Vivimos en un mundo inmerso en la
palabra, si bien parece que en estos últimos tiempos está devaluada
en favor de la imagen y su capacidad de impacto visual. No en vano se
acepta popularmente como máxima categórica la idea de que una
imagen vale más que mil palabras. No obstante, si bien la imagen
remueve, provoca e incluso incita, es la palabra la que acciona la
voluntad de movimiento -en un sentido u otro- en la cosmología del
ser humano.
Personalmente siempre me
ha interesado el poder del influjo de la palabra en la sociedad en
general y en el hombre en particular. Y si bien de joven creía que
las palabras podían cambiar el mundo, más adelante me percaté que
la palabra solo tiene poder cuando la persona está preparada -en su
madurez intelectual y emocional- para recibirla como palanca de
cambio y transformación personal.
Pero, ¿cuál es el
proceso por el que unas palabras provocan cambios sociales y otras
no?. Si observamos en cualquier manifestación de convulsión social
de rabiosa actualidad, el proceso consta de tres fases que podemos
asemejar, desde un enfoque puramente didáctico, a la estructura de
un arma letal:
1.-Arma:
En primer lugar debe de
haber un arma, es decir, debe de existir un contexto social que
genera -objetiva o subjetivamente- un sentimiento colectivo de
desigualdad.
2.-Percusor:
En segundo lugar, dicha
arma debe contar con un percusor, que no es más que la identificación
social de la causa -real, ficticia o inventada- de dicha desigualdad.
3.-Proyectil:
Y en tercer lugar, el
arma debe contar con un proyectil que disparar, cuya munición no es
otra que la calificación en términos negativos del sujeto
identificado como causa de la desigualdad.
Pongamos un ejemplo. Ante
una afirmación como: “Estamos mal porque el Sr.Y nos roba”,
“estamos mal” es la percepción de un posible contexto social de
desigualdad o arma, “el Sr.Y” es la identificación de la causa o
percusor, y “nos roba” es la calificación negativa del sujeto
identificado o proyectil que se carga a la espera de ser disparado.
Como podemos observar en
el proceso, la palabras -en principio inocuas por sí mismas- se
convierten en Palabras de Poder preparadas para provocar una reacción
individual y colectiva cuando adquieren una carga emocional.
De hecho, la palabra per
se no es más que una representación gráfica de un sonido que
no deja de ser mas que una estructura vacía de contenido, semejante
a la estructura desnuda de un edificio, al que los seres humanos
llenamos de significado. Pudiendo cambiar dicho significado a nivel
individual o social dependiendo del contexto histórico (el
significado de “honra” difiere de la Edad Media al de la era
contemporánea), otorgando asimismo significados diferentes
dependiendo de la variable cultural donde se desarrolla y utiliza
(como el vocablo “coger”, de significado bien diferente en España
y en latinoamérica), e incluso llegando a convertir el significado
de una palabra en un icono temporal -y por tanto, acorde a su tiempo-
de expresión y manifestación de una colectividad (como en el caso
actual con palabras como “cunde”,
utilizada por los adolescentes tecnológicos para calificar una
experiencia de manera superlativa). Así pues, si bien todas las
palabras están llenas de significado contextual, éstas solo
adquieren la capacidad de transformación personal y grupal cuando:
1.-Adquieren carga
emocional cultural,
y 2.-Dicha carga
emocional cultural se alinea con el contexto emocional íntimo y
subjetivo de la persona.
Es por ello que nos
encontramos con la aparente paradoja de frases y libros que tienen un
significado y poder de transformación en un momento dado, y no en
otro, de la vida concreta de una persona o un grupo. Puesto que las
palabras, como ya he apuntado, transforman solo cuando la persona
está preparada. De ahí que una antigua profesora, al finalizar sus
clases, siempre nos decía: -“Vosotros me escucháis el lunes, pero
me entenderéis el miércoles”, haciendo referencia al tiempo de
maduración necesaria que debía transcurrir para poder madurar la
información recibida y otorgar de significado con carga emocional a
sus palabras. Lo mismo sucede con los procesos sociales, aunque en
este caso los tiempos de maduración colectiva de un mensaje
reiterado (lo que podemos denominar como adoctrinamiento) para
convertirse en una palanca de transformación social puede durar
generaciones. (De ahí la importancia de recelar de los
adoctrinamientos de baja intensidad que pueden parecer inocentes e
incluso amables, y que son sostenibles en el tiempo -a la espera que
las semillas germinen gracias a un futuro ambiente propicio-, aunque
este es otro tema).
No quisiera acabar esta
pequeña reflexión, no obstante, sin subrayar la importancia del
buen uso del poder de la palabra en el mundo específico de los
agentes sociales, ya sean políticos o líderes de opinión, que
tanto escasea. Pues en una sociedad donde la palabra pública se
cultiva mediante el arte de la oratoria -con sus variantes como la
telegenia-, bajo la influencia de técnicas publicitarias para que
los mensajes puedan procesarse a través de los embudos de los medios
de comunicación (económicos en palabras, austeros en tiempo y
hambrientos de declaraciones impactantes -para enganche ocioso del
consumidor-), cabe hacer un llamamiento a la conciencia de la
responsabilidad no tan solo de lo que se dice públicamente, sino del
efecto que puede provocar socialmente. Puesto que, a diferencia del
dicho al hecho, de una Palabra de Poder social a un Decreto social,
hay muy poco trecho. Es por ello que para aquellas personas que se
dedican a la res publica, junto al aprendizaje de la bella
materia de la oratoria, deberían contar con la Ética Política como
formación obligatoria. Pues decretar consignas, mediante el uso de
Palabras de Poder (para generar cambios sociales), sin conciencia de
responsabilidad de las consecuencias públicas consiguientes, no es
liderar para garantizar el progreso de una comunidad, sino abducir
-como el Flautista de Hamelín- para padecimiento de quienes arrastra
tras de si. Aunque, sea dicho de paso, la responsabilidad siempre es
compartida, por lo que no hay mejor manera de acabar esta pequeña
reflexión que rememorando las palabras de Platón: “El precio de
desentenderse de la política es el ser gobernado por los peores
hombres”. Fiat Lux!
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Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano