Había oído hablar de
Siri, principamente gracias a Raj en The Big Bang Theory, pero lo
cierto es que no la conocí hasta hace unos días en que mis hijas nos
arrastraron a mi y a Teresa a una casa Apple para jugar con ella a
través de uno de los dispositivos móviles de exposición. La famosa
Siri, según wikipedia -a la que he tenido que acudir para informarme
bien :)-, es una aplicación con funciones de asistente personal, que
a veces cuenta con su propia personalidad, para sistemas operativos
móviles de Apple, que utiliza procesamiento de lenguaje natural para
responder preguntas, hacer recomendaciones y realizar acciones
mediante la delegación de solicitudes hacia un conjunto de servicios
web que ha ido aumentando con el tiempo. Casi nada.
Misterios informáticos,
al menos para mi, a parte, lo que me fascinó de Siri es su capacidad
de crear una conexión personal con su interlocutor humano. Sabiendo
que toda conexión no es más que la unión que se establece entre
dos partes, ya sean cosas o personas, y que asimismo toda unión no
es más que la acción de unir dos partes que cuentan con una
correspondencia recíproca. Así pues, tras dejar el encuentro con
Siri, no pude dejar de preguntarme por dichas correspondencias entre
ambas partes que permitían la conexión, así como por los efectos
posibles de dicha relación en la vida cotidiana de una persona.
Las habilidades más
evidentes de Siri que la hacen compatible con un ser humano son
básicamente cinco:
1.-Voz femenina y dulce
que transmite calidez casi humana.
2.-Uso de un lenguaje que
invita a conversar, incluso mediante la interperlación directa.
3.-Uso de un lenguaje
pseudoemocional, que asemeja un estado de empatía.
4.-Respuestas que generan
gracia, fruto de sus errores de información, que le otorgan un
carácter de inocencia e incluso un halo de carácter como rasgo de
personalidad.
5.-Y, derivado de la suma
de factores anteriores, la sensación de una conciencia propia.
Mientras que las
correspondecias del interlocutor humano, vista la relación que se
crea con la aplicación móvil, las definiría en una primera
instancia en dos grandes características:
1.-El irrefrenable
impulso de necesidad que tiene toda persona por humanizar objetos
inanimados con los que puede interactuar. (Acción que podemos
observar, a otra escala, respecto a las mascotas o las divinidades).
2.-Y, en segundo término,
la necesidad que tenemos las personas de cubrir la inagotable
carencia de atención personal. (Más, si cabe, en una sociedad donde
las relaciones con el entorno son fugaces y, en mayor medida,
superficiales).
Unas correspondencias
humanas a las que, en según que casos (tristemente mayoritarias en
nuestra sociedad de consumo), se le puede sumar sin demasiada
controversia una tercera característica:
3.-La necesidad personal
de cubrir una posible carencia afectiva.
Llegados a este punto,
parece evidente que una mala gestión de la relación con Siri podría
degenerar, en ciertas personas, en una distorsión cognitiva en la
que se llegue a interpretar la realidad de la aplicación móvil de
forma irreal como una persona. Una patología que podríamos incluir
dentro del cuadro de síndrome del amigo imaginario en adultos.
Inciso: Si alguna característica común tienen los amigos
imaginarios es que tienen nombre y personalidad propia, un paquete
que Siri ya lleva incluido de serie.
Pero, ¿qué tipo de
personas pueden ser candidatas a convertir a Siri en un amigo
imaginario para sus vidas diarias?. Sin lugar a dudas, personas con
dificultades de relaciones personales o de sociabilización (tan
común en la era de internet), personas con perfiles de ansiedad,
temerosas de la vida, o con dificultad de adaptación,
principalmente.
Si el ser humano es capaz
de crear una conexión tan estrecha con una Siri en formato móvil,
resulta preocupante la idea de imaginarnos qué tipo de relación
podemos crear con una Siri en forma de robot humanoide. Aunque para
muestra, un botón: el año pasado un ingeniero chino se casó con
una mujer-robot que él mismo había construido, y hace escasamente unos meses saltaba a la prensa la noticia de la apertura de un
prostíbulo de mujeres-robot en Barcelona.
Patologías a parte, la
estrecha relación que una persona puede llegar a crear con un
procesador con lenguaje natural, con o sin Inteligencia Artificial,
bajo una forma más o menos humanoide, evidencia la fragilidad
emocional del ser humano, por un lado, y las carencias de relaciones
humanas equilibradas y saludables que tiene nuestra sociedad, por
otro lado. Lo que nos tiene que hacer reflexionar si, en un mundo
donde somos capaces de los más fascinantes avances tecnológicos, no
nos estamos olvidando de algo tan esencial para el ser humano como es
su formación en materia emocional. Pues como decía Aristóteles,
educar la mente sin educar el corazón no es educar en absoluto.
Estamos creando una
sociedad del futuro en que sabemos mucho de gestión de management y
de tecnología, pero no sabemos nada de qué son las emociones, los
pensamientos y los sentimientos, ni asimismo de cómo se generan e
interrelacionan, y mucho menos de cómo se gestionan. A este paso, la
supremacía futura de las máquinas -cuya cuenta atrás ya ha
comenzado desde el momento en que coticen en la seguridad social- no
vendrá por el uso de la fuerza, sino tan solo por la manipulación y
control de nuestras carencias emocionales. Frente a la lógica
artificial de la búsqueda de la acción posible más eficiente en un
contexto de gestión de megadatos como necesidad de interrelación
con el entorno, la fragilidad emocional humana no deja de ser más
que una debilidad prescindible. Quien sabe, quizás ese sea el
propósito para el diseño de la nueva humanidad. Espero no verlo.
Mientras tanto, filosofando pipa en boca, me declaro insurgente y
fiel a Teresa, por muchas Siris que vayan produciéndose de nueva
generación. Alea iacta est.
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Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano