No es posible conocer a una
persona por sus obras, en contra del famoso dicho bíblico atribuido al recaudador
de impuestos Mateo. No solo porque ningún hombre o mujer, por no saber, no sabe
ni siquiera quién es uno mismo; sino incluso porque la historia de nuestras
vidas solo representa un fragmento de la verdad, narrada bajo el tamiz
subjetivo de valores y creencias de un tercero que, en el mejor de los casos,
ha podido ser testimonio directo de la manifestación de “esa obra” en su fase
de resultado final.
No es posible conocer a una
persona por sus obras, ya que nadie es libre de sus actos y todos estamos
condicionados por circunstancias externas que anulan, dirigen o redireccionan
los acontecimientos de nuestra frágil vida cotidiana, dando lugar a que la obra
resultante se manifieste de una u otra manera posible. Pues el futuro nunca es
absoluto, sino relativo como fruto de la suma de pequeñas historias correlativas
e interdependientes con su entorno. Sabedor que yo soy yo y mis circunstancias,
como de manera magnífica sintetizó el filósofo español de la razón vital, Ortega
y Gasset, sobre la naturaleza humana.
No es posible conocer a nadie por
sus obras, ya que nada en este universo nunca es siempre igual a cada segundo
que pasa. Y mucho menos las personas, quienes vivimos una existencia mortal de
continuo cambio y transformación. Y lo que fuimos ayer no lo somos ahora, y lo
que somos ahora no lo seremos mañana. Por lo que las obras realizadas no sirven
para nada más que para ocupar megabits de luminosas o ensombrecidas memorias
individuales, que a posteriori se transforman como piedras preciosas –a causa de
las altas presiones sometidas por la fuerza imperiosa de la necesidad de reinventarnos
cada día-, en valiosas semillas de experiencia personal capaces de crear una
renovada y mejorada versión de nosotros mismos.
No es posible conocer a nadie por
sus obras, pues éstas no nos definen, sino que nos complementan en la búsqueda
personal hacia la autorrealización y el autoconocimiento (aunque muchas veces
sea de manera inconsciente). Pues las obras no son piezas de un puzle
predibujado de nadie, sino experiencias de aprendizaje tales como adoquines de
un camino a construir día a día.
Afirmar que conocemos a alguien
por sus obras es como afirmar que conocemos una estrella desde la lejanía por
la intensidad o ausencia de su luz, o como afirmar que sabemos de un libro por
haber ojeado una de sus cientos de páginas.
No es posible conocer a nadie por
sus obras, no seamos tan prepotentes, tan solo podemos acercarnos a su orilla con
empatía para intentar comprender el camino trazado por los pasos caminados.
Fiat lux