martes, 21 de agosto de 2018

El reto de educar desde la autoridad a un Adolescente que, como el pez de la pecera, no sabe quién le cambia el agua


Educar a un adolescente es uno de los grandes retos que tiene todo padre. Pero, ¿qué es educar?. Educar no solo se circunscribe al ámbito de enseñar conocimientos, facultad que ostentan -no en exclusividad- los profesores de los centros educativos en sus diversos niveles, sino que educar significa fundamentalmente promover el desarrollo de las potencialidades psíquicas y cognitivas del adolescente, lo que abarca tres ámbitos de trabajo muy concretos: las facultades intelectuales (mente), las facultades morales (valores), y las facultades afectivas (sentimientos) de acuerdo con la cultura y las normas de la sociedad a la que se pertenece.

No obstante, no hay capacidad de educar sin la facultad de la autoridad para educar. La autoridad es un derecho natural en el caso de los padres sobre sus hijos hasta que éstos, por ley, adquieren el derecho de autoridad propia sobre sí mismos. Un derecho de autoridad propia que es parcial en los adolescentes entre los 14 a los 18 años, pudiendo en España a partir de los 14 años solicitar el DNI (que es obligatorio), obtener el permiso de conducción de ciclomotores, otorgar testamento abierto ante notario, ser testigo en un juicio, denunciar ante la policía y, a partir de los 16 años poder trabajar con el permiso de los padres e incluso emanciparse mediante comparecencia ante un juez y bajo el consentimiento de los padres. Fuera de ello, la responsabilidad y obligaciones legales de los adolescentes como menores de edad son la de obedecer y respetar siempre a sus padres mientras permanezcan bajo su potestad, mientras que por su parte los padres tenemos la obligación legal de vigilar a nuestros hijos menores hasta el punto que somos responsables civiles de los daños causados por ellos, de los derivados de delitos y faltas penales e, incluso, desde el año 2005, de las multas de tráfico.

Pero como todos los padres con adolescentes sabemos, una cosa es la autoridad legal y otra la autoridad real. Pues el quid de la cuestión en materia de educación se presenta cuando el adolescente se rebela contra la autoridad paternal, preguntándonos los padres ¿dónde está el hijo/a que conocíamos y quién es ese extraño/a que ha poseído su cuerpo de un día para otro, verdad?. Que la rebeldía, como comportamiento humano, profundamente humano, de resistencia, desafío e incluso desobediencia a la autoridad es algo innato a la adolescencia es por todos conocido, pero otra cosa es cuando la rebeldía se manifiesta a través de nuestros hijos. Ya que si la rebeldía por esencia ataca directamente la autoridad, ¿cómo podemos los padres educar sin autoridad frente a los hijos?. La respuesta no da lugar a equívocos: no podemos. Por lo que si rechazamos renunciar a nuestra obligación legal y moral de educar como padres a nuestros hijos adolescentes debemos reafirmar nuestra autoridad, pues lo contrario es dejación de funciones.

La pregunta del millón que acontece, llegados a este punto, no es otra que dilucidar ¿cómo podemos mantener el status quo de la autoridad parental frente a un adolescente rebelde que rehúsa y lucha contra la misma? Si entendemos que la autoridad paternal es el medio para conseguir el fin de educar intelectual, moral y afectivamente a nuestros hijos, debemos entender asimismo que el nivel de intensidad de la autoridad aplicada siempre debe velar por no quebrar el fin que persigue. Pues ningún padre diligente, en su buen juicio, desea que la aplicación de su autoridad provoque un efecto contrario en el adolescente a los principios y potencialidades educativas que, desde el amor de padres, desea para sus hijos. Dicho lo cual, al contrario de tiempos pasados, queda descartado en el contexto social contemporáneo el ejercicio de la autoridad desde el autoritarismo (sometimiento absoluto a una autoridad totalitaria).

Los tres niveles de fuerza de la educación

El nivel o grado de intensidad de la autoridad paternal debe depender, en cada momento de su aplicación, a tres niveles de fuerza de presión determinantes:

1.-La fuerza de presión del Adolescente: La rebeldía del adolescente está caracterizada por factores neurobiológicos y psicológicos marcado por una crisis de identidad (que suele ir acompañado de una alteración en la conducta) y un desapego parental en busca de una personalidad propia y singular que de sentido a su vida.

2.-La fuerza de presión Ambiental: La rebeldía del adolescente se retroalimenta no solo en el contexto de unas amistades también adolescentes (donde nos guste o no aparecerán los primeros amores), sino también en un contexto social marcado por una cultura consumista del hedonismo (que conlleva la búsqueda del placer inmediato, la exaltación de los sentidos, la promoción del individualismo y un comportamiento socialmente laxo), y la violencia mediática (difundida en películas, canciones o videojuegos) como alegato del camino para la consecución del éxito en la vida.

y, 3.-La fuerza de la presión de los Padres: La educación paternal que debe cumplir con el proceso de desarrollo de las facultades intelectuales, morales y afectivas de los hijos, condicionadas por una conceptualización arquetípica de las mismas nunca acordes a los tiempos que corren (pues los padres, como seres humanos, somos hijos de nuestra propia época y educación concreta, y el mundo se haya en un vertiginoso proceso de cambio y transformación continuo -no siempre, ni en todos los casos, a mejor-), y limitadas por una inadecuada disciplina familiar por el cambio que el mercado sociolaboral ha generado sobre el modelo familiar tradicional, con mayor afección si cabe en los modelos de familia de padres separados.

Tres fuerzas de presión que determinan, queramos o no, el nivel de intensidad de la autoridad paternal a aplicar, y sobre las cuales los padres no podemos más que buscar el mejor equilibrio posible para la obtención de una educación efectiva y eficiente. Cegarnos a la evidencia de la interrelación de la triada de fuerzas que participan en el desarrollo educativo de un adolescente es abocarnos al fracaso.

Los cuatro enfoques de la autoridad de educar: prohibir, acompañar, negociar y supervisar

Pero, ¿qué significa encontrar el mejor equilibrio entre las fuerzas de presión que determinan el grado de intensidad del acto de la autoridad educativa?. Pues significa que la autoridad de educar debe conjugar, de manera alternativa y diferente para cada circunstancia concreta, con cuatro enfoques posibles: prohibir, acompañar, negociar y supervisar, siempre -en el caso de los adolescentes- bajo el enfoque de inculcar conductas de responsabilidad. Pues los seres humanos si bien solo aprendemos mediante la experiencia, la buena educación requiere de una experiencia que conlleve la consciencia de la responsabilidad de los actos. Una consciencia que solo los padres podemos iluminar a unos hijos adolescentes que, aun creyéndose prepotentemente conocedores del funcionamiento de la vida, carecen del conocimiento suficiente por falta de experiencia. Pues los adolescentes, como el pez de la pecera, no saben quién le cambia el agua.

De los cuatro enfoques posibles de la autoridad de educar (prohibir, acompañar, negociar y supervisar), es evidente que la prohibición es el acto que genera mayor confrontación contra la actitud de rebeldía del adolescente. Pero no es menos cierto que aunque a los padres nos duela crear situaciones de enfrentamiento con nuestros amados hijos (¿a qué padre no se le rompe el corazón tras un desencuentro con su hijo?), en materia de educación deben existir líneas rojas que no pueden ser traspasadas, siendo el Respeto la línea roja por excelencia. La prohibición -que puede derivar en un castigo, siempre proporcionado y mesurado- busca potenciar el desarrollo de la facultad moral del adolescente, educándole en valores que, más tarde o más temprano, integrará en su escala personal de principios existenciales. Pero la prohibición, asimismo, debe estar equilibrada, en su justo tiempo y forma, con la potenciación del desarrollo de la facultad afectiva, para que el adolescente pueda integrar un valor educativo (no aceptado inicialmente) desde la salud emocional y, por extensión, mental. Puesto que la educación busca hacer crecer a nuestros hijos como personas saludables, y lo último que queremos es que nuestra acción educativa genere patologías de comportamiento en nuestros hijos que los convierta en adultos disfuncionales emocionalmente el día de mañana. Es por ello que junto a un acto de autoridad de prohibición, proporcional en tiempo y medida, se acompañe con un acto de autoridad de acompañamiento afectivo, también en tiempo y medida, donde la comunicación verbal y no verbal es especialmente importante. A partir de aquí, la potencialidad del desarrollo de la facultad intelectual del adolescente es posible, puesto que tan importante como enseñar en valores es racionalizar sobre los mismos, y más si cabe en una generación de adolescentes que solo aceptan aquello que entienden intelectualmente.

Nadie dijo que enseñar a nuestros hijos adolescentes fuera fácil, y menos desde la distancia de personalidades marcadas. Pero como dijo el viejo sabio Aristóteles: educar la mente sin educar el corazón, no es educar en absoluto. Desde la imperfección de seres humanos que ejercemos como padres deseo que, el sabor amargo de educar desde una autoridad incomprendida nos sea recompensado, el día de mañana, por la honra sentida de nuestros siempre pequeños hijos que serán adultos. Mientras tanto, aun si que ellas (mis hijas) puedan percibirlo y menos conocerlo, amorosamente continuaré cambiando el agua de sus peceras para que crezcan como personas en un entorno de referencias educativas saludables.


Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano