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Montoro (PP)-Montero (PSOE), ministros de Hacienda |
No tengo claro que el
hombre sea un ser social por naturaleza, como afirmaba Aristóteles.
Pero de lo que sí que estoy seguro es que el hombre necesita de un
pacto social para convivir entre semejantes, como apuntaba Rousseau.
De hecho, si bien cada época de la historia de la humanidad tiene
sus particularidades, el pacto social – ya sea explícito o tácito-
no es más que un instrumento que intenta velar por la disputa eterna
entre el bien colectivo y el bien individual (lo cual no significa
que sea equitativo, pues en la ecuación concurre el factor poder), y
que se sustenta en unos valores que evoluciona con el desarrollo del
propio ser humano como especie.
En la actualidad, la
lucha entre el bien colectivo y el bien individual se traduce en la
búsqueda del equilibrio entre el sector público y el sector
privado, representados por el Estado (y especialmente por el poder
legislativo) y el Mercado, respectivamente. Tanto es así que
convivimos en una realidad (al menos en Europa) que podríamos
calificar de esquizofrénica, debido a la tensa relación coexistente
entre un modelo de Estado basado en el Derecho y el Bienestar Social
y un Mercado de libre competencia. Todo un equilibrio de opuestos.
No obstante, por mucho
que tendamos a alcanzar el punto medio como virtud, com dirían los
clásicos romanos (in medio virtus), la consecución del
equilibrio es una falacia solo sostenida en teoría sobre el papel. Y
a nadie se le escapa que, en pleno siglo XXI, la balanza no solo se
decanta hacia el Mercado de libre competencia, sino que incluso éste
marca las pautas y el ritmo del propio Estado. Tanto es así que en
los tiempos que vivimos ya no existen políticas alternativas
multicolores, sino políticas posibles fehacientes. Pero, ¿posibles
en qué contexto?, pues en ningún otro contexto más allá de aquel
que viene definido por el Mercado.
La respuesta al poder del
Mercado reside tanto en su papel de motor de la evolución de la
humanidad, mediante la innovación continua de productos y servicios
en un entorno altamente competitivo, como en su capacidad de generar
la economía productiva necesaria para sostener el gasto de los
Estados de Derecho y Bienestar Social. O dicho de otra manera, el
sector privado mantiene al sector público.
Por otro lado, cabe
apuntar que mientras que el dinamismo del Mercado le ha permitido
alcanzar altas cuotas de desarrollo orgánico y funcional (ya estamos
en la cuarta era de la revolución industrial, la era de la
inteligencia artificial con aplicaciones en todos los aspectos de la
vida diaria de las personas), la práctica parálisis de la evolución
del Estado, como gerente de la res publica, le situa en
parámetros de desarrollo y vicios equiparables a los del siglo
pasado.
Así pues, si los poderes
ejecutivo (Gobierno) y legislativo (Cortes Generales) solo pueden
aplicar políticas posibles dentro de la lógica de funcionamiento
del Mercado, que es quien lleva las riendas de la evolución humana,
¿necesitamos a los políticos para velar por el bien colectivo?.
¿Podemos sustituir la gestión política actual por otro modelo de
gestión más eficaz y equitativo basado en el análisis avanzado de
multivectores sociales clave con capacidad de resolver necesidades
colectivas de la manera más óptima posible?. Por supuesto que sí,
sobre la base de una predefinición de lo que entendemos por bien
colectivo a la luz de la tradición humanista. Con ello nos
ahorraríamos incurrir en escenas, de rabiosa actualidad,
protagonizadas por personas incapacitadas -por defecto, vicio
moral, malintencionadas o partidistas- cuya gestión atenta
directamente a los intereses colectivos de los ciudadanos. Aunque
ello no podría excluir de manera absoluta la intervención humana
-pero sí reducirla sustancialmente- que es, en última instancia,
quien deberá velar por insuflar el espíritu humano en la gestión pública y actualizar los parámetros de definición del bien
colectivo a proteger en sintonía con la evolución del conjunto de
la sociedad.
Va siendo hora, en plena
era digital en entornos de sistemas inteligentes, que actualicemos
los puestos políticos de poco o nulo valor añadido para maximizar
la eficacia de los procesos de gestión pública. Quizás así seamos
capaces de acercarnos al modelo platónico de la res publica
como un ejercicio ético del bien colectivo en un tiempo, como el
actual, donde las sociedades evolucionan a velocidad de la luz
gracias a la revolución del conocimiento que capitanea un Mercado en
continua disrupción.
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Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano