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"Civismo, por favor". Foto de Inés Baucells |
El troglodita urbano, que
enarbola la bandera del progresismo aun siendo -sin ser consciente de
ello- un analfabeto en los principios rectores de la Libertad y la
Democracia en un Estado Social y de Derecho, no atiende al respeto ni
por la propiedad privada (que desprecia) ni por la propiedad pública
(que en su corta inteligencia cree que por ser la administración el
proveedor del mobiliario público no nos cuesta dinero al conjunto de
los ciudadanos). Un troglodita urbano que, asimismo, siente hastío
por el descanso vecinal, mientras él se regocija en sus jaleosos
ritos trivales callejeros en un intento de emular el espíritu
cavernícola.
Pero si algo le gusta en
especial al troglodita urbano, más allá de su algarabía vida
nocturna (propia de quien no tiene oficio ni beneficio) y de la
jarana que le proporciona el bullicio “legal” de las fiestas
populares (donde exalza sin pudor su retrógado legado identitario),
son las concentraciones de corte político donde puede manifestar la
esencia de su naturaleza en su máxima expresión, y más aun si cabe
al burladero (*) de algún dirigente político tan irresponsable como
intelectualmente tarado.
Otra de las
características comunes del troglodita urbano es que no razona, sino
que desprecia, necesitando de una bandera o un símbolo para
canalizar sus confusos argumentos exaltados en un sentimiento
disfuncional. Y ello sin que tenga necesidad existencial alguna por
conocer el significado real de la bandera o símbolo que abraza,
aunque éstos contradigan su propio dogma autoinventado en un
imaginario ficticio.
Pero lo más preocupante
no es solo que el troglodita urbano campe a sus anchas entre nuestras
ciudades, con el beneficio de una especie de halo de completa
impunidad, sino que esta especie involutiva del homo sapiens
contemporáneo se multiplica, lo cual nos debe poner en alerta sobre
nuestro sistema educativo y sobre un modelo político que, en el
desarrollo de su actividad, antepone unos intereses partidistas a la
luz de la propia Razón.
A falta que la cordura se
imponga entre nuestros representantes públicos, que parecen haber
perdido de vista su misión como garantes de las res publica,
los trogloditas urbanos aun siendo minoría se han hecho con las
calles imponiendo su ley para desesperación de los pacientes,
contenidos y resignados (al menos hasta la fecha) cívicos ciudadanos
de bien. Pero como dice el refranero, tanto va el cántaro a la
fuente que al final se rompe.
No nos dejemos engañar
por los trogloditas urbanos que se camuflan bajo el ropaje de
actividades culturales, más o menos de tradición popular, o de
hábitos de comportamiento “progresistas” que tienen más de
libertinaje que de libre manifestación del uso de la libertad
personal. Son pocos, sí, pero los necesarios para hacer el
suficiente estruendo callejero -música, petardos, tambores,
cazuelas, alborotos y voceríos reivindicativos mediante-, y por ende
con consentimiento institucional incluido, para impedir el descanso
exigible de una vida tranquila por derecho adquirido de todo
ciudadano tanto en la calle como en el interior de las propias casas.
Que devuelvan a los
trogloditas urbanos a sus cuevas, por favor.
Reflexión consumada en
plenas fiestas del barrio de Sarrià de Barcelona.
(*)Valla en la que se
refugian los toreros.
Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano