A estas alturas de juventud de
nuestra especie, sabemos que la mente está formada por un conjunto de células
del sistema nervioso -a las que llamamos neuronas-, cuya principal función es
la excitabilidad eléctrica de su membrana plasmática, y que están especializadas
en la recepción y conducción de estímulos nerviosos entre ellas y con otro tipo
de células como las que componen el tejido muscular.
Pero está claro que, todo este ajetreo
comunicativo entre neuronas no es caótico, sino que sigue una lógica necesaria
para manifestar esa facultad de la mente a la que llamamos inteligencia. Un
proceso lógico necesario que, si lo entendemos como un conjunto de instrucciones
bien definidas, ordenadas y finitas que permite realizar una actividad mediante
pasos sucesivos que no generan dudas a quien debe realizar dicha actividad,
diremos que nos encontramos ante un algoritmo matemático.
Y es justamente un algoritmo lo
que utiliza nuestra mente cuando, por ejemplo, hablamos. Puesto que el
procesamiento cerebral del lenguaje se realiza en un área muy concreta de la
mente -denominada área de Broca-, que está compuesta por varias partes que se
superponen para realizar diversos pasos lógicos y ordenados de procesamiento que,
en muy poco tiempo, dan como resultado el habla.
Si bien aún estamos en pañales en
el conocimiento del procesamiento neuronal del lenguaje, así como del resto de
funcionamiento de nuestro cerebro, podemos intuir que nuestra estructura
neuronal funciona mediante algoritmos en un universo no caprichoso (o, en boca
de Einstein: en un mundo donde Dios no juega a los dados). Al igual que podemos
intuir, enfocando desde el reverso de la moneda, que el horizonte de la
inteligencia artificial viene marcado por la capacidad de búsqueda y relación
de información, y asimismo de obtención de conocimiento, del algoritmo PageRank, entre otros, que utiliza (y
celosamente protege) una de las grandes corporaciones del mundo como es Google.
En definitiva, ya sea inteligencia natural o artificial, entre algoritmos matemáticos
nos movemos.
La diferencia de algoritmos
entre inteligencia natural e inteligencia artificial, podríamos apuntar a groso
modo, es que los algoritmos en inteligencia natural incluyen la variable de un
principio de indeterminación que genera una paleta de historias posibles, que a
su vez depende de sensores emocionales del entorno (factores -emoción y entorno-,
que afectan directamente al potencial mental), lo que en esencia nos define
justamente como humanos.
Pero a diferencia de lo que
podríamos pensar en un primer impulso, como apunte al tema diremos que los
sensores emocionales del entorno (que son los que marcan el valor de la
variable del principio de indeterminación en el algoritmo de toda persona), no
tienen por qué generarnos grandes problemas en su entendimiento, ya que, aunque
queramos creernos seres muy complicados y sofisticados, lo cierto es que somos
seres de funcionalidad sencilla. Tanto es así que podemos reducir nuestro mundo
sentimental a cuatro emociones primarias: alegría, tristeza, rabia, y miedo. Al
igual que los cuatro compases en música que pueden crear una infinidad de
partituras musicales, y que a su vez pueden subdividirse en compases/emociones
binarias o terciarias: Alegría-Tristeza, Alegría-Rabia, Alegría-Miedo,
Tristeza-Rabia, Tristeza-Miedo, Rabia-Miedo, Alegría-Tristeza-Rabia,
Alegría-Tristeza-Miedo, Tristeza-Rabia-Miedo, etc. Emociones que agrupan, a su
vez, todo el universo de sentimientos conocidos. (Ejemplo de sentimientos
relacionados con la emoción de Miedo: alarma, angustia, ansiedad, apego,
arrepentimiento, baja autoestima, bloqueo, carencia, desasosiego,
encarcelamiento, espanto, estrés, fobia, histerismo, horror, inquietud,
intriga, interés, impotencia, inseguridad, intranquilidad, obstinación, pánico,
perdón, pavor, respeto, rechazo, remordimiento, sospecha, sumisión, sorpresa,
sufrimiento, timidez, temor, terror, vergüenza.)
Sin intención de alargarme, ya
que esta es una temática que requeriría un amplio desarrollo más propio de un
libro apasionante, este artículo no tiene otra intención que una reflexión
personal que busca subrayar la idea del funcionamiento algorítmico de nuestra
mente. Una máquina matemática, química y electromagnética que, a medida que
vayamos conociéndola mejor, seguro que nos permitirá replicar aspectos del
funcionamiento de su estructura neurológica en otros campos de la ciencia. Y,
quien sabe, a lo mejor en un futuro no muy lejano convivamos con ordenadores
inteligentes con formas de membranas plasmáticas que nos faciliten una vida
mejor en nuestro día a día.
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