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Edipo abandonando Tebas con su hija Antígona. Charles Jalabert |
Cuando pienso en el
destino no puedo más que recordar el viejo mito de la grecia clásica
de Edipo, que aun intentando activamente eludir la profecía del
Oráculo de Delfos, acaba cumpliéndola al matar a su padre y
desposarse con su madre sin ser consciente de ello. Así pues, el
mito de Edipo es una clara alegoría defensora del destino entendido
como una preordenación divina de la que ningún mortal puede
escapar. Pero acto y seguido la mente se me va hacia la máquina de Galton, en el que el polímata británico que da nombre al
dispositivo demuestra cómo una suma de variables aleatorias acaban
distribuyéndose de una forma normal (entendiendo como normal la
respuesta más frecuente obtenida estadísticamente: campana de Gauss). Por lo que, por su parte, la máquina de Galton (causa) o la
campana de Gauss (efecto) es una clara teoría defensora del destino
entendido como una preordenación matemática, por estadística y
probabilidad, de la que tampoco ningún mortal puede escapar.
Llegados a este punto,
tenemos dos axiomas posibles, dependiendo de la percepción
cosmológica que defendamos:
1.-El destino preordenado
por la divinidad y las matemáticas son diferentes, ergo si
ambas naturalezas son independientes entre sí o bien el destino
preordenado por la divinidad es cierto, mientras que el matemático
es falso; o bien el destino preordenado por las matemáticas es
cierto, mientras que el divino es falso,
2.-El destino preordenado
por la divinidad y las matemáticas es el mismo, ergo las
matemáticas es una manifestación del ordenamiento divino.
Resolver la veracidad de
dichas proposiciones resulta tan kafkiano como la propia teología,
pues nos veríamos abocados a concluir ya no solo sobre la existencia
de Dios, sino sobre quién es el primero, ¿Dios o el Big-Bang? y,
por tanto, si la divinidad ha creado al hombre o el hombre a la
divinidad. Y, en última instancia, ¿qué entendemos por Dios o
divinidad creadora?. Sin intención de entrar en esta reflexión, que
cada cual crea lo que ha decidido creer.
No obstante, si existe
algún denominador común objetivo (más allá de las creencias
personales y sociales) entre los diversos axiomas es el determinismo.
Si creemos en el determinismo divino no hay mucho qué decir, pues
nuestro destino está trazado desde el momento incluso anterior a
nuestra propia concepción (otra cosa es poderlo descodificar). Pero
si creemos en el determinismo estadístico, el tema se pone
interesante, pues nuestro destino viene determinado por la suma de
variables aleatorias e independientes personales y ambientales en un
contexto finito como es la sociedad, dando como resultado una
distribución normal de destinos posibles en la propia campana de
Gauss de la sociedad objeto de estudio. O, dicho en otras palabras,
si bien la vida de una persona es una continua decisión diaria de
opciones posibles, el conjunto de sumas de historias personales que
dibujan la vida de un individuo ya están recogidas todas ellas
dentro de los destinos posibles de una sociedad, por determinismo de
ésta. El destino individual de una persona no puede escaparse de la
campana de destinos de Gauss de la sociedad a la que pertenece. Otra
cosa es dónde se sitúa nuestro destino personal dentro de la curva
gaussiana de destinos de la sociedad. Por lo que los destinos de los
hombres son finitos y clasificables, por predeterminación social.
Hacer mención a que un
hombre puede labrarse su propio destino es tan inocente como decir
que un hombre goza de libertad, hasta que ésta encuentra sus
límites. Resulta más apropiado decir que un hombre tiene diversas
opciones de destinos posibles (en un juego de combinaciones
predefinidas), pero todos ellos dentro de un contexto finito y, por
tanto, determinante.
Si matemáticamente
entendemos el determinismo de destinos posibles en una sociedad,
podemos afirmar que el destino de una persona ya está trazado de
antemano. Pues muchos son los anclajes personales, culturales y
sociales que tiene un ser humano para poder escaparse de su lógica
preordenación existencial. Pues, como en un cuadro, toda vida parte
y se desarrolla a partir de un punto de fuga que da sentido al
conjunto.
No obstante, los viejos
dioses, en un acto misericordioso sabedores de nuestra naturaleza
rebelde, nos insuflaron la gracia de una esperanza egocéntrica que
nos permite levantarnos cada día con la certeza ilusoria de la
posibilidad de un destino diferente para nuestras vidas. Quizás por
ello nos hicieron ciegos frente al destino, para que igual que Edipo,
pudiéramos experimentar la intensidad de la vida desde la
autocomplacencia del engaño velado sobre el control de nuestra
propia existencia.
Llegados a este punto no
puedo concluir sin recordar a Sartre con su famosa frase: “¿actuar
o no actuar?, dos posturas imperfectas en sí mismas”. Así pues,
que cada cual opte por la mejor opción que considere a la luz del
dibujo que traza su destino predeterminado, al nivel ilusorio con el
que perciba la realidad, y a la reserva de fuerzas que le queden en
su depósito personal de esperanza. Una esperanza que si bien es
directamente proporcional a la edad de las personas hay que alimentar
cada día, pues los hombres podemos prescindir de prácticamente
todo, incluso de conocer los designios del destino, pero no podemos
vivir sin esperanza.
Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano