que fantaseo modificando a voluntad la posición
espacio-temporal de sus puntos hasta lograr cambiar de signo
significativo su propia semiología con el fin de transformarla en
otra letra tan perceptible como reconocible. Pero no así puedo
modificar su sistema referencial de coordenadas, pues yo como
interpretante o significante formo parte del mismo. Aún sustituyendo
el sistema de coordenadas semiótico (por ejemplo por otra cultura
diferente a la propia), como sujeto cognoscente que interpreta la
realidad que representa la letra en su nuevo contexto continuo
formando parte del nuevo sistema de coordenadas. Pues la letra, si
bien es apriorística como esencia geométrica, es indisociable del
significante (el hombre), el significado (la cultura del hombre), y
el referente (el contexto dentro de la cultura del hombre).
Luego continuo imaginando
que dicho signo geométrico plano suspendido en el espacio se adhiere
a otras letras por el principio de atracción de opuestos (ley física
de cargas), mediante un proceso de enlace con los puntos espaciales
de otros cuerpos geométricos del mismo sistema de coordenadas con
significación, para formar -mediante la concatenación de palabras
sucesivas- un significado más complejo que concluye en un libro. Por
lo que podemos decir que un libro es una compleja estructura -u
organismo, según se aprecie- geométrica de la representación
gráfica de un concierto de sonidos con significado propio.
Es por ello que cuando
miro un libro no veo tan solo un conjunto de hojas de papel escritas,
debidamente encuadernadas y protegidas por una cubierta más o menos
atractiva. Sino que al mirar un libro veo una compleja obra
geométrica de puntos espacio-temporales que conforman signos
sonoros, dotada con musicalidad y relato singular, propio de un
maestro arquitecto de las letras. Y cuando el libro forma parte de
una biblioteca, con independencia de su dimensión, no puedo más que
percibirla como una ciudad -muchas veces abandonada- a la espera que
una mente significante y preclara desee redescubrirla deambulando por
sus geométricas calles impregnadas de conocimiento.
Y la apriorística
geometría espacial se hizo letra, para divulgar el sonido del
conocimiento entre los hombres pensantes.
Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano