La realidad dolorosa de
la desesperación golpea diariamente las puertas traseras de la Unión
Europea. Las imágenes de hinchables de juguete con bandera de muerte
anunciada que surcan las aguas de nuestro Mediterráneo son de
rabiosa actualidad en todos los medios de comunicación. Un eco de
brisa de mar lejana que irrumpe nuestras consciencias cuando el dato
se convierte en rostro, y el rostro se hace historia humana cuyo
relato narra las miserias de nuestra especie.
El problema de la
migración africana no es de fácil solución, ya que la ayuda en
origen en sus respectivos países choca de frente con la corrupción
estructural del stablishment (que hace inviable cualquier plan
serio de ayuda al desarrollo económico), y con una cultura ancestral
antagónica a la nuestra donde incluso se practica el esclavismo y el
canibalismo en diversos países y en pleno siglo XXI de manera
generalizada (lo que hace inviable, a su vez, un plan de acción de
desarrollo social de corte occidental). Asimismo, la solución
tampoco pasa por ofrecer ayuda en el trayecto, ya que el apoyo
humanitario en alta mar -para socorrer a seres humanos frente a una
muerte segura por naufragio- sostiene y promociona el modelo de
negocio de las mafias que trafican con personas (básicamente
marroquís, algerianas y líbias). Y tampoco la solución pasa por
ofrecer ayuda en destino, ya que ésta acaba convirtiéndose en un
problema de integración social en el seno de una Unión Europea con
recursos económicos limitados, cimentada sobre el costoso Estado del
Bienestar Social y con una cada vez más consciente reafirmación y
defensa de la identidad cultural propia.
Así pues, si la solución
al problema de la migración humanitaria africana no se encuentra ni
en origen, ni en trayecto, ni en destino, ¿nos encontramos ante una
conjetura de Collatz, es decir, ante un problema sin solución?.
Podría ser. No obstante, bajo la licencia de autor de la presente y
breve reflexión, propongo una fugaz idea alternativa no exenta de
múltiples implicaciones (y complicaciones), algunas de las cuales
soy consciente que pueden tender a la paradoja.Véase:
África es un continente
que cuenta con grandes extensiones no habitadas. De hecho, si solo
tomamos como ejemplo el desierto del Sáhara, que cruza todo el norte
del continente, éste tiene la misma extensión que toda Europa (la
cual cabe en un tercio de África). Cierto es que las extensiones
desérticas no son continuas por la división política de los
diversos países que lo componen, siendo Algeria, Líbia, Mauritania,
Mali, Níger, el Chad y Sudán los más importantes por extensión
geográfica. Pero aún así, encontramos grandes áreas desérticas
en su conjunto. Si cogemos por ejemplo el caso de Algeria, el país
más grande de África y del mundo árabe, éste es superior a la
extensión total de España, Francia y Alemania juntos y aún nos
sobra espacio para encajar casi dos Españas más. Por cierto, país
el algerino que contó con presencia española entre los siglos XVI y
XVIII, y que fue posteriormente colonia francesa desde 1830 hasta
1962 en que se independizó.
Pero historia a parte,
Algeria sería un buen candidato para que la Unión Europea llevase a
cabo un proyecto de adquisición de superficie para explotación
humanitaria propia, legislación internacional mediante, con el
objetivo de crear un nuevo país en el continente al que se le podría
denominar “Nueva África”, bajo tutela político-administrativa
de la Comisión Europea (órgano ejecutivo y de iniciativa
legislativa de la UE), y cuyos habitantes se nutrirían del flujo
migratorio de ciudadanos africanos irregulares llegados a Europa. Un
nuevo país con un claro y definido plan de desarrollo económico y
social, acorde a los retos de un mundo globalizado en plena cuarta
era de la revolución industrial, donde los nuevos ciudadanos
disfrutarían de una asegurada actividad profesional (previa formación) en un país en
fase de construcción integral y al amparo de una filosofía de vida
propia del modelo de Estado europeo de Bienestar Social. Un nuevo
país que, a su vez, representaría un motor dinamizador
económico-social para su entorno colindante natural, de cuyo
desarrollo la propia Argelia sería una de las grandes beneficiadas
por proximidad y estatus de relación. Y de cuyo proceso la propia UE
también saldría beneficiada al liderar tangencialmente el
desarrollo de un importante mercado potencial, como es el africano,
para la economía de la zona euro en un mundo que tiende, por fuerza
gravitatoria, a la globalización.
África significa en
latín “sin frío”, por lo que el proyecto Nueva África podría
resultar una oportunidad metafórica de sacar del frío de la
desesperación a millares de personas que sufren una de las crisis
humanitarias más acuciantes de nuestros tiempos. A grandes males,
grandes remedios. Quizás éste no sea uno de tantos problemas sin
solución que afronta la humanidad, sino tan solo un problema del que
requiere un gran esfuerzo colectivo y coordinado por resolver la
ecuación, cuya responsabilidad primera recae en quienes, como la UE,
tienen consciencia y capacidad de resolución. A partir de aquí, la
historia nos demuestra que todo es posible. Nueva África, ¿un
estado de nueva creación adscrito y tutelado por la Unión Europea?.
Tempus narrabo.
Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano