Soñar, sabemos soñar todos. Y tener la voluntad de sintetizar ese sueño en una idea y pasarla a la acción para materializarla en el mundo de las formas, somos unos cuantos menos. Pero aún son menos quienes, tras iniciar el camino para hacer realidad sus sueños, acaban la aventura emprendida. Ya que, como reza el refranero: del dicho (en este caso el sueño), al hecho, hay un gran trecho.
Vivimos en una sociedad express donde la velocidad, la rapidez e incluso la inmediatez por conseguir las cosas prácticamente en tiempo real son factores tan integrados que se consideran normales, y por ello exigibles, sin tener en cuenta el flujo y el ritmo natural de la propia vida. Por ello, en los anuncios positivistas por alcanzar nuestros sueños no se menciona, ni siquiera en letra pequeña, los ingredientes claves de la persistencia y la flexibilidad, por lo que dicha publicidad social resulta a todas luces engañosa.
Para alcanzar nuestros sueños, es cierto que primero tenemos que soñar y transcribir dicha sensación personal onírica en una idea concreta y definida, así como tener la voluntad de coger esa idea y pasarla a la acción en el aquí y el ahora, y no en el mañana que mayoritariamente no acaba nunca por llegar. Pero ello no significa que nuestro sueño se materialice en cinco minutos, como si de hacer palomitas al microondas se tratase. Sino que la materialización de ese sueño puede alargarse en el tiempo, ya no por semanas o meses, sino incluso por algún que otro año, pues el proceso de maduración de ese sueño va íntimamente ligado al desarrollo de nuestra propia madurez como personas. He aquí, pues,
Si a lo largo de esta prueba la acción de persistir te pesa, ten claro que ese no es tu sueño (sino, probablemente, el de alguien próximo a ti que por empatía has compartido), lo que te llevará a abandonar rápidamente la aventura. Ya que los sueños personales se alimentan de la ilusión por alcanzarlos, y la ilusión genera un estado de euforia interna que nutre todo tu ser de energía vital suficiente para recorrer el camino (¿o, a caso, has conocido a alguien que persiga sus sueños con tristeza y pesadumbre?). Pero aún hay más, ya que el Universo es exigente a la hora de concedernos los sueños que pedimos, y junto a la prueba de
Está claro que cuando tenemos un sueño es porque soñamos en un futuro mejor. Pero también es cierto que cuando nos imbuimos por la euforia de ese sueño ni nos planteamos, en primera instancia, cómo vamos a materializarlo. De hecho, muchas veces ni sabemos cómo vamos a lograrlo, solo sabemos que tenemos las ganas irrefrenables de dar el primer paso. Y aún más, condicionados por el determinismo cultural de esta sociedad express y profundamente virtual, en muchos casos no somos remotamente conscientes que la naturaleza de los sueños, que provienen del mundo de las ideas, difiere en mucho de su naturaleza posterior resultante en el mundo de las formas en el que deseamos materializarlo. Y justamente el saber discernir entre estas dos realidades, y la consiguiente aceptación de la transmutación natural de la naturaleza de nuestro sueño –que no de su esencia-, es clave para ser flexibles en la consecución de nuestro propósito.
En otras palabras: en la embriagadez de la emoción generada por la explosión emergente de un sueño en nuestra mente, que nos genera una experiencia que podríamos definir como espiritual, no vemos a priori el conjunto de variables y condicionamientos que conllevará el gestar esa idea en el mundo material. Una visión que, por el contrario, se nos irá revelando progresivamente a lo largo del camino. Por tanto, la prueba de
Dicho esto, y como podemos observar cotidianamente en nuestro entorno, muchos son los llamados y pocos los elegidos. Pues solo los persistentes y los flexibles alcanzarán el reino de sus sueños. Que tengas un feliz, persistente y flexible viaje en tu conquista personal!