Más de 20.000 niños
menores de cinco años mueren de hambre cada día en el mundo, nuestro mundo, el
mismo mundo que cómodamente podemos recorrer en tan solo unas horas. Y en
España, a causa de la crisis económica, miles de niños –de los cuales seguro
que muchos nos los cruzamos por la calle e incluso son amigos de nuestros
propios hijos- solo tienen una comida al día, la de los comedores escolares,
que en la mayoría de los casos -y para mayor desazón para sus impotentes padres-
ya han cerrado esta misma semana por la jornada escolar reducida previa al
inicio de las vacaciones de verano.
Solo la descripción de la
realidad, no vista en ninguna otra especie animal sobre la faz de la Tierra, de
este pequeño y doloroso párrafo a modo de introducción del artículo nos tendría
que provocar una profunda sensación de culpabilidad y vergüenza personal y
colectiva, que nos empujara a mover cielo y tierra para solventar esta cruda
realidad con carácter de urgencia. Pero claro, si las palabras están exentas de
sentido no tienen poder alguno, pues son asépticas, y no hay palabras con carga
emocional sin conciencia (aunque este es otro tema). Mientras tanto, mientras
intentamos descubrir el verdadero significado del párrafo introductorio, así
como sus consecuencias reales para millones de personas, nuestra pasividad y
falta de conciencia se convierte en una violencia consentida en la que dejamos
de morir a millares de niños cada día por inhalación. ¿Puede haber una muerte
más horrible?
Hemos construido un mundo
sobre la gran mentira de que este no es un planeta abundante, por lo que no hay
recursos suficientes para todos, solo para unos pocos y elegidos. Y esta gran
mentira, que nos la creemos como verdad irrefutable, la hemos adornado con todo
tipo de dogmáticas y complejas teorías elevadas a cátedra universitaria para
convencernos de nuestra inteligencia, cuando no hay nada inteligente en un ser
humano que justifique dejar de morir a un niño por hambre. De hecho, no hay
nada de humano en ello.
Una gran mentira que
fundamenta nuestra sociedad sobre la base de que no hay recursos suficientes
para todos, ya sean de servicio o consumo, y que dicha carencia debe estar
regulada por un principio (malicioso) denominado de productividad que solo
puede operar dentro de un mercado que llamamos de oferta y demanda, o dicho en
otras palabras, en un espacio de convivencia donde solo vales por lo que tienes.
Una gran mentira asumida colectivamente que tiene como efecto directo un mundo
lleno de injusticias sociales, y que, por cierto, los niños –como espíritus
puros y libres que son- ni entienden ni comparten.
Es curioso ver que
aquello que necesitamos los humanos lo construimos o fabricamos. Por tanto
aquello construido o fabricado es una creación del hombre. Y es curioso, asimismo,
que para construir o fabricar aquello que necesitamos lo hacemos mediante el
dinero, que también construimos y fabricamos los humanos. O sea, que el dinero
también es una creación del hombre. Así pues, si el hombre es el creador tanto
del dinero como de aquellos elementos materiales que necesitamos para una vida
digna, dado nuestro alto nivel de desarrollo tecnológico, ¿por qué no
construimos o fabricamos dinero y todo lo necesario para que ningún niño del
planeta muera de hambre?
Ante esta pregunta, un político,
así como un economista, entre otros, responderían que no podemos construir o
fabricar dinero y todo lo necesario para que ningún niño muera de hambre porque
la economía de mercado no lo permite ya que tiene sus propias reglas (reglas
creadas por los hombres, sobre todo por aquellos más egoístas y que,
paradójicamente, se creen los más importantes, inteligentes y evolucionados)
Un hombre espiritual, por
su parte, respondería que la razón por la que no construimos o fabricamos
dinero y todo lo necesario para que ningún niño muera de hambre es porque, si
bien hemos alcanzado un alto desarrollo tecnológico, aún no hemos alcanzado a
la par un alto desarrollo espiritual para introducir los factores de valor
humano vinculantes y globales en la economía de mercado (fría e individualista)
que permita redistribuir la riqueza para construir un mundo equilibrado
socialmente. Y no le faltaría razón.
Mientras que un hombre
sabio respondería que, si con el actual sistema de funcionar no podemos
construir o fabricar dinero y todo lo necesario para que ningún niño muera de
hambre, sustituyamos el sistema basado en la mentira de la carencia por un sistema basado en la verdad de la abundancia,
pues aquello que creó el hombre puede desmontarlo para construir otra realidad
mejor.
Lo que está claro es que si
el ser humano, en pleno siglo XXI, construye o fabrica aquello que cree necesario
para una vida de bienestar, está claro asimismo que las personas que toman las
decisiones en nombre de todos no consideran necesario solucionar la cruda
realidad de millares de niños menores de cinco años que mueren cada día en
nuestro planeta. Ya que no es una cuestión de poder, sino de querer.
Ante esta realidad objetiva
-pues lo que es, es-, debemos alzar la voz para decir bien alto y claro que:
1.-La pasividad ante una
injusticia humana es violencia.
2.-Que el ejercicio de
acciones que promueven la injusticia humana es violencia.
3.-Y que si esa
violencia, activa o pasiva, institucionalizada o no, con o sin conciencia
personal y colectiva, produce un resultado de muerte en niños menores de cinco
años, no solo es inhumano sino que es una monstruosidad.
Porque la realidad es que
no hay suficientes minutos en un día para dedicar un solo minuto de silencio
por cada niño muerto de hambre al día. Pero en cambio, sí que producimos
suficientes alimentos al día en el mundo para alimentar a esos mismos niños por
años.
Así pues, es hora que
despertemos nuestras conciencias dormidas, pues solo a la luz de una conciencia
despierta una persona se transforma interiormente hasta alcanzar el status de ser
humano.
A aquellos que estén
despiertos, ayudemos a despertar a los que aún viven dormidos.