Pensamos que la
existencia es acción, la acción imperativa e irrenunciable de la
decisión continua en cada instante de nuestra vida, por lo que
conscientemente nos accionamos en un movimiento perenne a lo largo de
cada nuevo día, con independencia que dicho movimiento disponga de
voluntad u objetivo definido más allá de la realización de la
propia acción. Tanto es así que concebimos la existencia como un
movimiento perenne (de encadenadas acciones sucesivas) por
antonomasia.
Pero por encima del
movimiento perenne consciente que accionamos diariamente por
imperativo existencial, como reacción natural a los retos de una
vida humana llena de necesidades, deberes y obligaciones propios de
cada tiempo, existe un movimiento mayor de naturaleza automática que
persiste eternamente aunque nos neguemos a accionar cualquier
movimiento de manera consciente. Un movimiento con el que no vamos,
sino que nos lleva. Equiparable al movimiento automático de la
mecánica de nuestro organismo celular o a la mecánica celeste del
cósmos, que persiste aun cuando conscientemente queremos o nos vemos
obligados a permanecer en estado inmóvil e inactivos con nosotros
mismos y frente a la realidad más inmediata que nos rodea.
Así es, aun
posicionándonos en la voluntad de estar inmóviles, nos movemos sin
remedio en modo automático. Puesto que la Vida, en el sentido más
amplio de su concepto, no es acción, sino flujo. La acción como
movimiento perenne de la existencia es de naturaleza humana, mientras
que el flujo como movimiento automático de la existencia es de
naturaleza suprahumana. La acción como movimiento perenne humano
viene determinado por las coordenadas de la voluntad y el
espacio-tiempo individual y social, mientras que el flujo como
movimiento automático suprahumano es una entelequia (la finalidad o
sentido concreto de todo lo que engloba está ya incluido en su fin)
constante, de carácter atemporal e impermanente.
Es por ello que aunque,
en algunas ocasiones, el movimiento en nuestra existencia mortal
pueda parecer inexistente, por omisión deliberada o impositiva de
cualquier manifestación de acción -siendo esta acción del
movimiento perenne una creación de la mente humana-, la Vida siempre
nos sorprende en su flujo continuo, alterando nuestro
espacio-temporal personal y afectando directamente a la redefinición,
o mejor dicho actualización, de nuestra voluntad individual mediante
su movimiento automático suprahumano. Pues todo, seres humanos
incluidos, estamos sometidos al imperio del principio de
impermanencia del flujo de la Vida. Y pretender entender -ilusos de
nosotros- dicho movimiento automático de la Vida es equiparable a
pretender entender la Consciencia Creadora del Todo.
Sí, la Vida en su fluir
es un misterio que trasciende la limitada mente humana como una
bendición, pues llena los espacios vacíos por la inacción en la
vida cotidiana del hombre, que en muchas ocasiones se siente perdido
y sin rumbo ni dirección, con el flujo mágico de su entelequia
constante, atemporal e impermanete. Allí donde el hombre se para, la
Vida manifiesta la fuerza irrefrenable de su movimiento sin necesidad
de acción previa, mediante un flujo apriorístico que no entiende de
condicionantes humanos.
A pesar de ello, los
hombres continuamos empeñados en encontrar el camino de la acción
como movimiento perenne, en un intento de dar sentido, valor y control
a nuestras vidas mundanas mediante el accionamiento constante de una
existencia consciente. Pues está en nuestra naturaleza el impulso
irrefrenable de emular la perfección del flujo de la Vida a través
de una subcreación que denominamos realidad humana. Y en nuestro
intento imperfecto de ser perfectos, el flujo del movimiento
automático de la Vida siempre supera y ampara nuestras limitadas y
poco imaginativas acciones de un movimiento perenne existencial,
gracias al cual renovamos nuestros votos de esperanza vital como
personas, a título individual, y como sociedad, a título colectivo.
Sí, aun cuando parece que nuestra vida está parada y estancada,
siempre nos queda el fluir del movimiento automático de la Vida. Y,
en este punto, lo más inteligente es dejar de empujar hacia ninguna
parte para dejarse fluir, y en este fluir volver a Ser más allá de
toda acción, hasta que el flujo accione un nuevo Hacer.
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Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano