Hace una década atrás
conocíamos en España, y en la mayoría de sociedades latinas, la
vergüenza al fracaso, ya que la experiencia del fracaso se ha
considerado históricamente bajo una concepción cultural negativa e
incluso reprobable y estigmatizadora. Lo cual, el miedo a la
vergüenza al fracaso ha representado una de las principales causas
inhibidoras del emprendimiento. Un tema que he afrontado en cruzada
personal desde hace años en pos de revalorizar la experiencia del
fracaso con mi obra “El Poder Transformador del Fracaso”,Ed. Silva, 2011. (Dejo enlace vídeo de una de las conferencias
realizadas en la UOC años atrás, por si es de interés).
Pero ahora, tras una
década de crisis socio-económica que ha generado grandes brechas de
desigualdad social, la vergüenza se presenta bajo una nueva
apariencia de problema social al devenir una de las principales
causas que afectan el sentimiento de dignidad y autoestima para
aquellas personas que buscan salir de una situación de pobreza
sobrevenida, tal y como pone de relieve un reciente estudio de la
Universidad de Oxford divulgado este mes de noviembre por el Foro Económico Mundial.
La vergüenza es un
sentimiento tan antiguo como la humanidad, que en muchos casos se ha
utilizado como estrategia socializadora -y aun en plena actualidad,
como tácticas de ley marcial en diversos países-, representando
deshonor, desgracia y condenación. Un sentimiento humano, de
naturaleza social, que afecta de manera directa a la concepción de
dignidad y autoestima que una persona tiene sobre sí misma. Y ya
sabemos todos que cualquier persona con un sentimiento de baja
autoestima presenta un cuadro de devaluación perceptiva de sus
propias capacidades como individuo que le impide relacionarse y
enfrentarse adecuadamente a los retos que le depara, ya no el mundo,
sino su realidad más inmediata. En otras palabras, no hay
posibilidad de reinvención personal y profesional, que permita salir
de un estadio de pobreza económica, sin un estado emocional con una
autoestima sana.
De hecho, cabe remarcar
que la autoestima forma parte de las cuatro Habilidades Básicas de
una persona, es decir, aquellas que dependen todas las demás (como
actitud, liderazgo, engagement, creatividad, pensamiento positivo,
inteligencia emocional, etc) y que nos permiten relacionarnos con
nuestro entorno personal, social y profesional. Por lo que podemos
considerar a las Habilidades Básicas, como la autoestima, la
naturaleza última o primogénita de todas las competencias
profesionales. (Tema que desarrollo ampliamente en mi obra
“Habilidología de las Competencias Profesionales”, Ed. Bubok,2017).
Es por ello que en en
plena Cuarta Era de la Revolución Industrial, donde el activo de los
profesionales no es otro que su capacidad de adaptación continua a
los cambios constantes de un Mercado en continua transformación, el
Management debe introducir en sus planes formativos materias de
Desarrollo Competencial como el aprendizaje y gestión de la
autoestima, entre otras habilidades básicas y secundarias inter e
intrapersonales, más allá de los clásicos grados y masters en
Dirección de Empresas, RRHH, Innovación, Big Data y otros al uso.
(Ver Filosofía del Talento de la Academia del Filósofo Efímero).
Pues formar en emprendedoría, sin formar en gestión emocional -como
diría un reinventado Aristóteles-, no es formar en los tiempos que
corren.
Pero las acciones
dirigidas a paliar los efectos de la vergüenza de la pobreza, como
la depreciación de la dignidad y la autoestima personal, no pueden
limitarse al ámbito educativo como mera estrategia de mejora de la
competitividad entre la futura masa productiva estudiantil, sino que
debe extenderse al ámbito de las políticas sociales de un país,
más si cabe cuando el 28% de la población española se sitúa en
riesgo de pobreza o exclusión social (según datos de “El estado
de la pobreza en España 2017” de la EAPN), y se requiere con
urgencia para bien del conjunto de la sociedad española que la
población activa vuelva a ser económicamente productiva dentro de
los estándares europeos en tasa de ocupación y riqueza. Es aquí
donde el Estado de Bienestar Social debe reconocer y afrontar de cara
la variante psicosocial de la pobreza (interacción entre las fuerzas
sociales y el comportamiento individual) con políticas activas de
reinserción -que nada tienen que ver con la caridad-, como pueda ser
la Renta Básica Universal. Una iniciativa ésta de éxito ya
demostrado en Finlandia, como manifiesta su agencia estatal de
supervisión del bienestar, donde en este 2017 se ha registrado un
claro recobro del optimismo por parte de sus ciudadanos
beneficiarios, así como una diversificación de los ingresos al calor
de la prestación estatal y un aumento de la tasa de emprendimiento
por parte de éstos.
Políticas públicas
económicas a parte, que dejamos en manos de legisladores -Dios
mediante, para mayor tranquilidad-, lo que es evidente es que con una
Economía Humanista ganamos todos. Entendiendo humanizar la economía
como la integración de variables emocionales que ayuden a dignificar
a la persona en la ecuación de la economía productiva de una
sociedad, como pudiera ser una Tasa de Vergüenza de la Pobreza. Y
para aquellos burócratas, políticos y agentes sociales que se
opongan, que recaiga sobre ellos ya no la vergüenza social, sino la
ignominia, borrando así sus nombres de nuestra Historia a semejanza
de la damnatio memoriae de la Antigua Roma. Pues no hay mayor
vergüenza a la pobreza económica que la pobreza de espíritu y
servicio público.
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Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano
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