Existen muchos tipos de
cárceles. Las más conocidas son aquellas que bajo sentencia condenatoria por un
delito cometido te privan de libertad hasta cumplido un periodo determinado de
tiempo, en el transcurso del cual no hay posibilidad para cambiar esa realidad.
Pero existen muchas otras variedades de prisiones que, con la misma fuerza inmovilizadora,
nos impiden cambiar nuestro futuro o incluso alcanzar nuestros sueños. Cárceles
de alta seguridad que, aunque sus barrotes sean invisibles, parece misión
imposible ejecutar cualquier plan de fuga.
Me refiero a las cárceles
personales cuya naturaleza está compuesta por determinismos sociales y
psicológicos, como la cárcel en la que se siente recluido un emprendedor que no
tiene dinero ni para poner gasolina al coche, la cárcel en la que se siente
recluido un padre de familia en el paro que no encuentra un puesto de trabajo
que le permita evitar el desahucio de su casa, la cárcel en la que se siente
recluida una joven sin vida social al verse absorbida por su responsabilidad
como madre, la cárcel en la que se siente recluido un asalariado hastiado por
la monotonía de un trabajo que le impide desarrollarse profesionalmente, la
cárcel en la que se siente recluido una persona por el miedo y la falta de
valentía para cambiar una vida insatisfecha. Y todas aquellas cárceles
existentes, tantas como personas puedan habitar en el planeta, que producen una
sensación de prisión personal.
Muchas veces, en nuestro
camino individual de aprendizaje, no sabemos aquello que queremos hasta que
vivimos justamente aquello que no queremos, que no son más que nuestras
cárceles personales. Pero esto es ley de vida, y más aún en unos seres como los
hombres y las mujeres que nunca somos siempre los mismos, sino que cambiamos
interiormente de manera continúa a lo largo de nuestra vida (Como también es
ley natural de vida). El problema radica cuando sentimos que ya no podemos
cambiar más, al menos exteriormente, por la fuerza represiva de los
acontecimientos que nos envuelven: no tener dinero, quedarse sin trabajo,
destinar todas las energías a subir a los hijos, no poder crecer
profesionalmente en la empresa, etcétera.
Ante una cárcel personal,
cualquier persona solo tiene dos opciones: o rendirse a la cárcel hasta reducir
los impulsos vitales de su propio espíritu al paso de los años para llevarlo a
un estado casi de coma existencial inducido, o liberarse de la cárcel, la cual
conlleva cambiar nuestra realidad. Pero, ¿cómo podemos cambiar la realidad
desde la cárcel personal?, ya que en muchos casos no podemos liberarnos de los
condicionantes externos. Y si no, preguntémosle a esa joven madre que, sintiéndose
marchita sin vida social propia, no puede cambiar por arte de magia el hecho de
tener hijos pequeños en edad de cuidarlos las 24 horas del día.
Para cambiar la realidad
desde nuestras cárceles personales solo hay un camino: reencontrase con un@
mism@.
Reencontrarse con un@
mism@ significa dejar de buscarnos fuera para encontrarnos dentro de nosotros
mismos.
Reencontrarse con un@
mism@ significa perdonarnos y aceptarnos en la intimidad tal y como somos, con
independencia de juicios de valores externos.
Reencontrarse con un@
mism@ significa hacer las paces con nosotr@s mism@s, para saber así que es lo
que realmente queremos.
Reencontrarse con un@
mism@ significa ser y vivir tal y como somos realmente, no como los otros han
querido que seamos y vivamos.
Reencontrarse con un@
mism@ significa alimentar nuestro Yo, no alimentar los Yo de los otros en mi.
Reencontrarse con un@
mism@ significa vivir con autoridad interna, sin ceder nuestro poder a
terceros.
Reencontrarse con un@
mism@ significa creer y tener fe en un@ mism@, y así mismo creer y tener fe en
la magia de la vida.
Pero no podemos reencontrarnos
con nosotr@s mism@s si no hacemos el viaje con presencia, es decir con la
atención suficiente que merecen los detalles del camino, los cuales no se
pueden observar si no es a través de la experiencia consciente de la intensidad
del momento a cada nuevo paso. Lo contrario no es reencontrarnos sino vivir
fuera de nosotros, desconectados de nuestra propia vida, en un transcurrir somnolientos
por una película ajena.
Para cambiar la realidad
desde cualquier cárcel personal hay que reencontrarse con un@ mism@, pues al
reencontrarnos nos conectamos de nuevo con la esencia de la vida, y al
producirse la conexión la vida se nos abre como un nuevo día lleno de
inimaginables y mágicos horizontes llenos de sincronicidades. Porque la vida y
tú, ahora, ya sois un@. Y, desde ese momento, cualquier nueva realidad es
posible.
Si deseas reencontrate
contig@ mism@ comienza por ser consciente de tu respiración, pues en la
respiración está la llave de tu celda personal. Así de simple, así de profundo,
así de mágico. Feliz reencuentro!