Recuerdo que en la
universidad había un profesor que decía que “la esperanza es la
muerte del empresario”. Unas décadas después yo no diría lo
mismo a mis alumnos, sino que atribuiría la quiebra de una empresa,
entre otros factores, a la falta de contingencias previstas en
materia de riesgo empresarial controlado en un mercado altamente
volátil. Pero lo importante de la máxima del viejo profesor para la
presente reflexión, es justamente la cualidad prácticamente
incombustible de “esperanza” que tiene toda persona a lo largo de
su vida. En otras palabras, por mal que vayan las cosas, la esperanza
en un futuro mejor es lo último que se pierde, aunque sea mediante
un débil y aletargado latido, pues la esperanza es parte intrínseca
del instinto básico de supervivencia de nuestra especie.
Pero si algo caracteriza
a la esperanza es justamente que va íntimamente relacionada con la
suerte, pues el reclamo último de todo tipo de esperanza es que la
suerte nos sonría de cara en cualquier aspecto de la vida. Así
pues, la esperanza no deja de ser más que una súplica, mientras que
contar con la suerte en nuestras vidas es el deseo de dicha súplica.
La suerte, por su parte,
la vemos manifestada en el mundo humano de tres maneras bien
diferentes:
1.-Suerte Preconcebida,
derivada de un ambiente favorable en el que nos desarrollaremos como
personas y otorgada en el momento incluso anterior a nuestra propia
concepción.
2.-Suerte Sobrevenida,
derivada de manera inesperada por los designios azarosos del misterio
de la vida.
Y, 3.-Suerte Producida,
derivada del resultado de una actividad productiva previamente
realizada.
Si bien todos quisiéramos
contar con la Suerte Preconcebida o Sobrevenida a nuestro favor, a
modo semejante de bendición divina, la mayoría de los mortales
buscamos alcanzar la Suerte en nuestras vidas a través de la tercera
vía posible: la Suerte Producida. Una tipología de suerte que va
vinculada a la palabra mágica de Productividad, entendiendo ésta
como la fuerza de trabajo individual capaz de generar unas rentas
suficientes para poder vivir en un estado de bienestar social óptimo
desde un punto de vista financiero. Pero, ¿qué pasa si aun mediante
el desarrollo de una actividad productiva no llega la anhelada suerte? En otras palabras, ¿qué sucede si aun trabajando la persona
no es suficientemente productiva para ganarse la vida? Y aún más,
¿qué sucede si un individuo no consigue acceder al mundo de la
productividad, aun esforzándose por reinsertarse laboralmente? Pues
por muy activa que esté una persona tanto en un escenario de
ejercicio de un trabajo como en un escenario de búsqueda de trabajo,
si dicha actividad no da resultados económicos suficientes para la
subsistencia y desarrollo vital de un persona, no se puede hablar de
Productividad en términos mercantilistas. Por lo que, sin
Productividad, no hay posibilidad de alcanzar la Suerte Producida,
pues dicha suerte no se puede producir.
(En la España del 2017,
el 50 por ciento de los trabajadores cobran menos de 1.000 euros al
mes, y el 17% de la población activa está desempleada, provocando
que el 40% de los niños españoles estén anclados en la pobreza- solo
detrás de Rumanía y Grecia en la UE)
A todas luces, la
inproductividad de una persona, que le impide alcanzar un estadio de
Suerte Producida a nivel individual, con unas tasas de salario medio
y de desempleo como registra España, debe considerarse como un
problema estructural social, y no exclusivamente como un problema de
capacidad productiva individual. Pues en un contexto donde la demanda
y la oferta está bajo mínimos, y la capacidad de financiación de
nuevos proyectos brilla por su ausencia, generando un círculo
vicioso de carencia y restricción económica, la tan explotada
cultura de la emprendedoría como panacea a la Suerte Producida se
presenta como una falacia de políticos que no saben, o no quieren
ver (pues están bien cobijados al calor de la burbuja del sector
público), afrontar los problemas acuciantes de la sociedad actual.
Mientras tanto, la
persona -que es el factor humano y real de ese concepto abstracto que
denominamos sociedad-, prosigue a cada nuevo día la búsqueda
personal (y por extensión familiar) de esa Suerte Producida que le
cambie la vida. Pues por encima del diagnóstico económico del
problema estructural de una sociedad con capacidad productiva
limitada, la persona debe continuar viviendo día a día. Y en ese
esfuerzo de resistencia y reinvención diario persiste el latido -no
económico, sino humano- de la esperanza, pues lo contrario es tan
inverosímil en la naturaleza humana como la remota idea de dejar de
respirar.
Sí, ciertamente muchos
son los llamados a alcanzar la Suerte Producida, pero pocos son los
elegidos en estos tiempos que corren. Caprichos de los Dioses, donde
La Fortuna se ha tomado un descanso en los jardines del Olimpo a
espaldas de los mortales para mayor trabajo de la divina Esperanza (Spes),
quien sabe si enfrascada, en estos días de festividades navideñas,
en regalar una repartida Suerte Sobrevenida mediante la lotería
nacional. Alea iacta est.
Que en estos días de
esperanza reafirmada la suerte cambie la vida de aquellas personas de
buena voluntad que lo necesitan, a falta que la Suerte Producida
vuelva a ser un derecho natural de todo ciudadano en un Estado de
Bienestar Social real, lucidez mediante de nuestros gestores públicos
(aunque sea mucho pedir). Pues Bienaventurados son los que no pierden la
esperanza trabajando por una vida mejor, pues de ellos será -tarde o
temprano- el reino terrenal.
Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano