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Marioneta de Francisco Álvarez |
Cierto es que la nueva física, y
con más bombo y platillo las filosofías new age de rabiosa actualidad, nos
dicen que no existen futuros absolutos, sino futuros posibles. Y que aquel
futuro realizable en nuestras vidas de entre todos los posibles no es otro que
aquel escenario futuro en el que centramos nuestros esfuerzos. Premisa de oro
de cualquier coach que oferte sus servicios en el mercado del positivismo.
Aunque también no es menos cierto
que dicha premisa de las historias futuras posibles choca de lleno con el
famoso principio de indeterminación de la teoría cuántica, la cual manifiesta
que no hay historia o futuro determinado con precisión, sino afectados por
otras historias posibles con características similares en un espacio
interconectado.
Y entre una y otra teoría, nos
encontramos los seres humanos con una fuerza mayor a la que llamamos Destino
desde los albores de la humanidad. Una fuerza sobrenatural denominada karma por
los budistas, predestinación por los chinos, providencia divina por los
cristianos, o fátum por los antiguos romanos y ananké por los griegos clásicos
(donde los mismos dioses del Olimpo no están exentos), que se manifiesta de
manera frontalmente opuesta al libre albedrío o libertad individual que tiene
cualquier persona por elegir uno de sus futuros posibles.
Cuando interviene el Destino en
nuestras vidas, las personas perdemos el control de los mandos de nuestra
existencia, tal cual abdución por una fuerza mayor se tratase, no pudiendo
interceder ni en el ritmo de los acontecimientos, ni en su rumbo y
consecuencias, por muchos esfuerzos en sentido contrario que hagamos.
Ante esta realidad, tan solo cabe
luchar en contra de la fuerza arrolladora del Destino, lo cual nos agotará
físicamente, desquiciará mentalmente y desequilibrará emocionalmente con la
misma eficacia de una hormiga por liberarse de la presión de un dedo humano; o
aceptarla, desapegarnos de nuestro definido futuro posible y rendirnos en su omnipotente
fluir como único camino hacia la libertad de espíritu personal. Pues solo en la
aceptación, el desapego y la rendición encontraremos la paz interior que
anhelamos.
Racionalizar si el Destino es
justo o no con nosotros, es materia exclusivamente humana que al Destino les es
indiferente, pues el Universo en su infinitud trasciende e ignora toda
preocupación humana, al igual que a nosotros no nos importa nada el universo de
los ácaros que coexisten en nuestro colchón. Así como intelectualizar sobre la
finalidad, uso y propósito del Destino, es tan loable como la mosca que busca
una razón existencialmente positiva tras haber sido herida de muerte fatal por
haberse posado en un plato de sopa.
Por tanto, frente al Destino, de
nada sirve racionalizar ni intelectualizar en un juego desesperado e impotente
de la mente por controlar lo incontrolable, sino dejarse fluir por el flujo
impermanente e imparable del Destino, como arrolladora fuerza primogénita de la
Vida de todo el Universo. Y en ese fluir, Ser y dejar de hacer.