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Gif del fotógrafo Derrick Santini |
Me entusiasma que la vida
me sorprenda hasta el punto de observar, con la alegre excitación
propia de un inquieto niño curioso, lo ignorante que soy. Pues entre
las muchas cosas que no sé, no sabía hasta hoy – en mi entrada
madurez- de la simbología del cisne como animal representativo del
mítico Zeus todopoderoso. Y eso que he devorado libros sobre la
antigua Grecia Clásica, ya sean de mitología, cultura o filosofía.
¡Pero por Zeus que necesito más vidas para completar mi nivel de
cultura general! (siempre en lucha continua con una mente
olvidadiza).
Lo apasionante de la
circunstancia, que renueva mi esperanza en la vida como una
experiencia continua llena de sorpresas, es el hecho de haber llegado
a dicho conocimiento de manera indirecta y a través de una
concatenación de singularidades. Estaba leyendo por la mañana una
novela de intriga que me tiene absorto y que recomiendo (“El Enigma
del Cuatro”, de Ian Caldwell y Dustin Thomason), cuyo hilo
conductor de la trama es el libro Hypnerotomachia
Poliphili
del siglo XV en una de cuyas xilografías se encuentra la reina
mitológica Leda, sobre un carruaje y en medio de una corte, entre
medio de cuyas piernas se haya un Zeus que le está haciendo el amor
bajo la forma de cisne. Es entonces que he recordado el bello lienzo
de cabecera de cama de mi pareja Teresa donde aparecen dos hermosas
damas desnudas junto a un cisne. Tras indagar con curiosidad un poco
en la gran biblioteca de internet me percato que el mito de Leda y el
cisne es extensamente conocido en el ámbito del arte, contando con
múltiples obras pictóricas y esculturas de artistas de la talla de
Leornardo da Vinci, Dalí, Bernini o Botero, entre otros muchos. Pero
todas las representaciones cuentan con dos personajes, Leda y el
cisne. Tan solo un artista francés del rococó, François Boucher,
aborda el mito introduciendo dos figuras femeninas, siendo la reina de
Esparta Leda la protagonista y restando simbología sexual a la
representación animal de Zeus (a diferencia de sus obras anteriores
de explícita intencionalidad fálica). Una obra maestra de 1742, de
tamaño reducido, cuyo autor hizo dos copias exactas con la única
diferencia de los paisajes. Y es justamente de la segunda copia de
Boucher que un artista posterior (seguramente del XIX) realiza una
copia fiel a tamaño mucho más grande, con licencias propias sobre
los colores de los tejidos donde reposan las damas y el peinado de
estilo victoriano, cuyo lienzo preside la intimidad de nuestro lecho
de cohabitación.
La
zoofílica histórica de Leda y el cisne gozó de gran popularidad
entre los intelectuales del renacimiento y del barroco, y aún en
nuestros días podemos encontrar ejemplos inspirados en el mito como
el vestido de cisne que lució la cantante contemporánea Björk en
los Premios Óscar del 2000. Intervención divina (del Olimpo) a
parte, quizás la seducción atemporal del mito reside en la
sensualidad erótica que despierta la combinación de la elegante
imagen del blanco inmaculado del cisne -que evoca una mezcla de
arquetipos entre delicadeza, pasión salvaje y poderío sexual-, y la
inocencia impoluta de una joven doncella.
El
instinto primario de supervivencia de la especie, manifestado a
través del impulso sexual y muchas veces camuflado bajo el ropaje
cultural del concepto de amor propio de cada época, es un tema
recurrente a lo largo y ancho de la historia del arte de la
humanidad. La sexualidad y el amor son temas tan trascendentales para
el hombre como la muerte o el propio sentido de la vida. Y la
manifestación estética del mito de Leda y el cisne no es más que
una representación, con connotaciones teológicas, de la
trascendencia de la sexualidad. De hecho, dos de los hijos nacidos de
Leda (presuntos descendientes del mismo Zeus) son inmortales. Pero si
algún significado se le puede encontrar a la alegoría sensual de
Leda y el cisne, mitología a un lado, es el relato causístico de un
tema tan antiguo como la propia humanidad: las pasiones y
debilidades humanas.
Volviendo
al cuadro de François Boucher, bajo la observancia de cuya réplica
engrandecida me acuesto en múltiples ocasiones, la representación
de Leda con una segunda figura femenina y el cisne conforman un
excelente cuerpo triangular. Una trinidad formada por tres vértices
esenciales de la existencia: aliento divino, sexualidad y vida, y
todo ello enmarcado en un bodegón de exuberante carne caduca que
exuda un fuerte aroma de pasión y debilidad humana que nos anuncia
el misterio, no exento de placer, de la creación de la vida. Al fin
y al cabo, con independencia del dilema del huevo y la gallina, o en
el caso que nos ocupa del recién nacido y la mujer, la vida no puede
resolverse sin sexualidad mediante.
Resulta
curioso como el sexo ha sido devaluado e incluso menospreciado a lo
largo de la historia ya no por las religiones, sino por la propia
filosofía (a excepción de casos destacados como Michel Foucault),
cuando es el instrumento alquímico por excelencia de la vida. Aunque
no es menos cierto que se trata de una energía tan poderosa que, mal
gestionada, puede socavar en la debilidad de la voluntad de las
personas hasta destruir la dignidad de la condición humana como
seres racionales que aspiramos a trascender nuestra dimensión
animal. Dejemos, pues, la zoofilía relegada a los mitos y leyendas
sobre la creación de la humanidad. Ya que la grandeza de nuestra
especie radica, justamente, en el reino de la razón sobre los
instintos, o como decían los antiguos griegos, en la enkrateia:
la capacidad necesaria para dominar los sentidos. Pero no en el
sentido de la moral cristiana que prohíbe absolutamente la práctica
sexual fuera de la intencionalidad de la procreación, sino en el
sentido de la chresis
aphrodision
de la moral platónica o aristotélica de usar debidamente los
placeres en su justa y adecuada medida para la salubridad mental
tanto individual como del conjunto de la sociedad (un principio que
se debería aplicar el actual hedonismo consumista), ya que todo
extremo por exceso (adictos) o defecto (puritanos) es nocivo per
se.
La
sexualidad está muy vinculada al deseo y al placer en la cultura
contemporánea, pero si anhelamos trascendernos como seres racionales
no podemos desvincularla de valores superiores como el amor y el
respeto. In
medio virtus.
Y con esta reflexión me vuelvo a la cama a descansar junto a Teresa,
bajo la atenta mirada de Leda y la indiferencia del Zeus-cisne, a la
espera que mañana la vida me sorprenda con una nueva muestra de mi
bendita ignorancia.
Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano