Las personas somos seres
cognoscentes, es decir que somos seres pensantes con capacidad de
conocer la realidad en la que vivimos. Otra cosa es si la realidad
que conocemos, por percibida, es la verdadera realidad o un
imaginario autoconstruido por el hombre, lo que contemporáneamente
entendemos por la tesis de Matrix, y que la metafísica lleva siglos
indagando a través del mundo de las ideas de Platón, el noúmeno y
el fenómeno de Kant, o la autopoiesis de Maturana, entre otros. Pero
con independencia de la naturaleza de la realidad de la que
participamos, como seres pensantes creamos pensamientos individuales,
fruto de una conciencia racional personal, que nos reafirman como
seres independientes en la esencia de nuestra singular mismidad
versus al resto del conjunto de personas.
Es evidente que en un
mundo social por humano (pues el hombre es un ser social), el
pensamiento es profundamente cultural por influencia de usos y
costumbres familiares y colectivos, por el proceso de homogeneización
del sistema educativo, y obviamente por la fuerza impositiva del
pensamiento único del Mercado a través de las tendencias de consumo
y el influjo de los medios de comunicación en su diversidad de
canales. Un efecto rodillo apisonador del determinismo cultural
respecto al pensamiento colectivo que, no obstante, permite el flujo
del pensamiento individual desde el ejercicio personal de una razón
crítica. De ahí la importancia de desarrollar el pensamiento crítico
en una sociedad incisivamente marketiniana.
En definitiva, nuestras
sociedades desarrolladas se asemejan a un enjambre en que cada
individuo tiene libertad de pensamiento y, en consecuencia, de
movimiento. Pero, ¿qué sucedería si las personas perdiéramos la
capacidad del pensamiento individual? Pues seguramente que el
enjambre se comportaría como una colmena obediente y ordenada, cuya
lógica de entender, juzgar y actuar en la vida vendría dado por
alguien que controlaría los flujos de pensamientos tanto colectivos
como individuales. Un sueño, sin lugar a dudas, en antaño para
dictadores y en la actualidad para titiriteros avariciosos que mueven
los hilos de lo que llamamos Mercado, ese ente (in)tangible que
controla y redefine a antojo nuestra sociedad bajo la máxima del
beneficio económico privado.
La reflexión sobre la
posibilidad de la pérdida del pensamiento individual viene derivada
de la noticia que he leído recientemente en el boletín mensual del
MIT Technology Review: “La primera 'red cerebral' conecta la mente de tres personas”. Un sistema de comunicación directa entre
cerebros que envía pensamientos de unas a otras personas en tiempo
real para la resolución de una tarea conjunta concreta. En otras
palabras, que el hombre acaba de crear el internet neuronal con
potencialidad para conectarnos a todos en una misma red de
transmisión de información. ¡Qué miedo!, pues el ser humano
justamente no se caracteriza por su impecabilidad moral, y más aun
cuando hay gestión de poder por medio. Si ya el pensamiento crítico
se ha convertido en un fenómeno extraño en nuestros tiempos, por
difícil de encontrar, más propio de la resistencia lógico-reflexiva
de unos pocos; todo apunta que el pensamiento crítico puede quedar
extinto en un contexto donde el control y manipulación del
pensamiento colectivo ya no se dará solo por técnicas externas de
consumo sino mediante técnicas internas de intromisión cerebral
sobre el pensamiento individual de cada persona. Y puestos a divagar
en esta línea argumental, qué más cool que evolucionar de
los dispositivos tecnológicos de información y comunicación (TIC)
móviles actuales, a unos dispositivos TIC implantados directamente
en nuestros cerebros con conexión wifi. Y voilà!, ya tenemos
la colmena.
Qué decir que sin
pensamiento crítico no hay posibilidad para el pensamiento
individual sino es dentro de la lógica argumental del pensamiento
colectivo predefinido y, por tanto, manipulado ex professo.
Habrá quienes defiendan las benevolencias de una red cerebral en pos
de la manoseada innovación, que no es más que la sombra alargada de
la productividad bajo criterios de Mercado. Pues innovación, sin
beneficio económico, no es innovación para una sociedad altamente
mercantilizada (y si no que se lo pregunten a los investigadores).
Cuánto me gustaría que
el futuro de la red cerebral pudiera aportar una mejora cualitativa
en el bienestar social del hombre desde un enfoque humanista, pero
para ello se requiere que su desarrollo parta de valores humanistas,
los cuales se contradicen frontalmente con los principios rectores de
una economía de libre mercado (que cada vez genera mayores
desequilibrios sociales, por desprecio a la misma dignidad de la vida
de las personas). Lo que no me cabe duda es que la red cerebral
acabará por imponerse -con independencia de su forma, tiempos y
procesos-, y para cuando esto ocurra ya no habrá que preocuparse por
los valores humanistas, pues nunca nadie ha anhelado aquello que
desconoce. Pensamiento individual que no ve, pensamiento colectivo
que no siente.
Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano