Reconozco que tengo una
manera personal de medir el tiempo, y me refiero al tiempo de verdad,
al que da trascendencia a la existencia de mi vida, y no a ese tiempo
que mide los 7 minutos necesarios para cocer la pasta al dente. Una
singular manera de acotar el tiempo que no requiere de relojes ni
calendarios, sino que se fundamenta en un parámetro de medición muy
concreto: el espacial. Véase: mi parámetro espacial del Tiempo
viene determinado por la distancia progresiva de desapego -físico,
que no emocional- que existe entre mis hijas y yo, y que es
directamente proporcional a su desarrollo individual como personas.
Es decir, a mayor independencia de criterios y movimiento por parte
de ellas, más espacio se crea entre nosotros, como dicta la ley
natural. He aquí el verdadero parámetro que mide el Tiempo de mi
vida, lo otro no son más que bellas maquinarias de entretenimiento
de muñeca, pared o mesa.
Es por ello que cuando
servidor me percato, en mi justa y esporádica lucidez, del paso del
Tiempo como efecto de los pequeños destellos cada vez más alejados
de mis hijas lindando el perímetro de un espacio que, por ampliarse
continuamente, aumenta la distancia del uno (yo) con las otras (mis
hijas) -como marcan los cánones ancestrales de creación de
historias existenciales propias e individuales-, es cuando uno
redescubre que el Tiempo no es oro (siempre hipotecado e
insuficiente, para regocijo y retroalimentación del omnipotente
caballero Don Mercado), sino Vida. Y es justamente en esos precisos
momentos de conciencia íntima, en que el mundo y con él todas sus
manecillas de tiempo de mentirijillas parecen congelarse por unos
segundos, cuando uno se pregunta dónde está y, -a partir de ahora y
frente a ese espacio intergeneracional que se agranda inexorablemente
sin fin aparente- se cuestiona hacia dónde uno se encamina.
Pues la verdad, no lo
sé... [Se abre un período de reflexión].
Lo poco que sé es que
espacio y tiempo forman un continuo cuatridimensional inseparable.
Por lo que el espacio físico que se está generando frente a mis
ojos con respecto a mis hijas -como si de un páramo vacío pendiente
de dibujar algún tipo de paisaje se tratase-, conlleva un nuevo
tiempo. Y allí donde emerge el espacio y el tiempo, como matriz del
mundo que es, emerge la Vida.
Pero la Vida no solo es
Tiempo (caduco para los mortales), sino también velocidad, el factor
que al determinar el desplazamiento del tiempo en el espacio a su vez
lo relativiza, por lo que la propia Vida -esa sucesión de
acontecimientos cargados de experiencias personales e
intransferibles- se nos presenta como relativa. Sí, la Vida es
relativa, según las coordenadas de referencia de cada persona, y
asimismo la propia realidad que da contenido, forma y textura a
nuestra cotidianidad. Así pues, tanto o más importante que
responder qué tipo de vida se me generará ante la nueva secuencia
espacio-temporal que se me presenta, debería preguntarme cómo voy a
vivirla. O más concretamente a qué velocidad. Pues el ritmo de la
velocidad varía según parta de la premisa de que el Tiempo de los
hombres es Vida o es Oro, sabedor que el tipo de ritmo que elegida
puede generar tranquilidad o angustia existencial. Nada nuevo
descubro bajo el sol. Al fin y al cabo, mi elección efectiva, como
la de todos, se basará en dos factores clave: la percepción del
camino más acertado hacia la felicidad personal, y los determinismos
propios de desarrollar una vida dentro de una sociedad de mercado (Yo
soy yo y mis circunstancias, como diría Gasset). La maestría, en
nuestro tiempo, es encontrar el punto medio. Y el resultado final
[redoble de tambores], solo el tiempo lo dirá.
Mientras tanto, a mis 45
años y ocho meses de edad, reflexiono en soledad sobre el Tiempo
-que es igual a reflexionar sobre la existencia efímera, sin
Quevedismos- a la espera que mis hijas vuelvan de una comida de
“chicas”, consciente que el espacio físico entre nosotros se
agranda a cada nuevo día generando un nuevo continuo
espacio-temporal (un nuevo paisaje por descubrir) para el que debo
prepararme. Pues nadie vive la vida por nadie. Lex vitae!
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Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano