En el interior de nuestra maravillosa
mente, que es una escala fractal del universo mismo, hay agujeros negros y
astros espectrales en un frágil equilibrio cosmológico. Depende hacia dónde basculen
las fuerzas de nuestro universo mental, los agujeros negros pueden irse
haciendo cada vez mayores absorbiendo a su paso toda chispa de luz de nuestra
vida, o contrariamente, los astros espectrales pueden hacerse cada vez más
grandes irradiando y cubriendo de luz las experiencias cotidianas de nuestra
existencia.
Está claro que una mente
consumida en su propio agujero negro agotará cualquier resquicio de voluntad de
vivir en la persona, mientras que una mente que brilla con luz propia por la
fuerza de su astro espectral, al igual que un sol, retroalimentará día a día su
voluntad renovada por vivir y disfrutar de la vida.
El equilibrio de las fuerzas
cosmológicas de la mente de una persona a lo largo de su vida es, por
naturaleza, frágil. Y sin entrar a considerar patologías psicológicas, los
humanos sabemos a ciencia cierta que dicho equilibrio puede verse siempre alterado
por el devenir de los acontecimientos que crean la historia –siempre en
continuo movimiento de cambio y transformación- de una persona. O,
parafraseando a Ortega y Gasset, “yo soy yo y mis circunstancias”.
En el caso de los agujeros negros
mentales, estos se alimentan de la energía generada por el sentimiento de
impotencia ante una circunstancia o situación de la vida. Una impotencia que madura
en frustración, y que esta a su vez -prolongada en el tiempo-, se convierte en
desesperación. Y es justamente en este punto cuando una persona, por cansancio
vital, acaba renunciando a sí misma (en el concepto más amplio del término). Porque
al final, no es que la voluntad de una persona por seguir hacia delante y
conseguir un objetivo no pueda ser ilimitada, pero no así sus fuerzas que sí son
limitadas. Como pueda ser el caso de una persona que tiene la firme voluntad de
traspasar un río a nado, pero la experiencia del entorno es superior a sus
fuerzas y acaba por ahogarse.
En otras palabras, las filosofías,
métodos y técnicas positivistas para generar mentes que brillen con luz propia
ante los retos diarios de la vida, intentando convertir a personas normales (en
clara desventaja social) en superhéroes cotidianos anónimos con poderes mágicos
frente a necesidades mundanas, no tiene ningún sentido ni visos de éxito alguno
si paralelamente no se ayuda a estas mismas personas a cubrir los mínimos materiales
y emocionales que garanticen su supervivencia como seres humanos, paliando así las
causas sociales que arrastran directa e irremediablemente a cualquier persona a
ser consumida por la generación, desarrollo y expansión de sus propios agujeros
negros mentales.
En este sentido, desde un enfoque
social, y dentro de los parámetros de sociedades avanzadas en materia de
bienestar colectivo, es responsabilidad de todos el velar por unos mínimos que garanticen
el equilibrio de las fuerzas cosmológicas mentales de cada una de las personas
que forman nuestra comunidad, para así no solo velar por personas sanas
mentalmente, sino a su vez por garantizar comunidades prósperas socialmente. Pues
solo con mentes que iluminen sus vidas diarias avanzaremos como especie. Y no
hay mentes espectrales, capaces de iluminarse a sí mismas y a su entorno, sin unos mínimos sociales (vivienda,
comida, sanidad y educación) que garanticen el desarrollo normal de una vida
digna. Así pues, ante los agujeros negros mentales que fagocitan a las personas
desde su interior (a causa de las fuerzas de la impotencia, la frustración y la
desesperación), cabe aplicar la generosidad privada, la solidaridad social y el
tutelaje público.
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