Trabajador es todo aquel
que vive de las rentas de su trabajo, pero ¿cómo debemos denominar
a aquella persona de la población activa que, aun trabajando, no
consigue vivir de su trabajo? (Entendiendo el “vivir de su trabajo”
como la acción por la que una persona, mediante la recompensa
remunerada de su actividad física y/o intelectual, consigue cubrir
las necesidades básicas a nivel individual y de posible
responsabilidad familiar). Una figura que si bien no tiene una
definición jurídica concreta (y por tanto está indefensa
legalmente), es una realidad sociológica de rabiosa actualidad como
resultado directo de un estadio de precariedad laboral fruto de una
crisis sistémica que dura ya una década. Una figura a la que
podríamos llamar Precariador,
y que la situaríamos socialmente entre
la moderna concepción del trabajador que surge con la Revolución
Industrial en el siglo XIX (que ya está por debajo del
trabajador-robot), y la antigua figura del esclavo o del siervo que
aún resiste con plena vigencia cultural en algunos países del
mundo.
El
perfil del Precariador es heterogéneo, pues va desde el medio-senior
o senior cualificado y con amplia experiencia que frente a la
imposibilidad de encontrar un puesto de trabajo se intenta reinventar
profesionalmente en la búsqueda de nuevas oportunidades laborales
(las redes están saturadas de coaches, formadores y consultores), el
joven recién licenciado que se pone el traje de superemprendedor
(pero sin poderes) ante la falta de poder acceder al mercado laboral
por cuenta ajena, o el desempleado de larga duración que se agarra a
contratos temporales y/o parciales precarios (que generan la misma
angustia que un flotador pinchado en alta mar), entre otras muchas
variantes fruto de imaginativas (pero reales) combinaciones entre
éstos. El denominador común a todos ellos: salarios deficientes e
irregulares, necesidad de cobertura socio-económica familiar,
exclusión de prestaciones sociales (por desamparo legal), e
invisibilidad frente a las estadísticas de desempleo (en su lucha
diaria por mantenerse activos profesionalmente, aunque las rentas del
trabajo sean insuficientes, pues lo último que pierden es la
esperanza de un futuro estable).
Si nos paramos a pensar,
el Precariador no es más que el
resultado del mal funcionamiento de un sistema de libre mercado (al
que llamamos capitalismo), cuya naturaleza no es más que la
desigualdad social sostenible positiva. Es decir, que para que el
capital tenga un valor diferencial añadido dentro de la sociedad,
ésta debe ser desigual entre sus miembros, lo que conocemos como
ricos y pobres. Una mecánica social de contrastes que, al igual que
un motor de pistones (motor de movimiento a partir de la continua
combinación alternativa entre fuerzas opuestas), permite el
desarrollo de las sociedades, siendo la ambición humana individual
la verdadera fuerza motriz. Pero para que esta maquinaria social
tenga éxito, el equilibrio entre las desigualdades sociales
positivas debe ser sostenible, es decir, que no se puede quebrar. Si
dichas desigualdades tienden a reducirse en exceso, el capitalismo
dejará de existir para convertirse en socialismo (en cualquiera de
sus variantes). Si dichas desigualdades, en cambio, tienden a
ampliarse en exceso, se convertirán en negativas y el capitalismo
también dejaría de existir por la fuerza reactiva de un descontento
social (más o menos vehiculado políticamente) que afectaría a la
estructura orgánica de su naturaleza, reorganizándose con un alto
índice de probabilidad hacia un sistema populista (en cualquiera de
sus variantes). Es por ello que cabe remarcar la importancia de
velar por el principio de desigualdad social sostenible positivo de
la economía de libre mercado, que tantos beneficios aporta a
nuestras sociedades modernas de Derecho y de Bienestar Social
(reafirmadas en el principio de igualdad de oportunidades y los
derechos sociales adquiridos), y para las que la nueva figura del
Precariador representa un riesgo
potencial de quiebra por la brecha social que representa. Al fin y al
cabo, el Precariador es la evidencia
fallida de la ecuación que relaciona esfuerzo de trabajo individual
y obtención de aspiraciones sociales personales (La máxima de que
“una persona, si trabaja, se gana la vida”, ya no tiene
aplicación generalista en estos tiempos). Un resultado paradójico
en el contexto histórico actual con la mayor fuerza de trabajo
social cualificada (técnica y académicamente) de la humanidad, que
pone de relieve el hecho objetivo de que algo no estamos haciendo
bien.
Sin intención de marear
ni aburrir con datos estadísticos económicos, sobre índices de
tasas de desempleo y perfil de salarios de nuestro país (ya sean de
puestos de trabajo de baja o alta cualificación) en comparación con
otras economías europeas, ni de aunar en medidas urgentes de cambio
de una economía coyuntural (raíz de muchos de los males de nuestro
triste mercado laboral postladrillo) a una economía estructural (de
base industrial y de I+D+I), pues los datos -para quien los quiera-
nos inundan y están al alcance diario de todo el mundo, la intención
de este artículo no es otro que el de poder reflexionar con
concesión de libre pensador, y excusa del día nacional del
trabajador mediante, sobre una realidad de la que poco se menciona
(quizás por vergüenza ajena y orgullo personal de muchos): la de
los trabajadores fallidos, los Precariadores, y sus posibles
consecuencias sociales. Frente a esta realidad, solo tenemos dos
opciones: confiar en que los aires de la economía y el mercado
laboral cambien pronto, como quien se queda mirando al cielo a la
espera de que llueva en época de sequía (y así llevamos una década
y suma y sigue), cuyo riesgo social es alto. O paliar de manera
activa e inteligente la situación (de Estado) de los Precariadores
con el objetivo de minimizar y controlar los posibles riesgos
sociales. Alea jacta est!
A 1 de Mayo de 2017
Fiesta del Trabajador
Fallido
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Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano