Por todos es sabido que para
construir un país desarrollado debemos alcanzar un nivel de sostenibilidad
entre los sectores económicos, ecológicos, sociales y políticos. No obstante,
nuestras sociedades están dominadas por los Mercados, quiénes nos dicen que
vamos en buen camino cuando crece el Producto Interior Bruto (PIB), un modelo
de validación que no tiene en cuenta al
conjunto de ciudadanos de un país en términos de índice de igualdad económica, equilibrio
ecológico, nivel de bienestar social o grado de democracia real. Y cuyo
principal objetivo es medir el valor de las mercancías producidas, las cuales –por
criterios de rentabilidad- se concentran en las áreas urbanas de un territorio.
Expuesto lo escrito, el modelo
económico impuesto por los Mercados han inducido al hecho objetivo que más de la
mitad de la población mundial se concentre hoy en día en las ciudades, de los
que 1.000 millones de personas viven en barrios periféricos marginales de las
grandes ciudades en condiciones infrahumanas, sin vivienda digna ni acceso a
agua potable o alimentos básicos. Mientras que en España el porcentaje asciende
al 70 por ciento, es decir, siete de cada diez españoles viven en grandes áreas
urbanas, de los cuales uno de cada cinco vive por debajo del umbral de la
pobreza (el 20,4% de la población en 2014). Una realidad que contrasta, a su
vez, con la desertización de un mundo rural desvalorizado.
A estas alturas, podemos afirmar
que los modelos sociales basados en criterios de Mercado generan realidades de
insostenibilidad económica a millones de personas que viven en las ciudades, avocadas
a un estado de supervivencia económica en el que, al haber sido apartadas del
sistema económico de mercado -por no tener dinero que les permita acceder-, no
solo se les niega el acceso a bienes de consumo básicos como puedan ser comprar
alimentos, pagar la luz, el gas, la electricidad o el agua para poder vivir, o mantener
un techo donde dormir, sino que incluso se les niega la posibilidad de que se
puedan abastecer por sí mismos. Es decir, en las ciudades las personas no
pueden cultivarse sus propios alimentos, generarse su propia energía o acceder
a fuentes de aguas naturales, ni construirse con sus propias manos una
vivienda, por sencilla que sea, no solo porque estas acciones están limitadas a
terceros (proveedores del mercado que solo abastecen mediante transacción previa
de la moneda de cambio vigente), sino porque además el autoabastecimiento de
estos bienes de consumo básicos está prohibido por ley en la ciudades.
Llegados a este punto, el único
reducto de libertad y dignidad humana que le queda al pobre (trabajador en precario o trabajador frustrado),
al marginado por el Mercado, es el Mundo Rural, donde aún tiene validez y
margen de acción social e individual su propia capacidad como ser humano para
crearse una vida sostenible económicamente, produciendo sus propios alimentos,
generando su propia energía basada en las renovables, accediendo a un agua de
uso y titularidad comunitaria, y construyendo su propia vivienda basada en la arquitectura
orgánica y ancestral de la tierra. Un modelo de sostenibilidad y libertad económica,
armonizada con el ritmo propio de la naturaleza, en contraste con el modelo de
supervivencia y esclavismo económico de las ciudades.
01/05/2015, Día del
Trabajador (Precario y/o sin Trabajo)
…Porque así no se
sale de la Crisis