Si algo comparto con
Schopenhauer es que ambos ponemos en tela de juicio la capacidad del
libre albedrío del ser humano, así como la inspiración para la
selección del título principal de esta reflexión, si bien he
cambiado su “conocerse” (término original en el título de una
famosa obra del viejo filósofo alemán) por mi aportación
particular de “desconocerse”. Pues todos los indicadores de
comportamiento social apuntan a que el individuo del siglo XXI, en su
búsqueda existencial de una vida hedonista como camino de
enajenación personal, se ha entregado con ímpetu a desarrollar el
arte de desconocerse a sí mismo.
El clásico aforismo
griego del “Conócete a ti mismo” del templo de Apolo en Delfos,
ha sido substituido por el aforismo contemporáneo del “Desconócete
a ti mismo” de los nuevos templos de Consumo del Mercado. Pues
cuanto menos conocimiento tengas de ti mismo, más manipulable serás
para las tendencias del Mercado. Mientras que, por otro lado, el
propio desconocimiento de uno mismo viene suplido por el gran
conocimiento secreto que tiene el Mercado sobre el perfil psicológico
de ti mismo (gracias a los patrones de comportamiento creados por tus
huellas o rastros digitales las 24 horas del día), lo que le permite
al Mercado no solo prever tus necesidades, sino adelantarse y
satisfacerlas. Y todo ello por el módico precio de despreocuparte en
saber quién eres y qué quieres y necesitas realmente (la
explotación de la cultura del mínimo esfuerzo en la filosofía de
la búsqueda de la satisfacción del placer sensorial inmediato),
puesto que solo pueden llenarse aquellas vasijas que están vacías.
Conocerse a uno mismo, en
cambio, es cambiar 180 grados el enfoque del acto cognoscitivo
(respecto a la perspectiva del mundo) para ser uno mismo el sujeto de
conocimiento. Un acto intelectual que requiere de una actitud muy
concreta y definida: estar en mismidad. Así pues, para poder
conocerse a uno mismo se requiere tanto de acto como de actitud. El
acto del proceso cognitivo y la actitud de la mismidad. Dos
comportamientos que pertenecen al ámbito de la acción, no de la
pasividad (no-actuar). Pero, ¿qué entendemos por proceso cognitivo
y mismidad en el contexto de conocerse a uno mismo?.
El acto cognosciente en
un proceso de autoconocimiento no es más que filosofar sobre Yo y mi
existencia (mi vida diaria), pues la filosofía es la ciencia de la
búsqueda de la esencia última ya no de la verdad (que siempre es
subjetiva), sino de la realidad de las cosas y sus relaciones
(intentado depurar todo el relativismo que podamos). Puesto que
aquella persona que camina por la vida sin ningún barniz de
filosofía es prisionero de la manera de entender, enjuiciar y
valorar el mundo por parte de su contexto socio-temporal, que en
nuestro caso no es otro que el dogma impuesto por el Mercado para su
propia supervivencia. Quedando su Yo ahogado y engullido en el Yo
colectivo de los Otros (espacio donde se retroalimenta el Mercado,
también denominado Sistema).
Por su parte, la actitud
de permanecer en mismidad es el estado consciente que separa mi yo
individual del resto de sujetos y objetos individuales y colectivos
que conforman la totalidad de la realidad. Una actitud que requiere
de la voluntad de estar en soledad, pues solo en la soledad (ya sea
continua o discontinua) una persona puede encontrar el espacio
adecuado para reencontrarse consigo misma. Y es justamente en ese
espacio donde es posible la reflexión filosófica sobre quién soy,
qué concepto tengo de la vida -ya sea trascendental o mundano-, y
cómo quiero vivirla (o, lo que es más importante, qué no quiero de
la vida).
Pero como los mortales no
escapamos al principio de indeterminación, los seres humanos como
individuos nunca somos siempre iguales porque estamos en continuo
cambio y transformación personal. Así pues, el proceso de conocerse
a uno mismo solo finaliza, al menos en este viaje con fecha de
caducidad, hasta la exhalación del último aliento de vida. Por lo
que la revisión sobre nuestro propio autoconocimiento es continua.
El acto del proceso cognitivo y la actitud de la mismidad se
convierte, si pretendemos cumplir con el aforismo del templo de
Delfos, en un hábito recurrente cuya práctica viene determinada a
discreción por parte de las necesidades singulares de cada persona.
Al fin y al cabo, la razón de conocerse a uno mismo no es otra que
la de otorgar sentido a nuestras efímeras vidas. Pues no hay más
muerto en vida que aquella persona que consume las respiraciones
limitadas de su existencia con un sentimiento de vacío interior (por
mucho que busque llenarse con distracciones externas que, al igual
que el agua de mar, solo producen mayor insatisfacción de sed
vital).
No deseo acabar la
presente reflexión sin apuntar la importancia de la búsqueda de
espacios de mismidad en los estados de pareja, pues la fortaleza y
salubridad del sentido de compartir una vida en pareja radica,
justamente, en la reafirmación personal del sentido propio que
otorgamos a nuestra vida individual. Sin sentido individual de la
vida no es viable en el tiempo un sentido común de vida en pareja,
pues del primer precepto se reafirma y alimenta el segundo.
(Desde mi espacio de
mismidad Veo, Teresa, tu espacio de mismidad.)
Registro personal de El arte de conocerse a sí mismo, en: Vademécum del Ser Humano