martes, 5 de septiembre de 2017

Somos lo que defendemos

Vivimos en un tiempo, como muchos otros, caracterizado por los vaivenes de los acontecimientos en el ámbito profesional y (por extensión) personal, lo que nos obliga a preguntarnos continuamente quiénes somos ante la pérdida reiterada de aquellos elementos externos de nuestra vida en los que reafirmamos -a veces, de manera excesivamente dependiente- nuestra identidad como individuos. (Si somos lo que tenemos, ¿quiénes somos cuando dejamos de tenerlo?) Es por ello que uno no puede dejar de preguntarse, ante tantas vidas pasadas que vivimos en una sola vida, cuál es la esencia última de la naturaleza de nuestra identidad personal e intransferible. ¿Quién soy Yo?

Al final, uno se da cuenta de que su identidad es aquella que perdura en el tiempo como hilo conductor existencial a lo largo de los diversos vaivenes de la vida. En mi caso particular, la esencia última de mi identidad personal es la de filósofo, a sabiendas que es un rol obsoleto en nuestra sociedad por improductivo, más propio de un museo de Historia Natural que de los selectivos requisitos de búsqueda de los portales de ofertas de trabajo, aunque aún válido como elemento ornamental y de entretenimiento para pequeños actos sociales. Y es que la razón de ser de la identidad personal nada tiene que ver con las demandas de moda de la sociedad en cada momento, sino que su razón de ser se basa en saber quién es mi Yo como reducto último para el refugio existencial de toda persona frente a una vida que transcurre en continuo cambio y transformación.

Pero saber quiénes somos va más allá de conocer nuestra identidad personal -perdurable a los acontecimientos cambiantes de la vida-, pues sobre la base de nuestra naturaleza esencial como individuos somos aquello que manifiestamente defendemos con respecto a nosotros mismos y frente al resto del mundo. Sí, Somos lo que Defendemos. Pues aquello que defendemos, como manifestación externa de nuestra identidad interior, es un reflejo de nuestra escala de valores y prioridades personales en relación a las múltiples referencias posibles que nos ofrece la vida.

No obstante, como sagazmente me apuntaba Teresa en una reflexión compartida de desayuno, hay personas que no saben realmente lo que defienden (un mal común extendido en estos tiempos comvulsos, a merced de la dirección -política y/o mercantil- en que sopla el viento), por lo que recorriendo el axioma del artículo a la inversa podemos deducir que son personas que no saben quiénes son, convirtiéndose así en perfectos candidatos voluntarios a carne de cañón. Pues solo Somos lo que Defendemos si tenemos la Autoridad Interna de mostrarnos fieles a nosotros mismos respecto al mundo, y solo podemos ser fieles a nosotros mismos si conocemos nuestra identidad personal: mi Yo verdadero. Pues si bien aquello que defendemos puede devenir en impermanente, bajo el principio de crecimiento y desarrollo individual por ley natural, la naturaleza de nuestra identidad personal es inmutable a los continuos cambios que nos depara la vida. Ya que desde el reconocimiento del Yo Soy -que requiere de un ejercicio íntimo de introspección-, Somos lo que Defendemos conscientemente en cada momento.

Replicando con cariño al maestro Ortega y Gasset, no, yo no Soy Yo y mis circunstancias, sino que yo soy Yo con mis circunstancias. Pero para ello debo saber quién Soy; y desde ese conocimiento, podré mostrarme al mundo siendo lo que defiendo.

...Aunque, como defensa de mi ignorancia ante tribunales de juicio de valor ajenos, y parafraseando a Sócrates en pluma de Platón, finalizaré la reflexión con la máxima de “sólo sé, que no sé nada”, mientras continuo redescubriéndome a cada nuevo paisaje en mi Bitácora de un Buscador.

Y tú, ¿sabes quién eres? Y aún más, ¿realmente crees que eres lo que defiendes?


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Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano