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Autoretrato, 1513 |
Me imagino, hoy en día,
a un técnico de selección de personal recibiendo el currículum de
Leonardo da Vinci como postulante para una oferta de trabajo
publicada en Linkedin, Infojobs, o mediante un portal de renombre de
headhunting cualquiera. Su desconcierto sería superlativo al leer
que Da Vinci tiene experencia como pintor, anatomista, arquitecto,
paleontólogo, artista, botánico, científico, escritor, escultor,
filósofo, ingeniero, inventor, músico, poeta y urbanista. Tras el
asombro inicial, aunque la oferta laboral se circunscribiera a alguna
de estas actividades profesionales, el técnico de recursos humanos
rechazaría la candidatura de Leonardo da Vinci por “disperso”. Y
lo mismo sucedería si, con suerte, da Vinci consiguiera superar el
filtro de los emails y plataformas web y accediera a una entrevista
de trabajo personal (no virtual). Tras la entrevista, amena y cordial
eso sí, el entrevistador concluiría con el mismo dictamen: -No
lo tiene fácil. Su problema es que tiene un currículum disperso. Y
tras una pausa, proseguiría: -Eso sin contar que su edad,
que ya pasa de los cuarenta, es un claro inconveniente.
Sí,
en plena Cuarta Era de la Revolución Industrial marcada por la
robótica y la Inteligencia Artificial, el hombre renacentista ha
muerto por falta de encaje en la sociedad de mercado actual. En estos
tiempos, un polímata como Leonardo da Vinci está descalificado (y
descatalogado) bajo los parámetros de la especialización
profesional. Unos parámetros erróneamente establecidos por las
coordenadas de monoactividad laboral y sostenibilidad temporal de
dicha exclusividad, cuyo principio limita el potencial de la
naturaleza del ser humano. Por lo que cualquier realidad humana que no
pueda catalogarse bajo una sola definición profesional se considera
una propuesta dispersa y, por tanto, sin encaje verificable
apriorísticamente.
Dejando
de lado la excepcional genialidad de Leonardo da Vinci, lo cierto es
que existen personas monoactivas y personas poliactivas. Las primeras
se caracterizan porque se desarrollan y especializan en una sola
actividad como hilo conductor a lo largo de su vida, con
independencia de las variables que pueda mostrar su sector
profesional. Mientras que las segundas se caracterizan porque se
desarrollan y especializan en más de una actividad a lo largo de su
vida, abarcando diversos sectores profesionales. Y son los diferentes
tiempos de la humanidad quienes premian uno u otro tipo de persona,
pues si bien los poliactivos estaban altamente considerados en el
Renacimiento (XV) o la Ilustración (XVIII), son ahora los monoactivos los que
están revalorizados en este siglo XXI de marcado carácter
tecnológico. Con toda probabilidad, el cambio de consideración en
la valorización profesional de una persona encuentre su causa raíz
en la primera Revolución Industrial, a partir de la cual hemos
asumido socialmente como modelo de ideal profesional el arquetipo
robótico como productor especializado de una tarea concreta, en
detrimento de las propias capacidades humanistas del ser humano. En
otras palabras, no solo vamos camino de construir una sociedad
robotizada, sino que nos empeñamos en robotizar a los trabajadores,
entendiendo robotización como el desempeño especializado de una
actividad específica dentro de un engranaje económico-social al que
llamamos Mercado. Fuera de ello, entramos en un espacio desconocido
donde solo cabe el desconcierto, la dispersión y la descatalogación.
Una percepción que, a todas luces, empobrece al conjunto de la
humanidad como especie.
Retomando
el ejemplo de Leonardo da Vinci, el hecho que su poliactividad pueda
desconcertar al mercado de selección laboral contemporáneo, hasta
el punto de descartarle como posible ofertante de un puesto de
trabajo concreto, muestra una limitada capacidad por parte del sector
profesional de los Recursos Humanos, y por extensión del colectivo
empresarial. Ya que cuando estamos descartando a una persona
poliactiva significa que no observamos conexión lógica entre las
diversas actividades desarrolladas (dispersión), allí donde sí que
existe. Pues, ¿qué relación puede haber, volviendo al caso de Da
Vinci, entre el ingeniero y el anatomista, o entre el pintor y el
inventor, o entre el urbanista y el botánico, o entre el filósofo y
el científico? A primera vista se trata de actividades profesionales
dispares en materia y especialización por parte de una sola persona.
Desde un enfoque de competencias profesionales (trabajos) no existe
conexión lógica entre sí, pero desde un enfoque de habilidades
personales el patrón se muestra con toda claridad: la naturaleza
común de la poliactividad del polímata renacentista reside en su
habilidad de la creatividad, la habilidad de la gestión de sus
inteligencias múltiples (intrapersonal, matemática-lingüística,
visual-espacial, etc), la habilidad del pensamiento computacional, la
habilidad del management, la habilidad de la motivación, entre
otras. Un conjunto de habilidades personales (unos innatos y otros
aprehendidos) que como nodos de conexión interconectados entre sí
dibujan el patrón profesional potencial de la persona a lo largo de
su currcículum vital. Resumiendo, la ceguera de los procesos de
selección de personal actual frente a los poliactivos es que se
centran en las competencias profesionales de moda, y no en las
habilidades potenciales de las personas. Un hecho irónico, y de
corto recorrido, si tenemos en cuenta que si algo hay de volátil en
nuestra sociedad en continuo cambio y transformación es justamente
las competencias profesionales (que se modifican en una media de cada
cinco años).
-Sí,
quizás nos falta conocimiento en materia de habilidades
-Responde el técnico de selección de personal, tras haber escuchado
pacientemente-. Pero aún así, Sr. Da Vinci, tiene más de
40 años y esto representa un problema. Nos guardamos su currículum
y si surge una oferta que encaje con su perfil ya le llamaremos.
Gracias por su interés.
En
una sociedad donde se está planteando cambiar la jubilación hasta
los 75 años, el tener más de 40 es una discriminación laboral
negativa. Paradojas de nuestro tiempo. Quizás habrá que prejubilar
a los 40 años, aunque este es tema para otra reflexión.
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