Es tiempo de poda personal.
Cuando llega un momento en que
nos encontramos prácticamente asfixiados por el enredo de nuestro follaje de
proyectos y obligaciones sociales, que nos impiden vivir desde nuestra esencia,
es que ha llegado la hora de la poda de tallos, hojas, flores y frutos
personales que se alimentan de nuestra propia chispa vital.
Es tiempo de poda personal,
cuando los quehaceres diarios se convierten en parásitos adheridos con fuerza,
garra y gancho a nuestra fuerza vital, suplantando incluso nuestra propia identidad
en el mundo exterior para darse razón de ser, existir y perdurar, con la misma
finalidad que las bellas plagas que devoran a los árboles desde su interior.
Es tiempo de poda personal,
cuando la copa pesa ya demasiado y pone en serio riesgo de quebramiento al
tronco que poco más puede soportar frente a los devaneos de los vientos caprichosos
y azarosos de un entorno impredecible e impermanente.
Es tiempo de poda personal, cuando
uno se mira y ya no se reconoce, porque el follaje social no le deja sentir ni su
propia savia.
Es entonces que, ya sea por
agotamiento, ahogo o sinsentido, uno llega al entendimiento íntimo de que ha
llegado la hora de desenraizarse del espacio conocido, desapegarse del juego de
rol que desempeña, desprenderse de compañías tóxicas, ropajes inútiles y cargas
insalubles, y aligerar el camino. Todo ello con la autocomplacencia del deleite
en fumarnos una buena pipa, como regalo reflexivo previo a reiniciar el viaje de
la vida. Eso sí, rehaciendo camino al andar sin volver la mirada atrás, no sea
que por desobediencia de los avisos bíblicos y coránicos nos suceda lo mismo
que a la mujer de Lot.
Y tras ese acto disciplinado de
firme voluntad –no exento de esfuerzo y dolor- de poda personal, poder volver a
sentir en nuestros rostros la frescura del viento siempre renovado, el calor revitalizante
del sol sobre nuestra piel, y el agua de lluvia que empapa y limpia nuestra
alma, mientras por el camino nos tomamos el tiempo necesario para curar las
cicatrices de la tala, a la espera que tarde o temprano germinen nuevos y renovados
brotes de una vida que por no saber, solo sabe que sus pasos le conducen a un
nuevo horizonte.
Peregrino de la vida no hay libertad,
solo se hace uno libre al volar consciente y desnudo hacia un horizonte
desconocido sin volver la mirada atrás.