Con esta afirmación me
apeló mi hija de diez años para que cambiase de canal, a la vez que su hermana
pequeña de seis años apostilló:
-Es verdad. A mi tampoco
me gustan. Tendrían que hablar de cosas buenas.
Lo cierto es que
llevábamos unos veinte minutos viendo las noticias del mediodía del domingo 4
de mayo de 2013 de un canal televisivo español de ámbito nacional, y solo
emitían dramas y penurias, y la mitad de ellas eran producidas en otros países,
como si el telediario se hubiese convertido en un noticiario exclusivamente de
sucesos recogidos por cualquier rincón del mundo.
Como ex periodista, ex
director de corresponsalías y ex fundador de periódicos de prensa económica en
mis tiernos años de juventud, sé que una noticia debe ser un acontecimiento de
actualidad, novedoso, verídico (y remarco verídico y su derivado: contrastado,
tan en desuso en los últimos años por la clara dependencia de los medios al
poder político que manipula), y de interés general para su público. Así pues,
que alguien me explique qué interés general para el público español tiene, en
estos tiempos que nos tocan vivir, que medio telediario de ámbito nacional se
dedique a un incendio de California o a un accidente de trenes de mercancías en
Italia, para sin más tiempo de noticias dar paso a los deportes. Sin contar los
extensos espacios dedicados a la guerra entre Israel y Síria, o el drama de
Bangladesh…
No es mi intención entrar
en un debate sobre el periodismo actual, que personalmente lo encontraría
apasionante por mi ex vocación profesional, pero sí poner la atención sobre la
necesidad de reflexión sobre qué tipo de imagen del mundo están proyectando los
medios de comunicación día y noche sobre el subconsciente colectivo, y su
consecuente repercusión directa en el modelo de sociedad que estamos
construyendo entre todos. Lo que es evidente es que, en unos tiempos de urgente
necesidad de la búsqueda del sentido por una vida mejor y llena de esperanza,
los mass media están haciendo un flaco favor con sus noticieros altamente tóxicos.
Vaya, que es como si a una persona que se encuentra con los ánimos por los
suelos, en vez de animarle le ayudásemos a deprimirse más aún.
Lo cierto es que si el ateniense
Platón, quien creía que la música era competencia del Estado por su relevante
influencia en el estado de ánimo de las personas, levantara cabeza y viera el
poder que ejercen los medios de comunicación en nuestra sociedad, seguro que
dedicaría un urgente, crítico y monográfico tratado filosófico sobre el tema.
En otras palabras, si bien desde la sociedad civil exigimos a los políticos que
sepan estar a la altura de las circunstancias actuales, los mass media, como
cuarto e inmediato poder, no pueden quedar exentos de esta responsabilidad.
Como ex periodista, sé
certeramente que la sociedad, rica en actividad y variedad, genera los
suficientes acontecimientos positivos para llenar cada día los espacios de los
medios de comunicación cumpliendo los requisitos de actualidad, novedad,
veracidad e interés general que requiere toda noticia. Es decir, señores
directores de los medios de comunicación, hay vida periodística más allá de la
facilitada por los gabinetes de prensa de los partidos políticos y las
instituciones que controlan, las agencias de noticias internacionales y los
clubs deportivos.
Y aún más, estoy seguro,
como ex director periodístico y ciudadano, ya no tan solo que existe un
importante mercado potencial para los medios especializados en prensa positiva,
que no es más que aquella que recoja la actividad de alto valor añadido de la
vida diaria del conjunto de la sociedad –como lo fue en su día la oportunidad
del nicho de mercado de la prensa económica en nuestro país-, sino que es a día
de hoy una necesidad vital y un reclamo existencial reivindicado por el
conjunto de la sociedad.
Si queremos construir un
mundo mejor, donde los medios de comunicación juegan un papel destacado en
cimentar los referentes que configuran la realidad de la conciencia colectiva,
tiene que haber cabida para un periodismo generalista en el que nuestros hijos,
como nuevas generaciones, puedan nutrirse de él desde la curiosidad, el
optimismo y el espíritu emprendedor propio de quienes desean aprender y ayudar
a avanzar la sociedad. En caso contrario, tanto por su salubridad emocional y
mental, como por la nuestra propia como adultos, nos obligaremos –como ya es
práctica habitual- a dejar de ver y leer las noticias como medida de
desintoxicación y como método de alimentar la capacidad de crear otro futuro posible.
Ya que, si
continuamos engullendo la dramática realidad de los telediarios a través de los
ojos, oídos y por cada uno de los poros de nuestra piel, quedaremos
incapacitados para poder imaginar y crear otras nuevas realidades. (Ver artículo
relacionado: 13 pasos para superar la crisis) Y, como la mayoría de padres
conscientes, si algo tenemos claro es, justamente, que de esta toxicidad
incapacitadora es de la que queremos proteger a nuestros hijos, puesto que
ellos son la esperanza del mañana.