Se dice de un
planteamiento que es falso cuando se sustenta sobre la premisa de dos
verdades que a su vez son opuestas entre sí. Este es el caso que se
nos presenta, al menos a primer golpe de impresión, con el concepto
de “consciente onírico”, pues tenemos catalogado como consciente
todo aquello que no pertenece al mundo de los sueños, y onírico
aquello que no es consciente por no estar en estado de “despiertos”.
Pero, ¿qué pasaría si realmente solo fuéramos conscientes en
estado puro mientras soñamos?. Una pregunta que, para responderla,
requiere del proceso lógico deductivo de una serie de postulados
previos:
1.-Entendemos como
consciente (del latín conscire, conocer, ser conocedor de),
en un sentido amplio, cuando conocemos algo, con independencia de que
este algo sea real o no.
2.-Entendemos como
onírico, en sentido ortodoxo, como la manifestación del
subconsciente, el cual lo definimos a su vez como aquel nivel de
conciencia -verdadero en relación con nuestra mismidad (yo
individual) por manifestarse libre de estereotipos sociales y de
parámetros espacio-temporales- que aunque no es accesible
directamente a la introsprección puede conocerse por técnicas como
el análisis de los sueños. Por lo que, una vez (re)conocido ya
toma la categoría plena de consciente.
3.-Sabemos hoy en día,
gracias a la ciencia, que la conciencia en el ser humano es previa al
“mundo real” y no a la inversa, puesto que el día cero del
pensamiento comienza antes de nacer (constatado ya -de momento- a los
5 meses de vida del feto) y que se desarrolla en un ambiente onírico,
siendo la realidad de los sueños de los bebés anterior a su
nacimiento, por lo que la primera consciencia del ser humano es una
consciencia onírica.
Y, 4.-Conocemos, también
gracias a la neofilosofía de la naturaleza racionalista y empirista
del siglo XXI: la ciencia, de la existencia de arquetipos universales
de conciencia básicos innatos y apriorísticos en la consciencia
onírica del nasciturus consigo mismo y en relación con el mundo que
le rodea, ya sea éste intra o extrauterino (Teoría de las muecas
del feto).
Ergo, si la consciencia
del ser humano es de origen onírica, estructurada a partir de ideas
arquetípicas a priori e innatas (uno de los grandes misterios
de la humanidad aún por resolver, propio de la metafísica), que
manifiesta su mismidad, su yo más personal y auténtico, libre de
determinismos espacio-temporales (y por extensión culturales) a
través de los sueños, podemos sustraer cuatro principios generales:
1.-Existe el consciente
onírico.
2.-Solo somos conscientes
puros (o en estado puro) mientras soñamos.
3.-La consciencia pura
está por encima de parámetros espacio-temporales.
Y, 4.-El consciente
onírico es un camino de autoconocimiento personal.
Llegados a este punto, la
pregunta del millón no es otra que, ¿si tan importante es la
conciencia onírica para el conocimiento de nuestra conciencia
personal en estado puro, cómo es que no recordamos mayoritariamente
lo que soñamos? Y, si recordamos lo soñado, ¿por qué no
reconocemos su significado?.
La respuesta a estas
preguntas me las ha refrescado en estos días mi pareja Teresa, la
cual trabaja en su desarrollo personal a través del (re)conocimiento
de su consciencia onírica. En primera instancia, no recordamos lo
que soñamos porque no tenemos voluntad de ello, y no tenemos
voluntad porque impera la cultura de la “desconexión” de
nosotros mismos, de nuestra propia consciencia, aún estando
despiertos (aunque este es grano de otro trigal). Además de estar
inmersos en una sociedad que desnaturaliza el estado onírico
necesario para soñar conscientemente por desajustes provocados tanto
por la afección negativa de los horarios nocturnos televisivos, como
por el ritmo marcado por las jornadas laborales. Sí, la consciencia
onírica también necesita de su propio tiempo y espacio para
manifestarse, como todo en la vida.
La actitud de la voluntad
por recordar lo que soñamos activa lo que conocemos como
“consciencia despierta”, y solo depende de nuestra
intencionalidad de querer recordar. Un hábito que, como todo, se
alcanza con la práctica. Así pues, solo mediante la voluntad activa
y decidida de recordar, recordaremos lo que soñamos, abriéndonos a
una nueva dimensión de nosotros mismos desconocida (o desatendida)
hasta la fecha. Pues la intencionalidad de recordad los sueños es la
sencilla llave de paso que transmuta nuestro subconsciente en
consciente.
Pero ser consciente de
algo no equivale a conocer su significado (como sucede en cualquier
otro aspecto o materia de la vida), por lo que el segundo paso tras
activar la voluntad de recordar es analizar el sueño recordado para
extraer su síntesis. Aquí es cuando la cosa se pone interesante,
pues como ya hemos apuntado anteriormente, la conciencia onírica
está por encima de parámetros espacio-temporales, lo que nos puede
dar la sensación de encontrarnos ante relatos aparentemente
surrealistas e inconexos entre sí al buscarles una correspondencia
directa con los referentes de nuestra realidad externa
espacio-temporal. Si entendemos la consciencia onírica como nuestra
consciencia personal y singular en estado puro, libre de
determinismos culturales y fundamentada en arquetipos innatos y
apriorísticos que transciende la temporalidad, no podemos pretender
que sigan la lógica del desarrollo coherente de una novela o una
película -tal como estamos sociabilizados- de naturaleza limitada en
una consciencia colectiva no pura por antonomasia
al ser profundamente cultural y no universal.
En otras palabras, la
consciencia onírica tiene su propia lógica de significado. Un
camino de aprendizaje tan antiguo y extenso como la propia humanidad,
desarrollado más por unas culturas que por otras, pero plenamente
accesible a cualquier persona, pues forma parte de nuestra propia
naturaleza como especie, y que por ello cuenta con abundante
literatura al alcance de quién la requiera en una era de
comunicación global. Un camino más para el desarrollo personal de
nuestro autoconocimiento, donde la conciencia onírica, por ser
conciencia personal pura, nos permite ver la verdadera esencia de
nuestro yo en relación al momento de nuestra vida singular versus
los velos más o menos opacos, contradictorios y enredados, de lo que
llamamos realidad. Así pues, quien quiera ver (a sí mismo), que
sueñe (conscientemente). Ya que: Sueño, luego soy.
Fedón:
-¿Qué se sabe antes de nacer?
Sócrates:
-Todo, pero poco a poco lo vamos olvidando.
Por eso el
conocimiento y la sabiduría es recordar.
(Versión
libre de la obra Fedón
-Sobre el Alma-, de Platón)
Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano