Vivimos en un tiempo, como muchos otros,
caracterizado por los vaivenes de los acontecimientos en el ámbito
profesional y (por extensión) personal, lo que nos obliga a
preguntarnos continuamente quiénes somos ante la pérdida reiterada
de aquellos elementos externos de nuestra vida en los que reafirmamos
-a veces, de manera excesivamente dependiente- nuestra identidad como
individuos. (Si somos lo que tenemos, ¿quiénes somos cuando dejamos
de tenerlo?) Es por ello que uno no puede dejar de preguntarse, ante
tantas vidas pasadas que vivimos en una sola vida, cuál es la
esencia última de la naturaleza de nuestra identidad personal e
intransferible. ¿Quién soy Yo?
Al final, uno se da
cuenta de que su identidad es aquella que perdura en el tiempo como hilo
conductor existencial a lo largo de los diversos vaivenes de la vida.
En mi caso particular, la esencia última de mi identidad personal es
la de filósofo, a sabiendas que es un rol obsoleto en nuestra
sociedad por improductivo, más propio de un museo de Historia
Natural que de los selectivos requisitos de búsqueda de los portales
de ofertas de trabajo, aunque aún válido como elemento ornamental y
de entretenimiento para pequeños actos sociales. Y es que la razón
de ser de la identidad personal nada tiene que ver con las demandas
de moda de la sociedad en cada momento, sino que su razón de ser se
basa en saber quién es mi Yo como reducto último para el refugio
existencial de toda persona frente a una vida que transcurre en
continuo cambio y transformación.
Pero saber quiénes somos
va más allá de conocer nuestra identidad personal -perdurable a los
acontecimientos cambiantes de la vida-, pues sobre la base de nuestra
naturaleza esencial como individuos somos aquello que manifiestamente
defendemos con respecto a nosotros mismos y frente al resto del
mundo. Sí, Somos lo que Defendemos. Pues aquello que defendemos,
como manifestación externa de nuestra identidad interior, es un
reflejo de nuestra escala de valores y prioridades personales en
relación a las múltiples referencias posibles que nos ofrece la
vida.
No obstante, como
sagazmente me apuntaba Teresa en una reflexión compartida de
desayuno, hay personas que no saben realmente lo que defienden (un
mal común extendido en estos tiempos comvulsos, a merced de la
dirección -política y/o mercantil- en que sopla el viento), por lo
que recorriendo el axioma del artículo a la inversa podemos deducir
que son personas que no saben quiénes son, convirtiéndose así en
perfectos candidatos voluntarios a carne de cañón. Pues solo Somos
lo que Defendemos si tenemos la Autoridad Interna de mostrarnos
fieles a nosotros mismos respecto al mundo, y solo podemos ser fieles
a nosotros mismos si conocemos nuestra identidad personal: mi Yo
verdadero. Pues si bien aquello que defendemos puede devenir en
impermanente, bajo el principio de crecimiento y desarrollo
individual por ley natural, la naturaleza de nuestra identidad
personal es inmutable a los continuos cambios que nos depara la vida.
Ya que desde el reconocimiento del Yo Soy -que requiere de un
ejercicio íntimo de introspección-, Somos lo que Defendemos
conscientemente en cada momento.
Replicando con cariño al
maestro Ortega y Gasset, no, yo no Soy Yo y mis circunstancias, sino
que yo soy Yo con mis circunstancias. Pero para ello debo saber quién
Soy; y desde ese conocimiento, podré mostrarme al mundo siendo lo
que defiendo.
...Aunque, como defensa
de mi ignorancia ante tribunales de juicio de valor ajenos, y
parafraseando a Sócrates en pluma de Platón, finalizaré la
reflexión con la máxima de “sólo sé, que no sé nada”,
mientras continuo redescubriéndome a cada nuevo paisaje en mi
Bitácora de un Buscador.
Y tú, ¿sabes quién eres? Y aún más, ¿realmente crees que eres lo que defiendes?
Y tú, ¿sabes quién eres? Y aún más, ¿realmente crees que eres lo que defiendes?
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Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano