Tanto tienes para
consumir, tanto vales. Una premisa sobre la que se cimienta la
totalidad de la estructura de la sociedad en la que vivimos,
organizada por la lógica de un sistema de desarrollo económico que
denominamos capitalismo, el cual se fundamenta -por si lo hemos
olvidado- en la privatización de los instrumentos de producción
(tierra, fábricas, materias primas, recursos naturales, etc) para
interés y beneficio privado (que porcentualmente son unos pocos).
Pero para que el capitalismo sea, ya no solo sostenible, sino
rentable (para aquellos que controlan los instrumentos y recursos de
producción), debe contar con plena libertad de gestión para su
desarrollo. Es por ello que el modelo económico del capitalismo
necesita de la implantación social de un sistema comercial (de
Mercado) de libre competencia, que no es más que un eufemismo para
decir que ostenta la capacidad de libre movimiento. Es decir, el
capitalismo, como idea de teoría económica, necesita de sociedades
liberales.
Pero ¿liberales en qué?,
pues justamente en el tipo de relaciones comerciales entre los
propietarios de los instrumentos de producción (a quienes les mueven
intereses personales de beneficio económico) y el resto de personas
como consumidoras de sus productos y servicios. Una relación que,
para el imaginario capitalista, sería perfecta en un contexto
carente de limitaciones. Y no existe más limitador para el
desarrollo del modelo económico capitalista que los propios Estados
como garantes del bienestar común. ¿La solución?, nada más
sencillo que limitar la intervención del Estado en asuntos jurídicos
y económicos para que sus políticas no sean contrarias a los
intereses del Mercado. Que es precisamente la situación en la que
nos encontramos, habiendo pasado de vivir en sociedades liberales a
las actuales sociedades neoliberales en menos de un siglo.
Sí, nuestra sociedad es
neoliberal. Lo que significa que el egoísmo del beneficio propio se
impone al bien colectivo, la máxima del individualismo. En este
contexto, donde los Estados de Bienestar Social y democráticos de
Derecho están sometidos a los intereses partidistas del Mercado
(donde el único credo es el Dinero), ¿en qué nos hemos convertido
los ciudadanos?.
La ciudadanía es una
categoría de protección de las personas otorgada por el Estado, e
inspirado por el espíritu humanista, al amparo de los derechos
sociales que busca proteger la dignidad de la vida de las personas.
Pero desde el preciso momento en que el Estado ha sido suplido por el
Mercado, en una sociedad neoliberal, el ciudadano se convierte en
cliente/consumidor. Y por tanto las relaciones entre los propios
ciudadanos también se transforma entre nosotros mismos y con
respecto al conjunto de la sociedad en la que nos desarrollamos como
personas, convirtiéndonos todos en potenciales clientes y/o
consumidores de todos. Circunstancia a partir de la cual los valores
sociales se transmutan, primando lo que se tiene (capacidad de
consumir) en detrimento de lo que se Es. Tanto tienes para consumir,
tanto vales.
El valor de la capacidad
de consumir como máxima social redefine toda la escala de valores
sociales, manifestando una clara, descara y ostentosa tendencia
individual en las relaciones interpersonales, pues todos buscan su
beneficio personal. Afectando, de manera inclusiva, a conceptos tan
trascendentales para el hombre como la justicia individual o la
justicia social, las cuales solo se conciben bajo el barómetro de la
capacidad de consumir. O, en otras palabras, solo hay justicia
individual y social para aquellos que tienen recursos económicos
para cumplir con los cánones de la idea de éxito definida por la
lógica del Mercado. Para el resto, no hay cabida para la justicia
individual ni social.
El valor del ciudadano, y
por extensión de la persona, se han devaluado frente a una sociedad
neoliberal que solo protege al cliente/consumidor. El capitalismo
está borrando cualquier resquicio de humanismo de los valores de
nuestra sociedad, redibujando el papel de los Estados -como gestor
garante de los derechos sociales- a una mera herramienta facilitadora
para el buen engranaje del Mercado. El ciudadano, si no tiene
recursos, no existe, ni se le espera. Una nueva casta de apestados en
pleno siglo XXI que se ven abocados a vivir en el submundo, donde las
personas no tienen dinero pero vuelven a recuperar su valor por lo
que son, más allá del pensamiento único impuesto por el alegato
consumista de turno del Mercado en complicidad con un Estado
difuminado. Los ciudadanos, desterrados del bienestar social
capitalista (con todas sus trampas), regresan a su condición natural
de personas. A la espera que, un día en un futuro no muy lejano, el
Estado despierte de su encantamiento, al igual que hicieron los
heroicos argonautas tras su paso por la hechizadora isla de Circe.
Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano