En una sociedad donde
reina el imperio de la ciencia empírica, y más concretamente de la
física (ya sea relativista o cuántica), se habla mucho de la
energía como capacidad para realizar un trabajo, de sus diversas
manifestaciones, unidades y magnitudes de medida, modos de transporte
y potencialidad de transformación. De hecho, de energía está
constituido todo el universo de vida y antivida conocido, incluido
los seres humanos. Pero poco se hace mención a su capacidad de
transportar información, más allá de la información física que
contiene el tipo característico de energía al que nos estemos
refiriendo.
No obstante, sabemos que
la energía ni se crea ni se destruye, solo se transforma, y asimismo
también sabemos que la energía contiene información, ergo podemos
concluir en un primer axioma que la energía es una fuerza de acción
que transporta información. Pero, ¿qué tipo de información
transporta?, nos preguntaremos. La respuesta, como es obvio, difiere
dependiendo de si nos estamos refiriendo a la energía de un haz de
luz, la energía de una montaña, la de un átomo o la de un
organismo complejo multicelular como es el ser humano.
En este sentido, en lo
que respecta al ser humano, hasta la fecha nos creíamos
transportadores de dos tipos de información bien diferenciadas,
específicas y hasta cierto punto inocuas para el individuo: una de
carácter endógena como es la biología (la herencia genética
familiar), y otra de carácter exógena como es el conocimiento. No
obstante, los continuos avances científicos de rabiosa actualidad
ponen de manifiesto la amplitud del alcance de nuestra memoria
genética hasta el punto de conocer, a día de hoy, que el adn es
capaz de transmitirnos la memoria emocional de nuestros antepasados
como pueden ser experiencias de miedo o de estrés, entre otros. Es
decir, si no teníamos suficiente con lidiar con nuestras propias
carencias para afrontar los retos del mundo de una manera óptima y
sana emocionalmente, además debemos resolver cargas emocionales
pendientes de nuestros antepasados que seguro condicionan nuestras
vidas presentes.
Pero, dependencias
psicológicas a parte, retomemos el hilo argumental central. Si todo
es energía, y la energía no es más que una fuerza de acción que
transporta información, el segundo postulado de esta breve reflexión
nos señala que el ser humano es una unidad de acción que transporta
información. Por lo que la pregunta trascendental ya no es
cuestionarse sobre ¿qué tipo de información transportamos?, sino
interpelarse sobre ¿cuál es la finalidad de transportar dicha
información?.
La respuesta nos abre las
puertas de acceso directo a la metafísica, con tantas variables como
teorías y creencias existan sobre la faz de la tierra, por lo que su
conclusión no es más que hipotética y, por tanto, ciertamente
indeterminable que dejo al mejor criterio de cada lector. Ya que
personalmente no me interesa tanto enzarzarme en un inútil debate
acalorado de razonamientos por conocer la finalidad trascendental del
transporte de información por parte del ser humano (cada cual que
crea lo que ha decidido creer), como ser consciente que la esencia de
la existencia de la energía en el Universo es transportar
información en el espacio-tiempo a lo largo de sus múltiples
transformaciones impermanentes (lo que nosotros denominamos como los
ciclos de la vida, ya sea a nivel micro o macrocósmico).
Así pues, a modo de
conclusión de este fugaz pensamiento y a la luz de la argumentación
expuesta, podemos observar al ser humano como una unidad de
transporte de información más de la fuerza de acción en continua
transformación conocida como energía, la cual configura el Universo
más allá de cualquier lógica espacio-temporal percibida por
nuestra mente. Quizás, la información que el hombre como organismo
vivo se transmite de generación tras generación se reduce a una
pulsación vital de la propia naturaleza de la energía que se
manifiesta como ente cósmico en su dualidad de creación-destrucción.
Y en medio de este omnipotente baile, nosotros -como organismos que
formamos parte del todo energético- vivimos la vida con la misma
intensidad dramática al igual que una de las cualquiera 48 billones de
bacterias que viven en el universo de nuestro frágil cuerpo. Y es
que el Universo es un multiflujo de datos de información de energía
en continua transformación en búsqueda de su propia existencia,
donde parece ser que lo de menos es la forma y la razón de ser.
Como dice mi pareja
Teresa a raíz de leer el artículo: -No somos más que
“pendrives” con patas (para la Energía).
El debate está servido:
¿qué fue primero, la Energía o la Información?
Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano