El futuro se inerva con decenas
de filamentos imperceptibles, para ojos ciegos, del destino que vamos dando
forma al ritmo de nuestro propio paso por la vida. Sin más certeza en nuestras
vidas que aquel fino trazo invisiblemente luminoso que misteriosamente nos
sostiene entre la vida y la muerte, en un universo sobresaturado en medio de la
nada.
Pero el futuro también tiene sus
propios ritmos, al igual que el oleaje del mar, o el respirar de los seres
vivos. Si todo en la vida de este universo conocido está en continuo
movimiento, no uniforme y rectilíneo, sino con una marcada oscilación pendular debido
a la dualidad de todas las cosas que conforman la naturaleza:
nacimiento-muerte, fío-calor, día-noche, tristeza-alegría,
inspiración-expiración, positivo-negativo, éxito-fracaso, en un claro
contrapeso de opuestos sobre la naturaleza polarizada de cualquier realidad
existente que forma parte inherente del movimiento en la vida, ¿por qué va a
ser diferente el futuro?.
A veces el ritmo del futuro se
estanca, siendo entonces que nos sentimos atrapados en medio de una
circunstancia que, sin saber cómo salir de ella -como protagonistas de un gif
animado-, convierte nuestras vidas en un bucle de un continuo hoy prácticamente
inalterable, donde presente y pasado se confunden.
A veces el ritmo del futuro se
proyecta con fuerza hacia adelante, más allá de nuestro limitado campo de
visión, pudiendo intuir un horizonte hacia el cual nos vemos lanzados como
flecha que busca alcanzar su objetivo, donde la esencia del presente se desvive
y transforma a cada nuevo suspiro en un futuro continuo.
A veces, en cambio, el ritmo del
futuro no se encuentra ni estancado ni proyectado, tan solo abierto al devenir
de los acontecimientos, siendo entonces que las hebras del destino personal se
conforman día a día, al paso de un presente sin más expectativas que aceptar la
impermanencia e inconsistencia de la propia realidad, que no es más (ni menos) que
cooperar incondicionalmente con lo inevitable.
Un futuro de ritmos diferentes,
según nuestra relación con nosotros mismos y con el mundo referenciado en cada
momento de nuestra historia personal, que se alternan en el movimiento pendular
de nuestra propia existencia, como ciclos vitales necesarios que nos permiten
madurar en el tránsito de una a otra etapa de la vida, de manera tan natural
como pueda ser el devenir sinfín de las estaciones.
Un futuro de ritmos diferentes, cada
uno con su peculiar naturaleza propia, para diferentes momentos de la vida de
una persona. Un futuro de ritmos diferentes que se alternan entre sí de manera discontinua,
y sin otro patrón de comportamiento discernible más allá del que pueda
sustraerse del proceso evolutivo de madurez personal de cada ser humano. Un
futuro de ritmos diferentes que, al depender de nuestro nivel de aprendizaje y
crecimiento personal con la vida, nos sitúa en posiciones espacio-temporales diversas
a lo largo de nuestra existencia con respecto al mundo y la realidad más
inmediata que nos rodea.
Pero solo cuando el ritmo del
futuro nos es abierto, contrariamente a presentarse como estancado o
proyectado, es cuando las posibilidades de futuros posibles se multiplican en
nuestra vida. Pues es entonces que los filamentos de nuestro destino personal -que
se regenera mediante nuevas hebras día a día- tienen la actitud activa de interconectarse
poliédricamente con los innumerables puntos de referencia que conforman la vida
en su dimensión más diversa y vasta. Una actitud que no solo nos conecta con la
riqueza de la vida, sino que nos permite iluminar y disfrutar de la textura de
la intensidad de los momentos presentes que manifiesta la vida a nuestro paso.
Hoy camino por la calle, un día primaveral
cualquiera de un inusual diciembre de fin de año, con un futuro de ritmo
abierto, abierto a las múltiples posibilidades que puede ofrecerme la vida. Sin
más expectativa que disfrutar de este futuro sereno, consciente que en mi caminar
me desprendo continua e irremediablemente de mi presente, que ya es pasado.
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