Todo sistema es injusto
cuando deshumaniza la sociedad, y la sociedad se deshumaniza cuando no se
protege los derechos fundamentales de las personas a una vida digna. Y esta es,
justamente, la situación en la que nos encontramos.
La deshumanización de la
sociedad que crea realidades de injusticia social es una falta de respeto a la
vida, fruto actualmente de un sistema basado en una economía de libre mercado y
en una estructura de gobierno de democracia no directa.
La economía de libre
mercado antepone el bienestar de las personas a los intereses económicos de
unos pocos, los cuales no buscan el beneficio colectivo sino el propio, como
podemos observar en el estado de indignación ciudadana general de rabiosa
actualidad. Hecho que constata de manera objetiva que el mercado liberal no es
condición sine qua non para la
constitución de un estado de bienestar social, sino que este requiere de
mecanismos protectores basados en valores humanos para su sostenibilidad.
Valores humanistas como la caridad, la solidaridad o la equidad social que no se
contemplan en el credo económico del libre mercado.
Asimismo, la estructura
de gobierno de democracia no directa antepone el bienestar de las personas a
los intereses políticos de unos pocos, los cuales no buscan el beneficio
colectivo sino preservar sus privilegios de poder social, muchas veces de
manera maquiavélica bajo control de los instrumentos de gestión público para
uso partidista de procesos administrativos, jurídicos y mediáticos con el fin
de manipular la realidad. Hecho que constata de manera objetiva que la
democracia no directa no es condición sine
qua non para la creación de un sistema de democracia real, sino que esta
requiere de mecanismos directos de participación ciudadana. Mecanismos basados
en principios sociales como la transparencia, participación y fiscalización de
los procesos de la gestión pública; la participación abierta, directa y
limitada en los tiempos a los procesos electorales; y la evaluación de la
gestión de los recursos públicos bajo criterios de beneficio y equidad social.
Hemos llegado a un punto
en que, a pesar de la presión social ejercida desde las estructuras endogámicas
de poder del mercado liberal y del sistema de democracia no directa, debemos
reivindicar el principio humanista de que las personas son más importantes que
las instituciones. Por lo que si estas se han deshumanizado, debemos volverlas
a humanizar, y no hay humanización sin la participación activa de los valores
humanos por encima de cualquier otro criterio. La buena noticia es que volvemos
a tener esperanza, aunque hayamos tenido que ir hasta el fin del mundo para
poderla recuperar.
“Comencemos a servir, lo que hemos hecho hasta ahora es poco y nada”
San Francisco de Asís
Habemus Sperantia
Jueves, 14 de marzo de 2013