martes, 7 de agosto de 2018

El arte de desconocerse a sí mismo (vs. Conócete a ti mismo)


Si algo comparto con Schopenhauer es que ambos ponemos en tela de juicio la capacidad del libre albedrío del ser humano, así como la inspiración para la selección del título principal de esta reflexión, si bien he cambiado su “conocerse” (término original en el título de una famosa obra del viejo filósofo alemán) por mi aportación particular de “desconocerse”. Pues todos los indicadores de comportamiento social apuntan a que el individuo del siglo XXI, en su búsqueda existencial de una vida hedonista como camino de enajenación personal, se ha entregado con ímpetu a desarrollar el arte de desconocerse a sí mismo.

El clásico aforismo griego del “Conócete a ti mismo” del templo de Apolo en Delfos, ha sido substituido por el aforismo contemporáneo del “Desconócete a ti mismo” de los nuevos templos de Consumo del Mercado. Pues cuanto menos conocimiento tengas de ti mismo, más manipulable serás para las tendencias del Mercado. Mientras que, por otro lado, el propio desconocimiento de uno mismo viene suplido por el gran conocimiento secreto que tiene el Mercado sobre el perfil psicológico de ti mismo (gracias a los patrones de comportamiento creados por tus huellas o rastros digitales las 24 horas del día), lo que le permite al Mercado no solo prever tus necesidades, sino adelantarse y satisfacerlas. Y todo ello por el módico precio de despreocuparte en saber quién eres y qué quieres y necesitas realmente (la explotación de la cultura del mínimo esfuerzo en la filosofía de la búsqueda de la satisfacción del placer sensorial inmediato), puesto que solo pueden llenarse aquellas vasijas que están vacías.

Conocerse a uno mismo, en cambio, es cambiar 180 grados el enfoque del acto cognoscitivo (respecto a la perspectiva del mundo) para ser uno mismo el sujeto de conocimiento. Un acto intelectual que requiere de una actitud muy concreta y definida: estar en mismidad. Así pues, para poder conocerse a uno mismo se requiere tanto de acto como de actitud. El acto del proceso cognitivo y la actitud de la mismidad. Dos comportamientos que pertenecen al ámbito de la acción, no de la pasividad (no-actuar). Pero, ¿qué entendemos por proceso cognitivo y mismidad en el contexto de conocerse a uno mismo?.

El acto cognosciente en un proceso de autoconocimiento no es más que filosofar sobre Yo y mi existencia (mi vida diaria), pues la filosofía es la ciencia de la búsqueda de la esencia última ya no de la verdad (que siempre es subjetiva), sino de la realidad de las cosas y sus relaciones (intentado depurar todo el relativismo que podamos). Puesto que aquella persona que camina por la vida sin ningún barniz de filosofía es prisionero de la manera de entender, enjuiciar y valorar el mundo por parte de su contexto socio-temporal, que en nuestro caso no es otro que el dogma impuesto por el Mercado para su propia supervivencia. Quedando su Yo ahogado y engullido en el Yo colectivo de los Otros (espacio donde se retroalimenta el Mercado, también denominado Sistema).

Por su parte, la actitud de permanecer en mismidad es el estado consciente que separa mi yo individual del resto de sujetos y objetos individuales y colectivos que conforman la totalidad de la realidad. Una actitud que requiere de la voluntad de estar en soledad, pues solo en la soledad (ya sea continua o discontinua) una persona puede encontrar el espacio adecuado para reencontrarse consigo misma. Y es justamente en ese espacio donde es posible la reflexión filosófica sobre quién soy, qué concepto tengo de la vida -ya sea trascendental o mundano-, y cómo quiero vivirla (o, lo que es más importante, qué no quiero de la vida).

Pero como los mortales no escapamos al principio de indeterminación, los seres humanos como individuos nunca somos siempre iguales porque estamos en continuo cambio y transformación personal. Así pues, el proceso de conocerse a uno mismo solo finaliza, al menos en este viaje con fecha de caducidad, hasta la exhalación del último aliento de vida. Por lo que la revisión sobre nuestro propio autoconocimiento es continua. El acto del proceso cognitivo y la actitud de la mismidad se convierte, si pretendemos cumplir con el aforismo del templo de Delfos, en un hábito recurrente cuya práctica viene determinada a discreción por parte de las necesidades singulares de cada persona. Al fin y al cabo, la razón de conocerse a uno mismo no es otra que la de otorgar sentido a nuestras efímeras vidas. Pues no hay más muerto en vida que aquella persona que consume las respiraciones limitadas de su existencia con un sentimiento de vacío interior (por mucho que busque llenarse con distracciones externas que, al igual que el agua de mar, solo producen mayor insatisfacción de sed vital).

No deseo acabar la presente reflexión sin apuntar la importancia de la búsqueda de espacios de mismidad en los estados de pareja, pues la fortaleza y salubridad del sentido de compartir una vida en pareja radica, justamente, en la reafirmación personal del sentido propio que otorgamos a nuestra vida individual. Sin sentido individual de la vida no es viable en el tiempo un sentido común de vida en pareja, pues del primer precepto se reafirma y alimenta el segundo.

(Desde mi espacio de mismidad Veo, Teresa, tu espacio de mismidad.)



Registro personal de El arte de conocerse a sí mismo, en: Vademécum del Ser Humano