![]() |
Foto de Anthony Samaniego |
Responder a la pregunta
sobre pensar o evadirse es equiparable a la pregunta que se hizo
Sartre sobre actuar o no-actuar, a cuya conclusión el filósofo
francés del existencialismo dedujo que ambas posturas eran
imperfectas en sí mismas. Imperfectas, sin duda, por las
limitaciones cognitivas propias que condicionan la naturaleza humana,
pero ¿correctas?, ese es el quid de la cuestión. Pues tanto actuar
como no-actuar, o pensar como no-pensar, y por tanto evadirse (del
pensamiento), deben observarse siempre dentro del contexto de
referencia para poder enjuiciar el valor positivo o negativo de la
conducta tomada.
A nadie se le escapa, por
simple observación del entorno más inmediato, que la tendencia
actual en un modelo de vida acelerado -por no decir estresado- por
producir los recursos necesarios para subsistir en el día a día es
la de evadirse, lo que significa evitar cualquier reflexión sobre de
dónde venimos, dónde y cómo estamos, y hacia dónde nos dirigimos
a nivel individual y colectivo. Una evasión del proceso reflexivo,
por otro lado, como efecto directo por economizar el gran desgaste de
fuerza vital que cada individuo debe asumir a la hora de poder ser
partícipe del modelo de vida imperante. Un alto grado de desgaste de
la fuerza vital individual derivado de la desequilibrada relación
existente entre el desproporcionado coste material que tiene la vida
humana y las precarias rentas de trabajo generalizadas. En resumidas
cuentas, el fruto del trabajo que debe liberar al hombre en los
modernos Estados de Bienestar Social, contrariamente lo condena a la
esclavitud de una productividad insaciable en el seno de un agresivo
e inestable mercado de libre competencia. Por lo que al final de la
jornada, si al hombre alguna fuerza le queda no es precisamente para
ponerse a pensar.
No obstante, si bien la
tendencia del hombre contemporáneo es la de evadirse de cualquier
tipo de pensamiento reflexivo, el hombre, como ser racional que es,
no puede escapar a su naturaleza pensante. Otra cosa es que, en una
cultura que acepta la evasión mental como una conducta normalizada,
el pensar esté mal visto. Si la actitud activa de pensar, que
conlleva un proceso lógico-reflexivo que puede llegar a generar un
estado intelectual denominado como pensamiento crítico, se encuentra
mal visto, e incluso reprobado socialmente, significa por un lado que
nos hallamos ante una sociedad que no admite disidencias de
pensamiento (pues ello supone admitir las deficiencias del sistema y
la probabilidad de enfrentarlas), así como por otro lado significa
que nos hallamos ante una sociedad que ya se encarga de suministrar
las líneas de pensamiento oportunas a través de los medios
disponibles para la evasión mental (estados de opinión paquetizados
en televisión y redes sociales, filosofía existencial reglada
mediante ofertas de ocio consumibles, etc). De ahí que nos
encontremos en una sociedad que se esfuerza por desterrar y eliminar
generacionalmente a los humanistas, que son hombres pensantes, y más
especialmente a los filósofos.
La última frontera de
libertad de una persona no es otra que sus pensamientos. Por lo que
si esterilizamos mentalmente al hombre en su capacidad de pensar
fuera de la caja social en la que se desarrolla como persona, ¿qué
nos queda?. La respuesta es simple: limitamos la existencia del
hombre a una unidad de fuerza de trabajo para intereses de terceros,
más inspirado en la naturaleza robótica pero, peligrosamente en el
contexto de un mercado altamente competitivo, menos eficaz y
eficiente que un robot.
El hombre pensante, en su
acto libre y voluntario de pensar, se mira reflexivamente en los
espejos que crean su realidad para extraer sus conclusiones a la luz
de la razón. Y dependiendo del reflejo cognoscente que percibe
extraerá pensamientos positivos o negativos sobre aquello donde
focaliza su reflexión. Por lo que frente al juicio incisivo y
mayormente malintencionado, por parte de observadores evadidos
externos, de que las reflexiones filosóficas de un hombre pensante
suelen ser negativas, lo más inteligente no es ensañarse contra el
dedo que señala (propio de un sistema represivo), sino cuestionarse
sobre la naturaleza y estado de la situación de la realidad
señalada. Pero ya se sabe que el que vive evadido, evadido está. Y
no hay más ciego que aquel que niega su propia realidad.
Todo y así, el mecanismo
de evasión mental del sistema productivo de organización social
actual, en su propio funcionamiento de erradicar del sistema tanto a
los excedentes de mano de obra como a los hombres pensantes como
unidades operativas prescindibles y/o defectuosas, ha generado una
brecha de seguridad en el interior del propio sistema. Puesto que
ante la imposibilidad de eliminar del sistema, vía erradicación, a
las personas de la población activa en estado de desempleo por
prescindibles y/o defectuosas, éstas han creado sus propios
subecosistemas de ángulo muerto, como invisibles oasis diseminados a
lo largo y ancho de un desierto no-pensante, donde la dignidad de las
personas desterradas se redime -en el propio interior y a espaldas del
sistema- alcanzado la libertad individual a través del pensamiento
crítico. Ya que cuando el hombre no puede comer de su trabajo, solo
le queda comer de su pensamiento.
El hombre no puede
escapar a su naturaleza pensante, tanto si le gusta como si no a un
sistema que se esfuerza por obligar a evadirnos de cualquier
pensamiento que escape a su lógica. Y ante esta realidad sustancial
confrontada, es el hombre a título individual, en última instancia,
quien debe decidir si pensar o evadirse.
Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano