“Mi nieta, que es
ingeniera electrónica, me dice que es impresionante todas las cosas
que sé que no sirven para nada”, me comentaba una mujer mayor con
una sonrisa en la cara hace unos días. “Y yo le contesté
-continuó explicando la mujer-, que forma parte de la gastronomía
del alma”. Una anécdota que me ha venido a la memoria cuando,
justamente ayer, una conocida le preguntó a mi pareja qué es un
filósofo. De hecho, si nos paramos a reflexionar, no hay necesidad
de saber lo que es un filósofo en una sociedad como la actual donde
todos deben pensar igual, lo que significa por otro lado que nadie
está pensando, por lo que un filósofo debe ser alguna especie de
patología de disfuncionalidad social, seguramente.
Si observamos a nuestro
alrededor el funcionamiento de nuestra sociedad, todo el engranaje en
el que se sustenta está orientado hacia la estandarización de un
pensamiento único y la potenciación de una vida enajenada mediante
hábitos de consumo impulsivo compulsivos, en relación a un modelo
de vida estándar prefijado por un ente superior al que llamamos
Mercado (dirigido por personas, no lo olvidemos). Una vida en el que
el pensamiento, más que regalado, se nos entrega adecuadamente
etiquetado y paquetizado sin esfuerzo previo alguno para nuestro
tranquilo consumo particular en el sofá de casa (como una sopa
instantánea de microondas). Sin más margen de pensamiento
individual que aquel que solo está focalizado en generar dinero
(productividad), que es lo único que le interesa a un sistema de
organización social diseñado por el Mercado. A partir de aquí,
como tristemente afirma una persona que aprecio, todo lo demás no
son más que elucubraciones mentales. Por ello no solo son
prescindibles las facultades de Filosofía, algunas ya desaparecidas
en los últimos años, sino todas las profesiones vinculadas a las
Humanidades. El pensamiento que no da para comer no es pensamiento,
podríamos sintetizar.
La purga del pensamiento
no productivo, es decir, de aquella actividad intelectual que no
tiene como objetivo último generar dinero (unidad elemental de
energía consumible del sistema), llega a los extremos de barrer del
mercado laboral cualquier resquicio de actividad remunerada (trabajo)
que pueda sustentar económicamente a un profesional del pensamiento
no productivo. La consecuencia no es otra que la condena al
ostracismo de los pensadores -y por extensión del conjunto de
humanistas- fuera del circuito laboral del sistema, lo que les aboca
a la pobreza social convirtiéndoles en indigentes ilustrados con
techo, en el mejor de los casos, pues las estructuras familiares
proveen la cobertura del hábitat doméstico.
El Mercado, que ha
encontrado en la tecnología su panacea a la productividad de una
sociedad competitiva con la que se retroalimenta y asegura la
sostenibilidad del modelo, considera al Humanismo su opuesto, y en
consecuencia desechable. Cuando justamente del espíritu humanista
surgió la chispa ilustrada que iluminó el anhelo tecnológico. Y
asimismo considera la Filosofía, particularmente, como una caja de
grillos locos, y por tanto propia de ser ignorada. Cuando la
Filosofía es la madre de todas las ciencias. Si los grandes
pensadores humanistas de antaño levantaran cabeza, verían
horrorizados al actual homo tecnológico como un ser ciego, con una
lógica mental obsesionada por el dinero, de terminales conectadas a
dispositivos varios como extremidades, exento de una gastronomía del
alma en su hábitat alimenticio existencial en sustitución por una
gastronomía ociosa-productiva, y por tanto como un ser vacío de
humanidad en su interior. Escalofriante imagen.
Cuando todos piensan
igual, es que nadie está pensando. Y ese pensamiento único se
convierte en un encefalograma plano en las personas no pensantes. El
arquetipo de ciudadano perfecto para el sistema creado por el
Mercado, donde el código binario resultante de algoritmos
informáticos programados ya piensa por las personas, suministrando
en tiempo y medida justa y necesaria las cápsulas de pensamiento
ingeribles a consumir. Por lo que cualquier otra opción de
pensamiento posible, fuera de la estandarizada, no solo es desechable
sino combatida por potencialmente peligrosa. La criba de los
pensadores no productivos en el sistema social contemporáneo es una
evidencia, expulsándolos de cualquier opción de vida digna al
restringirles el acceso a las fuentes de ingresos normalizadas (sus
labores, como actividades profesionales, son eliminadas de las
ofertas laborales). La conversión al pensamiento único y
productivo, acorde a los cánones de productividad del Mercado, es
una exigencia purgatoria de corte inquisitorial. La gastronomía del
alma queda prohibida más allá de la propia intimidad. Y con ello el
vaciado del pensamiento crítico, y por ende el empobrecimiento del
hombre como especie reflexiva, se consuma a cada nueva generación.
La tendencia clara del
pensamiento único y estandarizado solo lleva a la endogamia
intelectual, en éste caso de las mentes tecnopensantes productivas,
que ya se atreven a sustituir la mano de obra humana de los trabajos
considerados de bajo valor diferencial por la robótica (más o menos
inteligente) capacitada incluso para crear “obras de arte”, entre
ellas pinturas, novelas o películas. Lo cierto es que no me apetece
en absoluto poder llegar a ver el futuro de una humanidad vacua por
desarrollada ajena a las artes humanistas, por muy avanzada que pueda
llegar a ser tecnológicamente. Mientras tanto, ya no por rebeldía
sino por necesidad existencial del espíritu, continuaré
alimentándome de la gastronomía del alma, aunque ello me convierta
en un indigente ilustrado con techo, pues el sentido de la vida no se
compra con dinero sino que se adquiere pensando, aunque sea
improductivamente. Los pensadores humanistas, aun a peligro de
parecer disfuncionales sociales patológicos a los ojos del Mercado,
existimos, aunque no tengamos cabida en la sociedad productiva para
el empobrecimiento de ésta. Oscuros tiempos nos ha tocado vivir
donde para existir no se necesita pensar. Descartes, y su
racionalismo, ha muerto. Pero los filósofos, aun desnutridos,
resisten en existir pensando.
Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano