Lo cierto es que llevamos toda la
vida adaptándonos a los cambios, ya que la vida es un continuo fluir donde, por
ley natural, nada es nunca siempre igual. Aunque también no es menos cierto que
hay personas que sienten los cambios en su vida personal de una manera más
intensa que otros. Una causa, per se llena de incertidumbres, que en el mundo
de las organizaciones empresariales se intenta minimizar a través de la
práctica que denominamos gestión del cambio, que no es más que adaptarse de
manera continua a los nuevos devenires.
Pero para gestionar los cambios
primero hay que preverlos, como el centinela vigía en lo alto del palo mayor de
un barco de vela que anuncia lo que se avecina. Y, si ya no tenemos tiempo de preverlos
–ya sea porque el vigía es corto de vista, ya sea porque no disponemos de
capacidad para tener un vigía-, no hay más remedio que contar (en procesos de
cambios de alta velocidad) con un buen copiloto que, ante la inminencia de cada
curva u obstáculo, nos vaya chivando el próximo movimiento. Pues bien saben los
pilotos de rally que no se puede conducir a gran velocidad y salvar los retos
del recorrido a la vez sin un buen copiloto de ayuda. En otras palabras, la
gestión del cambio en una empresa es un trabajo de equipo.
No obstante, no podemos caer en
la falsa simplificación de que la gestión del cambio se reduce a una adaptación
constante del entorno, como si una carrera de rally solo se ganase mediante una
hábil destreza en el manejo del cambio de marchas del vehículo. Pues todo
cambio también implica adaptar nuestro vehículo al nuevo paisaje, que siempre
es diferente al que hemos dejado atrás. Por lo que la gestión del cambio
representa, además de adaptación, gestión de los fracasos registrados y
capacidad de reinventarse mediante procesos de innovación. Quien no aprende de
los errores e innova su vehículo queda condenado a quedarse relegado en último
lugar y, muy probablemente, quedarse tirado en medio de la carretera.
Y como todos sabemos, a día de
hoy, no hay estructura empresarial –como vehículo por muy avanzado que sea-,
que tenga la capacidad por sí misma de gestionar el fracaso, gestionar la
reinvención y gestionar la innovación (los tres pilare clave de toda gestión
del cambio). Para ello necesita del factor humano. Pero no todas las mentes
humanas, por muy cualificadas técnicamente que estén (ya sean economistas o
ingenieros), disponen de dicha facultad. Porque en los procesos de gestión del
cambio entra en juego un elemento clave de gestión empresarial que es la mente
creativa, aquella que conecta de manera directa con nuestro hemisferio cerebral
derecho, donde las estructuras neurológicas interrelacionan piezas de puzle dispares
y sueltas de la realidad existente para crear un nueva y actualizada versión de
puzle perfectamente engranado a la realidad del momento presente-futuro.
En definitiva, en un mundo
altamente tecnificado y cambiante, la mente creativa (propia de las personas de
conocimiento humanista) crea, mientras que la mente técnica materializa. Sin
capacidad creativa, no hay cambio; y sin cambio, no hay futuro.