Hay tres maneras de
acceder subjetivamente al futuro: persiguiéndolo, siendo
empujados hacia él, o alcanzándolo desde la inmovilidad del momento
presente. Podemos optar por cualquiera de las opciones posibles, así
como por una combinación de éstas, de manera continua, discontinua
o alternante, con ganas o a desganas, de manera consciente o
inconsciente, pero sea cual sea la manera siempre alcanzamos al
futuro incluso más allá de nuestro último aliento de vida. (Puesto
que las singularidades no son más que una ilusión en el flujo
continuo del Universo).
Cuando uno alcanza el
futuro desde la inmovilidad del momento presente no hay duda. Es como
si, aún estando en posición vegetativa frente a la existencia
propia y nuestro alrededor, continuamos desplazándonos
irremediablemente hacia el futuro, de la misma manera que nos movemos
-aun estando parados- sobre una correa deslizante a la que llamamos
tiempo.
La certeza se desvanece
cuando, al contrario, accedemos al futuro persiguiéndolo o siendo
empujados hacia él, pues resulta engañoso saber en qué modo nos
movemos. Hay quienes creen ilusoriamente que persiguen un futuro y en
verdad están siendo empujados hacia él, mientras que los hay
quienes creen que son empujados y realmente llevan tiempo
persiguiéndolo (aunque no lo sepan). En ambos casos el libre
albedrío queda en tela de juicio, unos por determinismos externos
(ambientales) y otros por determinismos internos (psicológicos), o
por una suma de ambos en porcentajes particulares para cada caso y
momento.
Pero lo cierto es que
sintetizando todos los casos posibles, solo hay una manera de acceder
objetivamente al futuro: siendo empujados hacia él. Y
llegados a este punto, lo relevante es discernir cómo somos
empujados a ese futuro, si de espaldas, de lado, de frente, agachados
o erguidos. He aquí la cuestión. Los que acceden empujados al
futuro de espaldas es que aún están anclados en el pasado, aunque
sea reciente, e intentan hacer una proyección hacia delante del
mismo. Los que acceden empujados al futuro de lado se encuentran
embebidos por la actividad social de su entorno, sobre la que
proyectan un colindante escenario posible e inminente. Los que
acceden empujados al futuro de frente pretenden determinar, e incluso
controlar, la consiguiente naturaleza en la que correrá su propia
suerte. Los que en cambio acceden empujados al futuro agachados son
personas temerosas de la vida. Mientras que los que acceden empujados
al futuro erguidos son aquellos individuos empoderados quienes o bien
aceptan el misterio de la existencia con templanza (que no
resignación), o bien se sienten con la fuerza propia del arrogante
que todo lo puede (pobres ilusos!).
Solo en el estadio de la
madurez es cuando podemos percatarnos que accedemos al futuro
(objetivamente) siendo siempre empujados hacia él, pues en la
esencia de la madurez queda cautivo -en la mayoría de los casos- el
desengaño de un joven sueño de vida irrealizada. Y es en esa misma
madurez cuando obtenemos la sinceridad necesaria para con nosotros
mismos, fruto de un progresivo desapego egocentrista con respecto al
mundo, para saber cómo hemos accedido empujados al futuro: de
espaldas, de lado, de frente, agachados o erguidos.
Si bien cuando era joven
compartía con Quevedo la angustia por la brevedad de la vida: ¡Fue
sueño ayer; mañana será tierra! / ¡Poco antes, nada; y poco
después, humo!. Ahora que ya soy adulto la corta vida me parece
larga. Al menos lo suficientemente larga como para darme cuenta que a
veces estoy siendo cansinamente empujado hacia el futuro de espaldas
e incluso agachado, otras de lado, y las más -ciertamente- de frente
y erguido. Pero siempre empujado. Por lo que la máxima de la vida es
sueño de Calderón de la Barca se me antoja tan veraz como los
inexorables empujones que me adentran al futuro: ¿Qué es la
vida?: un frenesí. / ¿Qué es la vida?: una ilusión, / una sombra,
una ficción, / y el mayor bien es pequeño; / que toda la vida es
sueño, / y los sueños, sueños son.
¿Cómo me veo empujado
ahora hacia el futuro? Ciertamente, no voy a negarlo, en un juego
postural de combinaciones varias, pero con la máxima dignidad que un
hombre puede permitirse frente a la relatividad de una realidad que
creía -en mi inocente niñez- tan compacta como coherente. Pues la
realidad, como la vida, no es más -ni menos- que una ilusión
onírica más. Aunque no puedo menospreciar el hecho que lo
importante no es tanto acceder al futuro, sino cómo accedemos a él.
Pues el modo determina, al fin y al cabo, el sentido mismo que le
otorgamos a nuestra volátil existencia.