Que
toda acción tiene una reacción de igual magnitud y dirección pero
en sentido opuesta a la primera, como anunció Newton hace ya más de
tres siglos, solo existe en una realidad constante y determinada
propia de los libros de la física clásica. En nuestra realidad
cotidiana multidimensional, propia de un mundo globalizado en la suma
de microrealidades a velocidades diferentes que interactúan entre
ellas sin consideraciones de espacio-tiempo, una acción puede tener
una reacción de menor, igual o mayor magnitud y dirección y en
cualquier sentido posible a la primera. En otras palabras, que si
bien todo efecto tiene un causa, la dimensión de esta causa es, a
todas luces, incierta frente a todo pronóstico. Y si no que se lo
pregunten a los protagonistas de la caída del Muro de Berlín, a los
sabios de la política de austeridad económica de la UE como fórmula
anti-crisis, a los británicos con el juego electoral de mesa del
Brexit, a las recientes elecciones norteamericanas y los mandatos
ejecutivos de Trump, o al propio proceso del auge soberanista catalán
en España. Un cúmulo de reacciones posibles inciertas frente a
acciones muy concretas. Y es que, en un mundo complejo e impermanente
con múltiples variables, la incertidumbre se impone (Un principio
que los físicos ya conceptualizaron a principios del s.XX dentro de
la lógica cuántica: Principio de Heisenberg).
Pero
no nos vayamos a escalas socio-políticas o subatómicas, la
incertidumbre determina nuestras vidas cotidianas con cada una de las
acciones que realizamos en nuestras decisiones diarias (La vida es
una continua decisión). A cada acción que protagonizamos, ya sea
pasiva o activa, desde hacer una simple cosa u otra diferente en
nuestra libre elección (ya sea en el seno de nuestra familia, con
los amigos, o en lo que respecta a nuestro mundo profesional),
desencadenamos un hilo de acontecimientos de reacción incierta que
modifican nuestra realidad más inmediata para crear otra diferente
en magnitud, dirección y sentido que determinan una nueva posición
en nuestra vida presente. Y es así, a diferencia de otros posibles
tiempos pasados más serenos y predecibles, porque el mundo de
referencias del siglo XXI es volátilmente inconstante en su
fugacidad de cambio y transformación, y complejo en su poliédrica
estructura socio-económica.
Sí,
es como si viviéramos en el interior de un juego de Tetris
tridimensional o de un gran cubo de Rúbik cuyas piezas, que componen
y determinan la forma de nuestra realidad, estuvieran en incesante
movimiento. Y ante este hecho solo cabe la aceptación. Aceptar que
el paradigma de vida que nos enseñaron (y no nos prepararon) en la
escuela, y del que proceden nuestros padres, ha cambiado: De una
previsión de vida certera hemos pasado a la experiencia de una vida
incierta, donde las reglas de la lógica clásica ya no sirven y
donde nada se puede dar ya por sentado. Una característica que los
budistas denominan -y que toma mayor sentido si cabe en los tiempos
actuales-, Principio de Impermanencia: nada es nunca siempre igual,
todo está en continuo cambio y transformación. Un principio que
solo los gurús del “Big Data” o de las “Machine learning”
podrán controlar, y cuyo privilegio está claro (porque la
información es poder) no es ni será accesible para el resto de los
mortales.
Mientras
tanto, para el resto de personas de a pié, queda claro que una mala
gestión de la incertidumbre que genera la experiencia de la
impermanencia en nuestra vida nos puede llevar a estados de ánimo
agobiantes propios de un desequilibrio emocional. Pero bien
gestionada podemos encontrar en la incertidumbre el redespertar de la
curiosidad por observar, a veces con cierta diversión e incluso
ilusión, cuál va a ser la siguiente novedad en nuestro impredecible
mundo cambiante (lo que bien mirado, no nos va a permitir aburrirnos,
haciendo de la vida misma una experiencia entretenida). Es por ello
que más importante que el destino, al final donde debemos poner la
atención de nuestra actitud vital es en la calidad personal de cómo
afrontamos el viaje que, queramos o no, vamos a tener que recorrer en
nuestra aventura singular e intransferible. Un viaje donde actitud,
adaptabilidad y gestión emocional son elementos básicos para
nuestro quid de supervivencia personal.
Caminante,
son tus huellas
el
camino y nada más;
Caminante,
no hay camino,
se
hace camino al andar.
A.
Machado, 1875-1939
Nota
1: Sobre Actitud, Adaptabilidad y Gestión Emocional recomiendo
los artículos recogidos en “Las Fórmulas de la Vida”, donde
conceptualizo las unidades de conocimiento independientes de la
materia de Desarrollo Competencial (Gestión de Habilidades)
Nota
2: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar
recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano