Hace escasos días la
opinión pública española se expuso a un doble juicio moral en el
que debía decantarse o bien por mantener los puestos de trabajo para
los próximos cinco años de un millar de familias trabajadoras del
sector naviero militar del país, o bien por entregar un paquete de
400 bombas -llamadas desde el buenismo “de precisión”-
destinadas a su inexorable uso inmediato contra una población étnica
minoritaria en estado de continua represión bélica por parte de un
relevante socio comercial extranjero. El dilema, sin entrar en
detalles de las circunstancias del relato, se circunscribía al hecho
de que no existía posibilidad alguna de elección por separado
puesto que ambas opciones eran codependientes la una de la otra, como
dos caras de una misma moneda. La resolución final del Gobierno de
España, como todos sabemos, fue la de entregar las bombas -aun a
sabiendas de su finalidad- para poder salvaguardar los puestos de
trabajo de sus conciudadanos. Ante la dicotomía social del ¿trabajo
o bombas?, la sociedad española optó por el trabajo, y al hacerlo
asimismo asumió la complicidad del fin último de las bombas. Frente
a la cuestión de Estado de ¿pan o moral?, la balanza se decantó
por el pan en detrimento de la moral (al menos en una primera lectura
superficial).
Si bien este caso, para
regocijo intelectual de Kant en su Crítica de la Razón Práctica,
ha sido un claro ejercicio práctico de conflicto moral al que la
sociedad española del año 2018 -siempre es importante no perder la
referencia del marco contextual socioeconómico- se ha visto sometida
a reflexión, la pregunta que debemos hacernos es si la decisión
tomada, por ineludible resolución, ha sido moral o inmoral con
independencia de su evidente pragmatismo. La respuesta debemos
buscarla en el escrutinio de la propia pregunta de origen: ¿pan o
moral?.
Si aceptamos la pregunta
objeto de análisis stricto sensu, damos por hecho que la
actitud moral es aquella que opta por no entregar las bombas aun a
costa de perder los puestos de trabajo, por lo que la resolución
final tomada resulta como inmoral. He aquí un camino sin salida.
Pero si nos planteamos sobre la correcta formulación de la pregunta,
sustituyendo la conjunción “o” por “y”, se nos abre todo un
ámbito de desarrollo ético. Pues ante la pregunta reformulada ¿pan
y moral?, la salvaguarda de los puestos de trabajo es tanto moral
per se, así como inmoral alium (por otros). En este
sentido, la defensa y promoción del trabajo, como elemento esencial
para el desarrollo digno de las personas, es un valor moral en sí
mismo indiscutible. No obstante dicha moral puede transmutarse en un
valor inmoral para otros según la finalidad última del trabajo,
dimensión en la que no vamos a entrar, o según la escala de
referencia de valores morales a la que se contraponga. Por ejemplo,
si enfrentamos los valores morales de la Justicia y la Libertad, ¿la
Justicia puede convertirse en inmoral si ataca la Libertad como moral,
o viceversa?. ¿Y si la Justicia se contrapone a la Vida como valor
moral?. De lo que se deduce, como bien supo distinguir el filósofo
alemán hace ya tres siglos, que una cosa es la razón pura de los
valores morales (teoría), y otra bien distinta, la razón práctica
de dichos valores morales (realismo). Así como que en el mundo de
los valores morales existe una jerarquía, la cual depende de la
capacidad mental preclara del hombre de su tiempo, puesto que la
moral, más allá de los arquetipos platónicos a los que aspira el
ser humano como especie, no deja de ser un conjunto de usos y
costumbres aceptados socialmente a la luz de la razón y reglada por
las correspondientes legislaciones multiculturales. Pues el hombre,
naturaleza trascendente a parte, es un producto cultural desde el
momento incluso anterior a su propio nacimiento. Otra cosa es su
potencial en poder transgredir su determinismo cultural en aras de la
evolución humana, que no vamos a desarrollar en esta breve
reflexión.
Llegados a este punto,
queda evidenciado el posible conflicto entre valores morales, así
como de escalas de jerarquización de las mismas, cuando confrontamos
parámetros culturales diferentes, como pueda ser el caso de
occidente versus oriente. Pues en definitiva, la cultura no es más
que la particular visión cosmológica de la vida sobre la que se
sustenta la identidad y la lógica relacional de una sociedad en
concreto. Por lo que frente a la pregunta originaria de ¿pan o
moral? que tanto conflicto ético nos ha traído en las últimas
semanas, lo más inteligente es trabajar, desde nuestra visión
humanista del mundo, para evitar la confrontación de valores morales
en un mercado tan multicultural como global mediante la búsqueda de
alternativas económicas y, por extensión, laborales. Un tránsito
de economía productiva y de modelo de vida que sin lugar a dudas
requiere de su tiempo. Pues es justamente con tiempo, y mediante el
trabajo indelegable de los hombres, que se construye la Moral a la
que como sociedad humanista debemos aspirar. Siendo conscientes,
asimismo, que toda moral debe poder ejecutarse con pragmatismo en la
realidad de un mundo tan rico en belleza como en peligrosidad.
Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano