La búsqueda de
resultados inmediatos es uno de los rasgos distintivos de la sociedad
contemporánea, lo cual nos aboca a centrarnos en el fin devaluando
el propio proceso lógico-natural que requiere para alcanzarlo. La
máxima maquiavélica de que el fin justifica los medios, está más
en boga que nunca. Y el mundo educativo no está exento de ello. Así
lo constato tristemente cuando doy clase a jóvenes titulados
universitarios, los cuales han aprendido a aprobar exámenes en un
sistema educativo donde la memorización aun continúa premiándose
en pleno siglo XXI, pero que a todas luces evidencian una clara
carencia en la capacidad de pensar. En otras palabras, una parte
importante de nuestros jóvenes han dejado de pensar para pasar a
enjuiciar directamente sin una reflexión previa. Claro está que
para reflexionar se requiere de tiempo (además de una mente
abierta), y justamente de tiempo es lo que le falta a nuestra
acelerada vida.
El proceso cognitivo de
pensar requiere de tres fases bien definidas: la fase de recopilación
de información mediante las acciones de la observación, la
descripción y la comparación; la fase de reflexión mediante la
acción del análisis; y la fase de la conclusión mediante una
acción de síntesis de la información objeto de nuestro acto de
pensar. No obstante, está a la orden del día emitir juicios de
valor sin siquiera dedicarse el tiempo necesario para reunir la
información suficiente que nos permita tener una idea clara de lo
que tratamos, y mucho menos dedicamos el tiempo que requiere el acto
de reflexionar sobre ello antes de tomar una opinión firme al
respecto. Un escenario que si bien puede entenderse en el contexto de
un diálogo discernido y superficial de barra de bar, no puede
admitirse en el ámbito académico, pues la falta de la capacidad de
pensar lleva al empobrecimiento mental personal y a la intransigencia
social.
Una de las
manifestaciones externas evidentes que se constatan hoy en día con
la falta de reflexión en el proceso cognitivo del acto de pensar, es
la falta del hábito de la escucha activa. En otras palabras, la
escucha de un argumento -que por otro lado forma parte de la
educación y el respeto básico en la relación entre personas- no
se realiza comúnmente para recopilar información, sino para
enjuiciar directamente (generalmente de manera peyorativa) sin un
análisis previo: No se escucha, se juzga mientras se oye. Un acto
reflejo impulsivo que quizás encuentre su razón de ser en la
sobresaturación y celeridad de información que gestionan como
pueden las nuevas generaciones a lo largo de las 24 horas del día
mediante las tecnologías de la comunicación que transfieren
información a nivel global y en tiempo real. Un mal hábito
agravado, si cabe, por la característica de exaltación social del
individualismo, propio de un mercado hedonista y de libre
competencia, que desemboca en un exceso de protagonismo personal en
que la norma general es sentirse protagonista (aunque sea de manera
forzada) de cualquier tipo de reflexión. Sin descontar la cultura
imperante de la inmediatez, que rige el principio de la sopa
instantánea: todo lo queremos en minuto y medio.
Sí, una parte importante
de nuestros jóvenes sobradamente preparados no saben pensar,
tristemente para el conjunto de la sociedad. Pero la responsabilidad
no debe recaer sobre ellos, sino en el sistema educativo que nos les
ha enseñado a pensar. Seguramente como causa de un celo excesivo por
desbancar aquellas materias de conocimiento que nos invitan a
reflexionar sobre quiénes somos y hacia dónde vamos, y cuyo papel
lo hemos externalizado a las directrices de un Mercado de oferta y
demanda altamente volátil y cuya máxima es obtener beneficios
económicos a corto plazo: dime qué tipo de economía aplicas, y te
diré qué tipo de sociedad estás construyendo.
Mientras tanto, en el
horizonte se abre una brecha de luz gracias al Pensamiento
Computacional para devolver la reflexión, aunque sea de corte
práctica y empírica, a nuestro sistema educativo. Si bien aún nos
quedan bastantes lunas por disfrutar antes de que esta nueva versión
del Pensamiento Crítico del siglo XXI se implante de manera
normalizada. Por lo que, hasta que llegue la hora, la prudencia
aconseja pensar en voz baja si nos hayamos fuera de espacios
especialmente habitados para ello.
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