¿Quién no ha visto la serie
cinematográfica “Los Juegos del Hambre”?, ahora de rabiosa actualidad por el
estreno de su última entrega: Sinsajo 2. Una película entretenida que nos hace
disfrutar de un buen rato de nuestro tiempo ocioso en cómodas butacas del cine
mientras degustamos unas palomitas con un refresco en salas climatizadas. Y
tras salir de la sala del cine, valoramos la excelencia de sus escenas de
acción, los efectos de última generación, la espectacularidad del ambiente y
del vestuario, e incluso lo guapos que son los protagonistas. Y, acto seguido,
ya pensamos en la película del próximo nuevo estreno.
Lo que muchos de los espectadores
no relacionan al salir del cine, es que la visión del mundo que expone la
película (una minoría de ciudadanos que viven con privilegios de ricos en un
espacio llamado Capitolio, frente al resto de la inmensa mayoría de la
población del planeta que malvive en los llamados Distritos que están divididos
por áreas de producción de bienes y productos que nutren al citado Capitolio),
es un fiel reflejo del funcionamiento de nuestro propio mundo. La diferencia es
que en vez de llamarnos Capitolio nos hacemos llamar Primer Mundo, y a los
Distritos les denominamos Segundo y Tercer Mundo.
¿Y por qué no lo relacionamos?,
sencillamente porque no somos conscientes de ello por el embargo informativo
que hemos creado frente a la pobreza y la injusticia humana del resto del
mundo, al igual que le pasa al ciudadano del Capitolio que desconoce la realidad
de la vida cotidiana de las personas que viven en los Distritos. Y sin
conocimiento, está claro que no puede existir reflexión moral alguna sobre
nuestra corresponsabilidad individual y colectiva, lo que interesa sumamente a
aquellos que se benefician directamente de esta profunda desigualdad mundial.
Tanto es así, que el 1% de la
población del Primer Mundo (es decir, nosotros) acaparamos más del 50% de la riqueza
del planeta. Y, ¿de dónde procede esta riqueza?, podríamos preguntarnos. Pues
para nuestra vergüenza de lo que llamamos el Segundo y Tercer Mundo, que
representa las dos terceras partes del planeta y que si bien son ricos en
recursos, son pobres en renta per cápita (en calidad de vida por habitante) a
causa de nuestro continuo expolio a favor de llenar nuestros centros
comerciales de bienes de consumo que permiten el estatus de vida al cual
estamos acostumbrados.
De hecho, 10 corporaciones occidentales
monopolizan las centenares de marcas que llenan las estanterías de nuestras
tiendas y supermercados: Coca Cola, Pepsico, Kellogs, Nestle, Johson &
Johnson, Procter & Gamble, Mars, General Mills y Kraft. Y, para muestra un
botón: En todo el mundo se beben más de 4.000 tazas de Nescafé por segundo y se
consumen productos de Coca-Cola 1.700 millones de veces al día, ello es gracias
a que tres empresas controlan más del 40 por ciento del mercado mundial de
cacao, del azúcar o del agua embotellada, lo que lleva, entre otros, a que
Nestlé declare unos ingresos mayores que el PIB de Guatemala o de Yemen. O el
caso de la conocida compañía española Inditex de Amancio Ortega, propietario de
marcas como Zara y cuyo empresario es la primera fortuna del mundo, que produce
sus artículos explotando la mano de obra infantil en prácticamente todo el Segundo
y Tercer Mundo. O el caso de compañías de ordenadores y de telefonía móvil,
como Apple, cuyas fábricas en China explotan a los trabajadores, entre ellos
niños, los cuáles a demás son utilizados en condiciones inhumanas y de aguda
explotación laboral para la extracción del coltán (el material que hace posible
las pantallas táctiles), en minas infrahumanas de países como el Congo o Indonesia.
Y que quede claro que cuando
hablamos de expolio de recursos y de prácticas de explotación laboral, niños incluidos, no hacemos referencia tan solo a participar de la actual desigualdad
social existente entre las personas del planeta, sino a que somos a su vez
partícipes y colaboradores necesarios en la muerte de millones de estas
personas al año por condenarles a vivir en situaciones infrahumanas. Solo en
materia de infancia, cada día fallecen 17.000 niños en el mundo, 10.000 de los
cuales son por causa de hambre, cuando en nuestro particular “Capitolio”
desperdiciamos al día más comida de la que se puede consumir en el mundo. Así
pues, el problema de la alimentación, la sanidad o la educación en el mundo no
es por falta de recursos, sino por una distribución desigual de los mismos. ¿La
causa?: la codicia humana que permite explotar y dejar morir a una persona a
favor de aumentar los beneficios económicos de nuestras empresas, bajo nuestra
visión particular del mundo instruido en las facultades basado en un mercado global
capitalista despiadado e inhumano, y al amparo de leyes internacionales de
comercio que creamos e imponemos nosotros mismos desde el Primer Mundo.
Una realidad ciega a los ojos de
los ciudadanos que vivimos en el “Capitolio”, frente a la cruda realidad de la
vida cotidiana de los “Distritos”. No
nos extrañemos pues, que ante nuestra ceguera intencionada (pues ojos que no
ven, corazón que no siente), puedan surgir Sinsajos que perturben nuestra
comodidad. Quién sabe si el Sinsajo que nos despierte mañana de la ceguera y el inmovilismo
contra la defensa de los derechos y la dignidad de la vida de todas las personas
del planeta, sea hoy un niño o una niña que llega a nuestro Capitolio en condición de refugiado.
Fiat Lux!