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Dante y Virgilio en el Infierno (Barca de Dante). E.Delacroix |
Uno de los primeros
pensadores que reflexionaron sobre la virtud y el vicio fue
Aristóteles, para quien ambas actitudes son intencionadas, y así
pues voluntarias del ser humano. Del viejo filósofo heredamos la
concepción del vicio como un hábito malo, pernicioso, inmoral o
insano tanto por exceso como por defecto, así como conceptualizamos
la virtud como un término medio entre éstos, siendo dicho proceder
moral más bueno, acertado y positivo individual y socialmente. In
medio virtus (la virtud está en el punto medio). En este sentido
es clásico el ejemplo del valor como virtud, en contraposición de
los vicios de la temeridad (exceso) y la cobardía (defecto).
Entendemos como vicio
todo aquello reprobable desde un punto de vista moral, por lo que hay
tantos vicios como actos reprobables moralmente podamos listar
(conscientes que existen tantas morales, asimismo, como contextos
socio-temporales habidos y por haber. Pues es el hombre, en cada
época, quien determina qué es el bien y qué el mal). No obstante,
si alguien consiguió sintetizar el conjunto de vicios de manera
atemporal a la historia del hombre fue Dante en su Divina Comedia (s.
XIV), y más particularmente en siete de los nueve círculos del que
se compone su famoso infierno: lujuria, gula, avaricia y
prodigalidad, ira y pereza, violencia, fraude, y traición. (Dejamos
de lado el limbo -en el que me gustaría acabar para debatir con
Homero, Sócrates, Platón, entre otros- y la herejía). Vicios que,
a su vez, se ramifican en subgrupos por singularidad. Por ejemplo, en
el octavo círculo del infierno en el que se castiga el fraude, éste
está dividido a su vez en diez recintos, en cuya quinta bolgia
se encuentran los políticos corruptos inmersos en brea hirviente.
Dejando tranquilos a los
políticos corruptos donde deban estar, si bien las grandes
categorías de vicios constituyen la estructura del infierno
dantesco, es curioso observar como en nuestra sociedad esta misma
estructura de vicios definen el concepto contemporáneo del cielo en
la Tierra. Es como si, tras siete siglos de diferencia, hubiéramos
volcado el universo de Dante para hacer del Infierno el Cielo, y del
Cielo el Infierno. Pues a nadie se le escapa que hoy en día el
concepto que tenemos de alcanzar el éxito en la vida va íntima y
generalizadamente ligado con la exaltación individual de los vicios,
castigando por contra los comportamientos virtuosos. Y todo ello
enmascarado en la cultura de la competitividad en un mercado de libre
competencia, que no es más que el encumbramiento del individualismo.
Quizás siempre haya sido así, pero quizás nunca como hasta ahora
habíamos manifestado tanta ostentación pública de los vicios como
sociedad, al menos como medio legítimo para obtener un fin
beneficioso: una vida exitosa (solo hay que poner atención a las
películas y canciones de moda). Un cambio de equilibrios en la
balanza de las virtudes y los vicios que, sin lugar a dudas,
representa una reorganización en la escala de valores sociales. ¿O
a caso no es premiar al vicio sobre la virtud el hecho que se
permita, por ejemplo, adquirir bloques de viviendas sociales a grupos
inversores buitre que obligan a desahuciar a sus inquilinos,
mercadeando así con uno de los derechos constitucionales de nuestro
Estado de Bienestar Social?. Un escueto ejemplo sustraído de una de
las noticias de actualidad de hoy mismo en nuestro país, de la que
los medios de comunicación van repletos. De ejemplos, tristemente,
no faltan.
No obstante, siendo
sincero, la presente reflexión viene motivada por el caso particular
de un viejo amigo Historiador del Arte y Doctor Arquitecto, autor de
diversos libros de historia del arte, excelente profesor
universitario y un gran especialista como pocos en el mundo clásico,
del que he tenido conocimiento recientemente del hecho que se haya en
una situación personal de precariedad económica grave por falta de
trabajo, lo cual afecta irremediablemente a su estado emocional de
dignidad como persona. Las barreras artificiales del mercado laboral
por edad, así como las corruptelas y el tráfico de influencias en
los procesos de selección y oposición de la administración
pública, provocan que una vez más, en éste como en muchos otros
casos de rabiosa y anónima actualidad, las actitudes que promueven
los vicios sean premiadas por encima de las virtudes. ¿Dónde ha
quedado relegado el concepto platónico en el que la sabiduría y la
prudencia son las virtudes más elevadas del alma racional, tras la
justicia?.
La Virtud (areté)
es el camino hacia el Bien y la Justicia, fundamento de cualquier
Estado que se precie velar por el bien común (res publica) de
sus conciudadanos. Si denostamos socialmente la Virtud, ¿qué tipo
de Bien, de Justicia y, por extensión, de Estado estamos
promulgando? No hay más respuesta que aquella donde, como decía
Hobbes, el hombre es un lobo para el hombre.Y ya se sabe que en
tierra de lobos, donde prima la fuerza, el pillaje y la inteligencia
pícara, no hay lugar para la serena experiencia propia de la entrada
madurez, ni para las almas sensibles que cultivan la belleza de la
sabiduría en sus diversas disciplinas, ni mucho menos para la virtud
de la prudencia del saber comportarse a la luz de obsoletos cánones
de la buena educación.
No es intención de esta
breve artículo, fruto de la pequeña llama de indignación que
flamea en mi interior, hacer ningún discurso moralista. Tan solo
poner el enfoque en un aspecto sociológico que merece, a mi
irrelevante parecer, una reflexión. Aunque este no son tiempos ni
para reflexiones ni para pensadores. El carpe diem de Horacio,
cueste a quien cueste, impera.
Con afecto, para mi
ilustrado amigo JOB