Reconozco que me he dado
cuenta, al cabo de los años, que filosofo como terapia personal
frente a los retos cotidianos de la vida. Pero, ¿qué es filosofar?,
podemos preguntarnos. Con permiso de los grandes maestros, e
indulgencia por derecho adquirido de los viejos profesores de la
universidad, me atrevería a simplificarlo como la acción de
focalizar el pensamiento sobre un aspecto concreto o abstracto de la
vida. Pero claro, para focalizar el pensamiento se requiere de dos
actitudes que no por ser obvias, son comunes: focalizar y pensar
conscientemente sobre lo focalizado, pues requieren de un espacio y
tiempo de reflexión en presente -que a mi me gusta llamar
“congelado”- que no tiene cabida en una sociedad de alta
velocidad.
Cada cual tiene sus
secretillos para apearse del vertiginoso movimiento generado por las
elevadas revoluciones por segundo con las que gira la sociedad
contemporánea y desconectarse de su mundanal ruido omnipresente, ya
no sin hacerse daño, sino justamente para mantener sana su propia
cordura. En mi caso, el secreto para anclarme en el pausado presente
continuo no es otro que el hecho de encenderme una pipa. Es por ello
que -sin connotaciones freudianas, cuyas tesis por cierto no comparto
en absoluto-, denomino a mi pipa como mi tetilla filosófica.
Focalizar el pensamiento
representa, a su vez, desfocalizarlo de otros encuandres
referenciales de la vida. Por lo que cambiar de enfoque te permite
entrar en estados de pensamiento liberadores o, por el contrario,
submergirte en otros de corte más opresores. Una regulación del
enfoque del pensamiento reflexivo a voluntad que depende, por encima
de los intereses existenciales surgidos en cada uno de los diferentes
momentos del camino vital que reccore una persona, del estado
emocional de uno mismo. Así, podemos enfocarnos tanto en tensos
aspectos del microuniverso del ser humano, donde entran en juego las
mundanas -y a veces mediocres- relaciones sociales de los hombres
dentro de un contexto socio-cultural determinado (que no por
entenderlas debemos compartirlas, pues muchos de los comportamientos
sociales son racionales bajo criterios selectivos de egoismo
individual), como podemos enfocarnos en serenos aspectos
macrouniversales del ser humano, donde entran en juego elevados
aspectos clave de la existencia del ser humano.
Lo cierto es que esta
mañana me he levantado cansado, y por qué no decirlo con cierta
desazón, del microuniverso que teje mi realidad social en continuo
cambio y transformación, de la que me siento desconcertado,
descontextualizado, perdido e incluso Divergente (como “Tris” o
“Cuatro” en la película del mismo nombre) con mayor grado del
que me gustaría (Consciente que no es una cosa de la edad). Por lo
que me he puesto a buscar mi propio espacio de paz interior, tetilla
filosófica humeante en boca, pensando en la belleza de la esencia de
la Vida, en este caso centrado en la geometría, la materia y la
vibración. (Aunque no habrán pocos que califiquen esta actitud de
huída de la (su) realidad). [La realidad, je!, otro concepto que da
mucho de qué hablar].
Sí, esta mañana me he
sumergido en aguas de pesamientos relajantes que me han conducido a
reflexionar sobre el hecho que la Vida tiene una naturaleza
indivisiblemente trinitaria. Por un lado, todo lo existente tiene
estructura geométrica, como fruto de las múltiples combinaciones de
los Cinco Platónicos (tetraedro, cubo,
octaedro, icosaedro y dodecaedro), más el círculo y la espiral, que
dan forma a todo lo conocido y por conocer. Por otro lado, todas las
múltiples combinaciones de formas geométricas resultantes cuentan
con una estructura material en sus diferentes estados (sólido,
líquido, gasesoso, plasma, materia negativa, y otros por descubrir).
Y en último lugar, toda la materia en sus diferentes estados y
múltiples formas geométricas forman parte de la Vida por cuanto
vibran (generando así las diversas fuerzas físicas que constituyen
el Universo, como la nuclear fuerte, nuclear débil, la gravitatoria,
la electromagnética, la cuántica -fuerza fundamental-, y otras por
descubrir), consideraciones teológicas sobre el origen motriz de la
vibración del universo a parte. Tres partes de una misma naturaleza
(geometría, materia y vibración) que interactúan, se complementan
y condicionan entre sí constituyendo el arjé
de la Vida, por no calificarlo como el tejido madre o la cuna de la
misma Vida.
Particularmente me
resulta muy bello observar como ondas de frecuencia vibratoria, como
la música (de creación mecánica o electromagnética), generan
nuevas formas geométricas en estados materiales liquidos o sólidos.
Una bella visión fisiológica de la Vida que, aun por ser percibida
por una autoconsciente limitación cognitiva humana como la mía, no
deja de ser menos hermosa por armoniosa a la luz contemplativa de un
pensamiento focalizado; consciente que sabemos tanto del cósmos como
lo que puedan saber las hormigas desde su hormiguero, ya que la
dimensión de nuestra órbita planetaria (de la que formo parte como
ser vivo que habita en su cuerpo celeste llamado Tierra) tan solo
representa 4 minutos luz en referencia a los 80 millones de años luz
-si no mal recuerdo- que creemos que tiene la dimensión del Universo
conocido donde coexisten más de cien mil millones de galaxias. (Solo
en nuestra galaxia, la Via Láctea, se estima que pueden haber miles
de millones de sistemas solares a parte del nuestro).
[pausa]
...Me pierdo casi
angustiado con tantos ceros, aunque abrumadamente fascinado por las
infnitas posibilidades inimaginables que se nos presentan. Por lo que
decido regresar a la apacible -por no decir meditativo- concepto
mental de la trilogía de la Vida como malla orgánica de la que
parte toda la realidad conocida con el que he amanecido esta mañana,
aun a sabiendas de la existencia del caos dentro del orden armonioso
de la naturaleza conocida. (El movimiento de los opuestos en el
principio del Ritmo de la Vida).
Mientras tanto, en mi
reconocida ignorancia complaciente, de la que solo puedo realizar
ociosas hipótesis para entretenimiento y relajación personal,
prosigo con mi filosofoterapia existencial a falta que pueda llegar a
entender cómo funciona el kafquiano micromundo productivo de los
hombres (ese que te permite una vida digna), al menos hasta que la
última exalación humeante de mi tetilla filosófica me devuelva a
una realidad a escala que si bien no ahoga -como reza el refrán-, no
deja de apretar.
Frente al estrés de la
vida humana, profundamente humana -como diría Nietzsche-, no hay
mejor prescripción medicinal que la filosofía como terapia
personal, pues filosofando uno transciende, se desapega y autosana de
la singularidad de sus circunstancias (In mente sana spiritus
sano). O copiando a Marinoff: Más Platón y menos Prozac.
Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano