Durante siglos nos hemos
creído la especie más inteligente del planeta, pero este estatus
pronto lo perderemos. La creación superará al creador, hasta el
punto que serán nuestras propias creaciones evolucionadas la que nos
enseñen a los seres humanos. Y es que la puerta que acabamos de
abrir en materia de Inteligencia Artificial (IA) representa el inicio
de una nueva era donde la humanidad, sin lugar a dudas, dará un
salto cualitativo a nivel de desarrollo como especie a una velocidad
de vértigo, pero no gracias a los avances tecnológicos e
innovadores propios del hombre sino gracias a la autoría de la IA:
la nueva especie más inteligente del globo terráqueo.
La intervención de la IA
la encontramos hoy en día en todos los campos del desarrollo humano,
pues su implicación no solo optimiza el trabajo del hombre, sino que
incluso lo mejora a través de su capacidad de autoaprendizaje
automático. Por poner un solo ejemplo, esta misma semana Fujitsu ha anunciado que aplicará IA en la compañía Asahi Shuzco para la
creación de la famosa bebida japonesa de vino de arroz denominada
sake, lo cual significa que, en un mercado globalizado, solo es
cuestión de tiempo el hecho que bebamos vinos españoles elaborados
por IA (ya veremos, entonces, en qué lugar quedan relegados los
“imperfectos” enólogos humanos). Pero la IA no se reduce a una
optimización de la productividad, sino que su capacidad de
autoaprendizaje -que no es más que la resolución estadística de la
búsqueda del resultado más óptimo mediante el análisis de
megadatos imposibles de gestionar por la mente humana-, hace de la
nueva especie tecnológica que posea la capacidad de ser creativa, y
por tanto innovadora. Como es el caso de Benjamin, la computadora que creó el guión de la película de ciencia ficción Sunspring, que se
estrenó en pantalla en junio de 2016. O la creatividad de la
inteligente Sophia, el primer robot (creado en 2016 por el
estadounidense David Hanson) con nacionalidad ciudadana de Arabia
Saudí (desde 2017), que en una entrevista al rotativo español El País (del pasado mes de abril 2018) declaró que “los seres
humanos son las criaturas más creativas del planeta pero también
las más destructivas”. No es baladí, por tanto, que el Ministerio
de Defensa del Reino Unido acabe de declarar públicamente hace unas
semanas escasas su temor por que los robots aprendan tácticas de guerra de los videojuegos, lo cual les harían infalibles frente a
una hipotética guerra contra humanos. Quien sabe si la humanidad que
emergió gracias a la eliminación de una especie dominante, los
dinosaurios, sea exterminada por mediación de otra especie
dominante, en este caso los nuevos seres tecnológicos.
Pero no seamos aves de
mal agujero (aunque sí precavidos). Pongámonos en la situación de
un futuro donde la especie humana coexiste de manera armónica, y
casi simbiótica, con la nueva especie tecnológica. En este caso, es
predecible imaginar un aumento exponencial de la inteligencia de los
seres tecnológicos por su alta capacidad de autoaprendizaje que
superará, sin lugar a dudas, a la inteligencia humana. Por lo que el
futuro se puede presentar como un escenario donde la IA enseñe a los
humanos, y no a la inversa. En este supuesto de hegemonía de la IA,
¿qué le queda al ser humano?. La respuesta no es otra que la
Actitud, una habilidad secundaria intrapersonal que depende
directamente de las tres habilidades básicas nucleares del ser
humano: la Motivación, la Autoestima y la Inteligencia Emocional, si
es que la gestión emocional no la dejamos en mano de la IA mediante
la normalización social de la manipulación biogenética (de lo cual
ya reflexioné en el último artículo).
En un mundo donde la
inteligencia ya no será patrimonio hegemónico de la humanidad, la
actitud marcará la línea diferencial entre los seres humanos y los
seres tecnológicos. Pues como apuntaban los fenomenológicos, la
actitud es nuestro yo transcendental en relación con el mundo. Y si
perdemos nuestro yo trascendental no solo no nos diferenciaremos de
los robots, sino que nos convertiremos (o nos convertirán, mejor
dicho) en un subproducto de ellos. Donde el creador será creado,
previo a una fase -quizás sutil pero profundamente alquímica- de
reconstrucción de nuestra propia naturaleza.
Es por todo ello que,
ahora más que nunca, urge la necesidad de introducir de nuevo la
Filosofía como materia transversal en el conjunto de la sociedad,
para reflexionar no solo sobre las implicaciones éticas del
desarrollo humano, sino más aun sobre el modelo de humanidad que
queremos crear como especie todavía de libre cognición. En caso
contrario, no tardaremos en cumplir la profecía de Nietzsche cuando
anunciaba que “Dios ha muerto” (preanunciada por Hegel), para dar
paso al cuarto día en que el ser tecnológico volverá a crear al
ser humano a imagen y semejanza.
Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano