domingo, 5 de agosto de 2018

¿Existe el Destino o es otra cosa?

Edipo abandonando Tebas con su hija Antígona. Charles Jalabert

Cuando pienso en el destino no puedo más que recordar el viejo mito de la grecia clásica de Edipo, que aun intentando activamente eludir la profecía del Oráculo de Delfos, acaba cumpliéndola al matar a su padre y desposarse con su madre sin ser consciente de ello. Así pues, el mito de Edipo es una clara alegoría defensora del destino entendido como una preordenación divina de la que ningún mortal puede escapar. Pero acto y seguido la mente se me va hacia la máquina de Galton, en el que el polímata británico que da nombre al dispositivo demuestra cómo una suma de variables aleatorias acaban distribuyéndose de una forma normal (entendiendo como normal la respuesta más frecuente obtenida estadísticamente: campana de Gauss). Por lo que, por su parte, la máquina de Galton (causa) o la campana de Gauss (efecto) es una clara teoría defensora del destino entendido como una preordenación matemática, por estadística y probabilidad, de la que tampoco ningún mortal puede escapar.

Llegados a este punto, tenemos dos axiomas posibles, dependiendo de la percepción cosmológica que defendamos:

1.-El destino preordenado por la divinidad y las matemáticas son diferentes, ergo si ambas naturalezas son independientes entre sí o bien el destino preordenado por la divinidad es cierto, mientras que el matemático es falso; o bien el destino preordenado por las matemáticas es cierto, mientras que el divino es falso,

2.-El destino preordenado por la divinidad y las matemáticas es el mismo, ergo las matemáticas es una manifestación del ordenamiento divino.

Resolver la veracidad de dichas proposiciones resulta tan kafkiano como la propia teología, pues nos veríamos abocados a concluir ya no solo sobre la existencia de Dios, sino sobre quién es el primero, ¿Dios o el Big-Bang? y, por tanto, si la divinidad ha creado al hombre o el hombre a la divinidad. Y, en última instancia, ¿qué entendemos por Dios o divinidad creadora?. Sin intención de entrar en esta reflexión, que cada cual crea lo que ha decidido creer.

No obstante, si existe algún denominador común objetivo (más allá de las creencias personales y sociales) entre los diversos axiomas es el determinismo. Si creemos en el determinismo divino no hay mucho qué decir, pues nuestro destino está trazado desde el momento incluso anterior a nuestra propia concepción (otra cosa es poderlo descodificar). Pero si creemos en el determinismo estadístico, el tema se pone interesante, pues nuestro destino viene determinado por la suma de variables aleatorias e independientes personales y ambientales en un contexto finito como es la sociedad, dando como resultado una distribución normal de destinos posibles en la propia campana de Gauss de la sociedad objeto de estudio. O, dicho en otras palabras, si bien la vida de una persona es una continua decisión diaria de opciones posibles, el conjunto de sumas de historias personales que dibujan la vida de un individuo ya están recogidas todas ellas dentro de los destinos posibles de una sociedad, por determinismo de ésta. El destino individual de una persona no puede escaparse de la campana de destinos de Gauss de la sociedad a la que pertenece. Otra cosa es dónde se sitúa nuestro destino personal dentro de la curva gaussiana de destinos de la sociedad. Por lo que los destinos de los hombres son finitos y clasificables, por predeterminación social.

Hacer mención a que un hombre puede labrarse su propio destino es tan inocente como decir que un hombre goza de libertad, hasta que ésta encuentra sus límites. Resulta más apropiado decir que un hombre tiene diversas opciones de destinos posibles (en un juego de combinaciones predefinidas), pero todos ellos dentro de un contexto finito y, por tanto, determinante.

Si matemáticamente entendemos el determinismo de destinos posibles en una sociedad, podemos afirmar que el destino de una persona ya está trazado de antemano. Pues muchos son los anclajes personales, culturales y sociales que tiene un ser humano para poder escaparse de su lógica preordenación existencial. Pues, como en un cuadro, toda vida parte y se desarrolla a partir de un punto de fuga que da sentido al conjunto.

No obstante, los viejos dioses, en un acto misericordioso sabedores de nuestra naturaleza rebelde, nos insuflaron la gracia de una esperanza egocéntrica que nos permite levantarnos cada día con la certeza ilusoria de la posibilidad de un destino diferente para nuestras vidas. Quizás por ello nos hicieron ciegos frente al destino, para que igual que Edipo, pudiéramos experimentar la intensidad de la vida desde la autocomplacencia del engaño velado sobre el control de nuestra propia existencia.

Llegados a este punto no puedo concluir sin recordar a Sartre con su famosa frase: “¿actuar o no actuar?, dos posturas imperfectas en sí mismas”. Así pues, que cada cual opte por la mejor opción que considere a la luz del dibujo que traza su destino predeterminado, al nivel ilusorio con el que perciba la realidad, y a la reserva de fuerzas que le queden en su depósito personal de esperanza. Una esperanza que si bien es directamente proporcional a la edad de las personas hay que alimentar cada día, pues los hombres podemos prescindir de prácticamente todo, incluso de conocer los designios del destino, pero no podemos vivir sin esperanza.



Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano