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Imagen de Geralt. |
En este mundo existen dos
tipos de seres humanos, los Arjeanos y todos los demás, que se
clasifican en diversas categorías más o menos de cognoscibilidad
superficial. Debo confesar que desde que tengo uso de consciencia me
considero un Arjeano, quizás porque en la huella energético-genética
que hila la humanidad a lo largo del Tiempo me conecto en
descendencia directa con la familia de nuestros ancestros los
presocrátricos. Un Arjeano, para aquellos que aún no lo hayan
relacionado, es una persona que busca el arjé o arkhé, del
griego antiguo “principio” u “origen”. El arjé es el primer
elemento de todas las cosas, por lo que un Arjeano es una persona
que, por naturaleza, busca de manera innata y casi convulsivamente la
esencia de todo aquello que conforma la existencia para dar sentido y
lógica a su realidad, de manera equiparable a aquellas otras
personas que viven con el filtro en sus vidas de contar numéricamente
todo a su paso, u ordenar de manera lógica (por colores, tamaños,
funcionalidad, etc) el desorden aparente o el caos manifiesto, por
poner algunos ejemplos.
Si tuviéramos que
describir las características de un Arjeano, podríamos destacar
que:
-Necesita buscar la
esencia última de las cosas, ya sean objetos, sujetos,
circunstancias, ideas o conceptos, para entender desde la lógica su
propia experiencia vital.
-Observan el mundo a
través de la mirada de la conexión de las esencias (invisibles a
primera vista) de lo observable por perceptibles.
-Les gusta de relacionar
la diversidad de esencias, como primeros elementos de todas las
cosas, con el Todo para tener una visión holística de la realidad
tanto existente como posible en su potencialidad.
-Dan sentido a sus vidas,
en medio de las sombras del mundo, a través de la luz del logos
(palabra razonada).
-En su búsqueda natural,
por innato, de la esencia de las partes y del Todo en su mismidad,
son personas espirituales; estableciendo puentes entre el mundo
material de las formas y el mundo indeterminado de las ideas.
-Viven desde la firme
convicción de que el ser humano no puede renegar de su naturaleza
pensante (sobre la esencia última de las cosas), ya que ello
equivale a renegar de su propia transcendencia humana. Pues si algo
caracteriza un Arjeano es, justamente, su trascendencia como ser
pensante.
En una sociedad
construida y vivida sobre la patina de la superficialidad de las
cosas, el Arjeano puede parecer un rara avis que aparece y
desaparece de la superficie visible en su necesidad de sumergirse en
el mundo de los pensamientos al encuentro de la esencia de todo
aquello que sustenta nuestra realidad. Y en dichas inmersiones es
capaz de ver, y consiguientemente entender, las relaciones invisibles
que causan y dan consistencia al mundo que se hace cognoscible a la
simple vista de todos. Como el que es capaz de ver la relevante parte
del iceberg sumergido bajo el agua, en su estructura y composición,
y asimismo su relación singular con su hábitat natural y en
relación a otros icebergs que conforman un sistema propio, que a su
vez se encuentra en codependencia interrelacionada con otros sistemas
de diferente naturaleza. Es entonces que el Arjeano, al regresar a la
superficie de las cosas visibles, vuelve con una mirada y concepción
de la realidad cambiada, lo que provoca que la comunicación con los
no-arjeanos sea dificultosa por incomprensión, pues socialmente el
arjé de las cosas y su universo relacional se considera -en un mundo
de ciegos, donde el tuerto es el rey- de nula utilidad práctica y
aún de menor interés social. En el mundo de la superficie, el ser
humano vive su mundana existencia sobre una cinta corredera movida
por impulsos de efectos continuos a espaldas de las causas que lo
provocan, en agónica lucha continua contra las sombras proyectadas
sobre una pared más que en buscar, para su inteligente gestión, el
foco de origen que provoca dichas sombras.
Sí, soy un Arjeano, y no
solo no me interesa lo superficial como hábito de conducta vital,
sino que incluso su alardeo me produce un profundo rechazo (y más
cuando se trata de exhibiciones de pavoneo manifiestas), aunque he
aprendido a vivir socialmente con ello. Ser un Arjeano no equivale a
ser un insociable. Es tan fácil como desconectar, en un momento
dado, del entorno en el que te encuentras mediante un sencillo
ejercicio de inmersión en uno mismo en búsqueda de un mar de
pensamientos más interesantes, pudiendo estar en un lugar sin estar
en él. No obstante y por otro lado, un Arjeano, aunque por
naturaleza busca de manera innata la trascendencia de la existencia
hasta en las cosas más simples y pequeñas de la cotidianidad, no es
más que un filósofo efímero, pues efímero es el ovillo de causas
y efectos de la vida del hombre en un universo que per se es
impermanente. Pues si bien las esencias de las cosas son inmutables
por trascendentes (arquetipos), no lo son así su sistema de
relaciones que por ser espacio-temporales son impetuosamente
relativos. Y es justamente este contexto relativista de las
coordenadas espacio-temporales de la existencia del hombre lo que no
solo es capaz de ver un Arjeano, sino a su vez de relacionarlas con
la inmutabilidad de sus esencias emanadas. Pues un Arjeano es de
naturaleza un conector entre la dimensión impermanente y la
dimensión substancial de la realidad de las cosas, mediante el
relato de sus reflexiones efímeras por humanas, profundamente
humanas. Y expuesta esta reflexión, ¿eres tú un Arjeano?.
Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano