Reconocer la buena o mala
suerte es fácil, ya que no hay más que aplicar una comparativa de
referentes en un contexto determinado que hasta un niño puede
resolver. Lo difícil es saber cómo obtener el privilegio de gozar
de la buena suerte, si es que es posible (puesto que nadie en su buen
juicio quiere tener mala suerte, pues equivale a penurias). Para ello
debemos diferenciar la manifestación bicéfala de su naturaleza, ya
que la buena suerte tanto puede mostrarse en la vida de los mortales
de manera súbita e inesperada, como puede mostrarse como resultado
de un esfuerzo previo por ganarla. En ambos casos, el factor clave es
la ocasión.
Entendemos como ocasión
el momento favorable para conseguir una cosa, pero este momento
favorable, en términos de la buena suerte, está más vinculado a la
aleatoriedad del azar que a una acertada planificación intelectual.
No en vano las antiguas representaciones de la divinidad de la
Fortuna siempre van acompañadas tanto de la rueda de la fortuna que
no es más que una especie de la ruleta del azar, como de otros
elementos simbólicos propios de la casualidad. Y adjunta a la
Fortuna, en el universo mitológico clásico, siempre le acompañaba
la deidad de la Ocasión (¡qué casualidad!), presentada con una
iconografía que hacía entender que la Fortuna era una Ocasión
difícil de atrapar (y posteriormente de mantener). De hecho, en la
antigüedad romana se confundían ambas divinidades en materia de
buena suerte.
Por tanto, si la ocasión
viene determinada por el azar, que es una causa o fuerza que
determina que unos hechos imprevisibles se desarrollen de una manera
u otra, alcanzar la buena suerte parece presentarse como una empresa
altamente complicada (por no decir imposible). Así pues, la pregunta
obligada es: ¿podemos acotar el campo de actuación del azar a
nuestro favor para forzar la ocasión favorable que nos permita
alcanzar la buena suerte?
Dejando a un lado la
buena suerte inesperada y repentina, que comporta un alto grado de
azarosidad no controlable, centrémonos en la buena suerte como
manifestación de un trabajo previo para alcanzarla. Está claro que
aquella persona que genera las condiciones apropiadas para que se dé,
en un momento u otro, la ocasión favorable, estará más cerca de
conseguir la buena suerte. Es la idea de estar preparado para subirse
al tren cuando pase. Lo cual nos conduce a la idea de que a mayor
capacidad de gestión de recursos y oportunidades, mayor posibilidad
de obtener la buena suerte adquirida por (mayor o menor) esfuerzo
propio. En este sentido, la escalabilidad del azar parece reducirse a
un juego estadístico. Pero no es menos cierto que muchos son los que
aun con capacidad de generar circunstancias favorables no son tocados
por la gracia de la diosa Fortuna. Por lo que debemos entender que el
azar es una fuerza causal de la naturaleza que combina un número
ingente de determinismos que no podemos llegar ya no a controlar sino
incluso a percibir. Quien la persigue, no siempre la consigue.
Si bien entendemos que la
buena suerte viene determinada por la ocasión, y ésta por el azar,
hasta que no lleguemos a controlar el azar no podremos gestionar la
buena suerte a voluntad. La dificultad del azar radica, justamente,
en que su manifestación deviene de infinitas variables opcionales
para un contexto finito, donde dicho contexto finito está
interrelacionado, a su vez, con realidades espacio-temporales
infinitas que configuran el gran potencial en continuo flujo de
movimiento que llamamos vida, de la que desconocemos asimismo si está
determinada incluso por otras dimensiones (universo
multidimensional). O, dicho de otra manera, el azar es solo materia
de dioses.
Mientras tanto, de vuelta
al mundo de los mortales, todos soñamos en uno u otro momento de
nuestra existencia con esa ocasión favorable que nos permita
alcanzar un estado de buena suerte, desconocedores tanto de si en un
pasado más o menos reciente tomamos una decisión que nos apartó
del lugar y momento propicio para que se dieran las circunstancias,
como de los pasos que debemos dar en un futuro próximo para ser
tocados por la gracia de la afortunada providencia. Nunca lo
sabremos. Por algo a la divina Ocasión se la representa con alas en
los pies simbolizando la velocidad con la que pasa, encima de un gran
balón significando su inestabilidad, con una larga cabellera que le
tapa los ojos porque no sabe por dónde va, y calva por la nuca
porque es escurridiza de atrapar. Y es que “a la Ocasión la pintan
calva”. Así pues, más que concluir con el deseo de que la Suerte
nos acompañe, me siento más riguroso afirmado -mal nos pese- que la Suerte está
echada. Alea iacta est.