jueves, 24 de marzo de 2016

¿Un cristianismo sin Jesús?

Ayer por la noche, tras coger el último tren del día, llegué a mi ciudad natal. Una capital de provincia de segunda, como otras tanto hay en España, en su tiempo -no tan lejano- ciudad de militares, clérigos y funcionarios. La noche era limpia, y en el cielo se podía ver entre los edificios una preciosa luna llena en su máximo esplendor. Cansado, arrastraba la maleta de viaje por las milenarias calles de mi ciudad con paso decidido a la búsqueda del último autobús de servicio del día que me llevase a casa. Cuál fue mi sorpresa que en mi caminar, a esas horas de la noche, me encontré con grupos de personas vestidos con hábitos de cofrades de Semana Santa que regresaban de alguna procesión. Unos haciéndose selfies solos o en grupos, otros haciéndose notar para que los transeúntes nos fijásemos en quiénes eran, y unos terceros eternizando conversaciones a la entrada del portal de sus casas como quien se resiste a volver al anonimato que precede al desvestirse de unos harapos pomposos. Lo cierto es que, a ojos extraños, el ambiente era más propio de una noche carnavalesca que de un tiempo de recogimiento espiritual. Sin duda, me decía para mis adentros, el día tenía que haber sido de un gran evento social.    

En mi transitar nocturno por la ciudad que se resistía a descansar, no podía más que preguntarme en qué diría Jesús de Nazaret al ver por un lado las procesiones de Semana Santa, inmortalizadas en selfies que serán colgados como trofeos en los perfiles personales de facebook, y por otro lado observar la inhumana represión contra los más necesitados que consentimos (y coparticipamos) tanto dentro, como en el umbral, y fuera de nuestra propia casa. Creo que todos sabemos la respuesta, y aun así nos hacemos llamar cristianos... Y si esta reflexión puede herir sensibilidades, o parecer radical, recomiendo volver a leer los evangelios. Pues si algo es radical en este mundo es, justamente, el mensaje de amor y fraternidad del maestro Jesús.

Menos postureo, menos mirarnos al espejo a ver qué tal nos queda el hábito postizo que nos enfundamos –como quién se disfraza a consciencia para representar un personaje ficticio en una obra de teatro popular-, y más autenticidad humana. O eso, u optemos por convertir la Semana Santa en una festividad social más, sin ningún tipo de trascendencia ni personal ni colectiva, y todos tan tranquilos. Lo contrario, a la luz de la filosofía de vida de Jesús de Nazaret, no tiene sentido, a no ser que estemos hablando de otro credo. Este mundo ya es suficientemente falso, como para falsear un ideal tan bello como es el Amor entre las personas: «“Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No existe otro mandamiento mayor que éstos» (Mc 12, 29-31).

Sobre la base que nadie obliga a nada en una sociedad laica y democrática, al menos seamos coherentes con nuestras múltiples deficiencias e imperfecciones como seres humanos. Si somos unos falsos, al menos no nos convirtamos en cínicos ante el sufrimiento propio y ajeno en nuestro comportamiento –sin hábito de temporada por medio- durante el resto del año.

Personalmente, como persona sencilla y humilde de grandes defectos y contradicciones humanas, me quedo con la espiritualidad de Jesús antes que con la religión sin Jesús.

+ Fr. Jesús, hermano laico benedictino
Un humanista convencido

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