¿Quién se lee el
prospecto de instrucciones de un aparato doméstico que acaba de
comprar antes de ponerlo en marcha? Prácticamente casi nadie, y entre
los pocos rara habilis seguro que se encuentran nuestros
padres. Recuerdo cuando era pequeño el momento en que entró en casa
el primer ordenador de mesa, para lo que mi padre -de formación
ingeniero, y por tanto de mente cartesiana-, adquirió varios libros
de informática que devoró junto al amplio manual de uso que
acompañaba al nuevo aparato doméstico. Mientras que yo, un mocoso
de primera generación televisiva que a falta del hambre de la gran
biblioteca de internet (aún inexistente) me conformaba con las
limitadas y obsoletas enciclopedias a papel que decoraban las
estanterías de toda las casas, utilizaba el ordenador doméstico sin
más conocimiento que el que me aportaba el método prueba-error,
cosa que desesperaba a mi padre. Un método carente de toda secuencia
lógica de comprensión del uso del aparato que repiten, con mayor
maestría y destreza, mis hijas ya desde su tierna infancia con
dispositivos tecnológicos varios. ¡Cuántas veces no he tenido que
echar mano de mis hijas para que me enseñen cómo utilizar cierta
función del móvil!.
Este hecho, tan
anecdótico como cotidiano, fue objeto de una reflexión ociosa
compartida con mi padre en una reciente calurosa noche pasada. Él
sostenía que toda educación debe basarse en la formación de los
fundamentos de toda materia de estudio, mientras que yo, sin quitarle
la razón, le exponía la realidad en la que vivimos: las nuevas
generaciones basan el desarrollo de sus conocimientos a partir ya no
del encuentro con los fundamentos últimos de las cosas, sino de
premisas muy posteriores de las que parten como verdades aceptables,
sin necesidad de profundizar en su origen. En otras palabras, en
nuestra sociedad impera la inteligencia intuitiva-compulsiva, frente
a la inteligencia lógico-reflexiva en la que ha vivido la humanidad
prácticamente hasta la Segunda Revolución Industrial (previa a las
Tecnologías de la Información y la Comunicación de mediados del
XX), que es en la que se educaron nuestros padres hace cincuenta años
atrás, un tiempo donde -aunque nos cueste creerlo- no existían ni
los bolígrafos.
La diferencia entre la
inteligencia lógico-reflexiva y la intuitiva-compulsiva, es que en
la primera el conocimiento se aprehende a través de un razonamiento
en el que las ideas o sucesión de hechos se manifiestan o se
desarrollan de forma coherente y sin que haya contradicciones entre
ellas; mientras que en la segunda se adquiere el conocimiento,
comprensión o percepción inmediata de algo sin la intervención de
la razón. En la primera existe la reflexión, mientras que en la
segunda, a falta de tiempo y espacio para reflexionar, prima la
actitud compulsiva. Una diferencia de metodología que está
directamente relacionado con el tipo de sociedad en que se ha
desarrollado cada tipo de inteligencia, ya que si bien la
inteligencia lógica-reflexiva pertenece a una sociedad donde los
cambios se producían de manera lenta y progresiva, y donde el
trabajo se basaba en la especialización profesional para toda la
vida, la inteligencia intuitiva-compulsiva se ha desarrollado -por
imperiosa necesidad- en una sociedad actual en continuo cambio y
transformación donde el único paradigma laboral válido es la
capacidad de adaptabilidad a la transformación social imperante.
Tal es la velocidad de
cambio en nuestra sociedad, que vemos en la actualidad como en tan
solo una década aparecen y desaparecen no solo perfiles de puestos
de trabajo, sino incluso carreras universitarias, llegando a crearse
carreras de doble titulación con menos años de estudio que en el
pasado, o nuevas carreras tan complejas como la biotecnología que,
en un tiempo reducido de estudio de tan solo 4 años, estudian al
unísono diversas materias complejas que en antaño cada una de ellas
eran objeto de formación por separado. Un nuevo mundo influido por
las nuevas tecnologías y la información a tiempo real en un mundo
global interconectado donde la maquinaria económica, el Mercado, que
sostiene la viabilidad financiera de los pilares de todo Estado de
Bienestar Social (un hito en la Humanidad), requiere de un alto nivel
de competitividad -que se traduce en una constante innovación de
bienes de consumo y servicios nuevos- para no colapsar el sistema en
su conjunto. Un escenario delirante donde las Eras de las
Revoluciones Industriales -actualmente estamos ya en la Cuarta desde
2011-, se suceden a una velocidad de vértigo, produciendo profundos
cambios sociales y de modo de vida en el día a día de las personas
a cada nueva etapa, donde la Inteligencia Colectiva ha tenido que
transformarse de lógica a intuitiva, y de reflexiva en compulsiva, y
donde los fundamentos últimos de las cosas han perdido valor pues
están en continua revisión y reactualización a cada nuevo avance.
Pues la Inteligencia Intuitiva-Compulsiva no se basa en el
entendimiento de la realidad, sino que se focaliza en la cocreación
de una nueva realidad imaginable, transgrediendo las barreras incluso
de la lógica (que a veces puede ser limitante) desde la fuerza
arrolladora de la innovación como motor evolutivo.
Y mientras yo reflexiono
sobre este tema, a pausadas bocanadas de pipa en boca como viejo
marinero que ensueña mirando el horizonte desde su insignificante
atalaya flotante en medio del inmenso océano, nuestros hijos se
desarrollan como personas de nueva era interactuando con cientos de
ímputs televisivos por minuto mientras juegan intuitivamente con sus
dispositivos móviles sobresaturados de mega datos. Por lo que sus
pequeños y plásticos cerebros aprenden a funcionar e
interrelacionarse con el mundo de manera diferente a los de sus
padres, como dicta -nos guste o no- los preceptos de toda adaptación
biológica a nuevos y diferentes ambientes. La intuición compulsiva
se impone a la lógica reflexiva en la evolución de la especie
humana, en un tiempo donde hay de todo menos tiempo. Alea jacta
est!
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Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano